Sigüenza también fue una ciudad universitaria

Universidad de Sigüenza. Histórica
Universidad de Sigüenza. Histórica

Hace cuatro años –en 2018– se conmemoraba el octavo centenario de vida de la Universidad de Salamanca. Abrió sus puertas en 1218. Tradicionalmente, esta institución se ha considerado como el centro educativo superior más antiguo de España. Sin embargo, la primera Fundación de estas características del país estuvo domiciliada en Palencia. La misma, entró en funcionamiento en 1212 –seis años antes que la helmántica–, aunque desapareció poco después, a finales del siglo XIII. Por ello, el complejo salmantino se califica –de facto– como la entidad más veterana del país. Al menos, que haya llegado hasta nuestros días…

De cualquier forma, sea Salamanca o Palencia, lo cierto es que este periodo –el correspondiente con la segunda década del siglo XIIIؘ– fue el pistoletazo de salida de la historia universitaria española. Un devenir al que Sigüenza también aportó su granito de arena. Lo hizo a partir del siglo XV, cuando se abrió el centro de San Antonio de Portaceli. Primero, bajo la fórmula de colegio, fundado en 1476, gracias al impulso Juan López de Medina, arcediano de Almazán. Y años más tarde –en 1489–, como emplazamiento universitario. Un proceso que contó con el patrocinio del Cardenal Mendoza y con la colaboración de Cisneros.

El motivador del proyecto –López de Medina– mantenía muy buena relación con ambas figuras. Pero, sobre todo, con el hombre que sería fundador –en 1499– del centro de estudios alcalaíno. “Durante la permanencia de Cisneros en Sigüenza –como capellán mayor de la catedral–, tuvieron una estrecha amistad”, confirmaba el investigador decimonónico José Julio de la Fuente, director del Instituto de Guadalajara, en un estudio que publicó en 1877.

Universidad de Sigüenza. Foto Herrera Casado
Universidad de Sigüenza. Foto Herrera Casado

Poco a poco, la entidad educativa de Sigüenza fue ampliando sus miras. Así, desde 1489, comenzó a funcionar como emplazamiento universitario, gracias a la bula sancionada por el papa Inocencio VIII. “Tras esta atribución pontificia, los graduados por dicha institución gozarían de todos aquellos privilegios e inmunidades que hubieran sido concedidos a las demás universidades castellanas”, añadía el investigador Pedro Manuel Alonso Marañón.

Pero, ¿por qué intervenía el Vaticano en este proceso? Se trataba del único organismo cuyas disposiciones tenían validez universal. Y debido a la propia filosofía formativa de las universidades, se requería que hubiera una cierta unicidad en los planes de estudios. Por ello, la Iglesia –como instancia internacional– era la responsable de reconocer los mencionados centros. “Era el Papado el que daba valor mundial a los grados”, puntualizaba Águeda María Rodríguez, investigadora y experta en la materia, ya fallecida.

En este contexto, y gracias a la bula emitida el 30 de abril de 1489, el complejo de San Antonio de Portaceli asumió la potestad de conceder los grados de bachiller, licenciado, maestro y doctor en teología, cánones y artes, unas materias que ya se venían impartiendo desde 1476. De esta forma, se creaba oficialmente el «Colegio–Universidad» de Sigüenza, el primero de sus características en Castilla. “Unía en una sola institución las funciones que habitualmente venían desempeñando de manera separada –aunque complementaria– colegios y universidades”, explica el especialista Pedro Manuel Alonso Marañón. De hecho, permitía formar y dar alojamiento a jóvenes sin fortuna, mediante la concesión de becas. Es más, la entidad seguntina se sitúa “en el camino de la transformación de las universidades medievales en las renacentistas”, explica el historiador Plácido Ballesteros. “Sus impulsores tenían una idea muy clara del sentido que estas fundaciones debían tener en el Estado Moderno, el cual necesitaba dotarse de cuadros administrativos”.

Los pasos iniciales

Universidad de Sigüenza. Foto Herrera Casado
Universidad de Sigüenza. Foto Herrera Casado

El emplazamiento original del centro estuvo en las afueras de la Ciudad del Doncel, “a extramuros, sobre un altozano en la orilla derecha del río, donde hoy se asienta la estación del ferrocarril. Allí se levantó un humilde edificio, que fue ampliándose paulatinamente”, explica el cronista provincial, Antonio Herrera Casado. El espacio, que fue comprado al cabildo de catedral, se encontraba a 1.000 pasos de la localidad, “probablemente movido por la idea de tranquilidad y sosiego que debería rodear a los alumnos para hacer provechosas sus horas de estudio”.

La entidad fue entregada a los monjes jerónimos, para que fueran los “administradores del centro”. Sin embargo, este encargo se ofreció inicialmente a los franciscanos –Cisneros pertenecía a esta Orden–, pero “no se avinieron” a cumplirlo y, por ello, se llamó a los religiosos instalados en el Monasterio de Lupiana, confirma la cronista oficial seguntina, Pilar Martínez Taboada. Una potestad que estos frailes mantuvieron a través de los decenios, instaurando un curioso modelo en el centro. “Enseguida se añadió una casa aneja que sirviera de colegio para 13 clérigos pobres. Además, estableció en el piso bajo un «Hospital de Donados», para que en él se mantuvieran cuatro pobres, sexagenarios. Esta fundación se debía a los tres ideales más queridos del Medioevo. A saber: un monasterio –para la religión–, un colegio –para la ciencia– y un hospital, para la caridad”, contextualiza Antonio Herrera Casado.

El número de 13 colegiales fue elegido por Juan López de Medina “en recuerdo de Cristo y de sus apóstoles”, al mismo tiempo que nombraba como patronos al Deán, al Cabildo catedralicio y al prior del monasterio jerónimo anejo. “Las condiciones que se ponían para entrar de colegial en Sigüenza eran las de tener –al menos– 18 años, ser tonsurado, virtuoso y amante de la ciencia y el estudio”, explica el cronista provincial.

“Como el fundador quería que los colegiales fueran pobres, y por tanto humildes, les dio un traje de paño pardo con una capucha. Pero, en 1532, los estudiantes obtuvieron de la Santa Sede un permiso para mudar de color y hechura, y en vez de la capucha, llevaron bonete”, añadía el investigador José Julio de la Fuente. La elección de los alumnos “se hacía por las catedrales en las que López de Medina había obtenido prebendas: Toledo, Sevilla, Burgos, Córdoba, Jaén, Cuenca, Sigüenza, Osma, Calahorra, Santo Domingo de la Calzada y León”.

Una evolución con altibajos
Poco a poco, el centro fue incrementando su oferta formativa. En 1540, los estudios teológicos se ampliaron con la constitución de las cátedras de Prima y de Vísperas, mientras que 11 años más tarde –en 1551– se crearon las facultades de Medicina y Leyes, gracias al decreto papal de Julio III. En esta época, también se establecieron las cátedras de lógica y de física, y por sus aulas pasaron profesores de primer nivel, como Pedro Ciruelo, docente de filosofía. “Durante la época de crecimiento y esplendor de esta universidad, en el siglo XVI, también se fundaron academias, y en ellas impartieron enseñanzas valiosas figuras de la ciencia renacentista, como Fernando de Vellosillo, Vísperas de Teología; o Pedro Guerrero, Teología”, explica Herrera Casado.

Tal fue la importancia de la institución que llegó a influir en la génesis de la vida universitaria alcalaína. De hecho, Cisneros –impulsor del centro complutense– había ayudado a López de Medina en la elaboración de las Constituciones de la entidad seguntina. “Esta experiencia fundadora sirvió en 1499 al Cardenal para crear la Universidad en Alcalá de Henares”, señalaba Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo.

Pero el impacto de la institución arriacense no sólo se limitó al territorio peninsular. Transcendió allende los mares, implantándose en las colonias castellanas. “El modelo seguido en los «Colegios–Universidad» de San Antonio Portaceli de Sigüenza y de San Idelfonso de Alcalá de Henares se utilizaron reiteradamente a lo largo del siglo XVI en nuevas fundaciones, tanto en España como en América”, explica el especialista Manuel Casado Arboniés.

En esta época, Sigüenza era una de las principales sedes episcopales castellanas. “Llegó a ser la cuarta más importante, al menos en cuanto a recursos materiales, gracias a las salinas de Imón y de otras localidades de la diócesis”, recuerda el deán de la catedral, Jesús de las Heras. “Era lógico el interés en que hubiera una universidad en la localidad, ya que un Obispado tan potente debía tener una entidad de estas características. Era una señal de poderío y de prestigio”.

El principio del fin
A pesar de ello, la universidad de San Antonio de Portaceli tuvo fama de conceder títulos rápidos y baratos, orientados a estudiantes pobres que no contaban con los recursos necesarios para sufragar los gastos requeridos en otros lugares más prestigiosos. Una realidad que aparecía reflejada en El Quijote, cuando se mencionaba a Pedro Pérez, cura en la aldea del protagonista. Se le calificaba –irónicamente– de «hombre docto, graduado en Sigüenza», lo que da a entender el bajo prestigio del centro educativo a inicios del siglo XVII.

Pero, ¿cuál era el origen de esta mala imagen? “La lamentable situación económica y el ruinoso estado de los edificios hacían difícil la supervivencia de la institución. Era un centro donde no se seguían los cursos completos, existiendo alumnos que pagaban los derechos de examen para conseguir un título”, explica el profesor emérito de Complutense, Javier Davara. “Las numerosas irregularidades de las matrículas, los pleitos entre los alumnos y los patronos, y las discusiones entre el Colegio y el cabildo catedralicio, llevaron a la entidad a un estado de postración”.

De hecho, el 16 de marzo de 1643, se hizo una «información» acreditando que el «Colegio–Universidad» estaba tan endeudado que “no podía pagar los salarios de las cátedras, y algunos días faltaba dinero para sufragar la compra que debía hacer el cocinero”, señalaba José Julio de la Fuente. Se achacaba esta situación “a las continuas obras de reparación que había necesitado el complejo, por estar ruinoso y tener apuntada una gran parte del patio y de la casa”.

En esta decadencia también influyó la competencia de otros lugares de estudio. “La irrupción tan fuerte de la Universidad de Alcalá hizo que, en apenas 100 kilómetros de distancia, existieran dos centros prácticamente calcados. Y mientras que uno –el de Sigüenza– se había hecho pequeñito, porque sus estatutos no permitían un número excesivo de alumnos, otro –el alcalaíno– se hacía grande”, describe Jesús de las Heras.

Así que, intentando recuperar la imagen de la institución, se decidió trasladar su sede desde el emplazamiento original –en la otra orilla del río– a su ubicación definitiva, donde hoy se halla el Seminario episcopal, en la calle de Villaviciosa. Inicialmente, los monjes Jerónimos se opusieron a este cambio. “Ello retrasó mucho el desarrollo de la entidad”, explica Antonio Herrera Casado. Empero, la mudanza se acabó produciendo en 1651 gracias a la decisión del obispo Bartolomé Santos de Risoba, que buscaba poner remedio a la ruina que sufría el edificio viejo.

La vida universitaria de la localidad se prolongaría unos años más, hasta inicios del siglo XIX, lo que no impidió que se cerrasen facultades. “En 1771 se suprimieron los estudios de Medicina y Derecho, potenciando los de Teología –mediante el aumento del número de sus cátedras–, y permaneciendo los de Artes”, explica Davara. De hecho, esta reordenación académica –junto con la prohibición de conferir grados en la cercana Osma– le permitió al centro universitario un breve resurgir. “El número de alumnos aumentó de forma espectacular, y de 36 matriculados en 1773 se pasó a 178 en 1794”.

Sin embargo, la suerte ya estaba echada. En julio de 1807 se publicaba un Real Decreto –impulsado por el Marqués de Caballero–, por el que se suprimían la mayoría de las «universidades menores» españolas. Entre ellas, la de la Ciudad del Doncel. “Esta medida causó sorpresa por cuanto Carlos IV había firmado el 2 de mayo de 1804 un código confirmando al centro seguntino en todas sus constituciones y estatutos”, narra Javier Sanz Serrulla. “Quisieron verse en la sombra de esta decisión las manos del obispo, don Pedro Inocencio Vejarano, y del rector del Seminario, don Pablo Jesús Corcuera, quienes estarían interesados en la supresión del Colegio y su conversión definitiva en Seminario”.

No obstante, en 1808, la disposición de cierre se quedaba sin validez –debido al comienzo de la Guerra de la Independencia–, mientras que en 1814 la institución se reabría en todo su esplendor. Una rehabilitación que fue posible gracias a las peticiones de los estudiantes, que lucharon en favor del regreso de Fernando VIII. Por ello, tras el retorno a España del monarca absolutista, los alumnos le pidieron que abriera –de nuevo– el complejo de San Antonio de Portaceli. “Fernando VII, agradeciendo la ayuda prestada durante la contienda, restauró la Universidad por Real Cédula de 6 de septiembre de 1814”, indica Davara.

Pero la entidad sobreviviría pocos lustros más. En 1824 fue incorporada a la de Alcalá. “Al no dotarse [económicamente] las cátedras previstas por Fernando VII, la Universidad de Sigüenza no logró salir de las dificultades existentes. El escaso número de alumnos y la constante amenaza de unirla con el Seminario, lograron herirla de muerte”. Así, su supresión definitiva se aprobó en 1836, bajo la regencia de María Cristina de Borbón. Tras este cierre, sus fondos bibliográficos y de archivo se custodiaron en el recién creado Instituto de Segunda Enseñanza de Guadalajara, actual Brianda de Mendoza. Y, desde allí, en 1897, pasaron a ser gestionados por el Archivo Histórico Nacional, emplazamiento en el que –todavía hoy– se pueden consultar. Así, la ciudadanía cuenta con la oportunidad de conocer –un poco más a fondo– la historia de una de las universidades históricas del país. ¡No te pierdas una parte de nuestro pasado!

Los estudios universitarios, presentes

Sigüenza Casa de El Doncel
Sigüenza Casa de El Doncel

Sigüenza, hasta el primer tercio del siglo XIX, mantuvo en funcionamiento su «Colegio Universidad». Sin embargo, la orden de cierre del complejo no significó la desaparición de los estudios superiores en la ciudad. Todo lo contrario. Aún hoy, los seguntinos que lo deseen pueden disfrutar de la oferta formativa de diversas instituciones, como la UNED –que mantiene abierta un aula en la localidad– o la UAH, que cuenta con diferentes infraestructuras en el casco histórico, donde se organizan múltiples cursos y propuestas educativas.

Además, y hasta la década de 1980, existió una facultad de magisterio en la capital serrana. Más concretamente, en el edificio de la calle Villaviciosa que –siglos antes– había ocupado el centro de San Antonio de Portaceli. Se trataba de una iniciativa que dependía de la Iglesia y a la que acudían a estudiar decenas de alumnos de la comarca. “Se formaron muchísimos maestros en Sigüenza”, explica Pilar Martínez Taboada. “El espíritu universitario nunca se ha perdido”.

Bibliografía
ALONSO MARAÑÓN, Pedro Manuel. «Apuntes para el estudio de la proyección de Salamanca en el Colegio-Universidad de San Antonio de Portaceli de Sigüenza», Revista de ciencias de la educación. Órgano del Instituto Calasanz de Ciencias de la Educación, 192 (2022), pp.: 523–538.
CASADO ARBONIÉS, Manuel. «La Universidad de Alcalá de Henares y la Administración neogranadina», Indagación: revista de historia y arte, 0 (1994) (Ejemplar dedicado a: Universidad y Ciudad en la Historia de Alcalá), pp.: 99–130.
DAVARA, Javier. «Síntesis histórica de la Universidad de Sigüenza». Sigüenza, 1989.
DE LA FUENTE, José Julio. Reseña histórica del Colegio-Universidad de San Antonio de Portaceli en Sigüenza con algunas noticias acerca de su fundador D. Juan López de Medina. Madrid: Imprenta de Alejandro Gómez Fuentenebro, 1877.
MARTÍNEZ GÓMEZ-GORDO, Juan Antonio. «D. Juan López de Medina, fundador universitario del Renacimiento». Sigüenza, 1980.
SANZ SERRULLA, Javier. Las Facultades de Cánones y Leyes de la Universidad de Sigüenza. Madrid: Casa de Guadalajara en Madrid, 2006.