Tiznarse con los Diablos de Luzón

Los Diablos de Luzón constituyen una fiesta icónica del Carnaval de Guadalajara.
Los Diablos de Luzón constituyen una fiesta icónica del Carnaval de Guadalajara.

Durante el largo periodo de despoblamiento que las tierras de Guadalajara sufrieron, sobre todo, en los años 60 y 70, los pueblos de esta provincia perdieron parte de su de sus tradiciones, de su rico folklore, de su patrimonio etnográfico. La vida en el medio rural se detuvo y ni siquiera el regreso esporádico de quienes emigraron en esas fechas servía para recuperar el pulso de antaño.

Afortunadamente, en los años 90 nuestros pueblos comenzaron a recuperarse, no en habitantes, pero sí con la vuelta sobre todo en época veraniega de sus hijos emigrados. Este retorno fue decisivo para la recuperación de fiestas que quedaron varadas por la despoblación.

Entre los pueblos que rescataron su acervo tradicional se encuentra Luzón, situado entre la Sierra y las tierras de Molina, en un sugestivo valle a orillas del Tajuña. La fiesta de los Diablos de Luzón, recuperada hace más de dos décadas, constituye una fiesta de carnaval que antiguamente se celebraba cuatro veces al año: domingo, lunes y martes de Carnaval y primer domingo de Cuaresma.

Al día de hoy, la fiesta tiene lugar el sábado de Carnaval. A la caída de la tarde, un grupo de mozos se prepara para convertirse en Diablos. El acto de vestimenta conlleva muchos preparativos. Para facilitar que la mezcla de hollín y aceite se pueda quitar con facilidad, cada uno de los participantes se embadurna las partes del cuerpo que van a estar a la vista, como brazos, cara o manos, con alguna crema hidratante. Los diablos visten un largo traje negro que les llega hasta los pies, con un amplio faldón y una camisa negra, ancha y sin magas. Una vez ataviados se untan la cara, manos y brazos con la mezcla de hollín y aceite.

Lo que el público ve es que del cuerpo de los diablos solo destacan los ojos y la dentadura, que además se protege con un trozo de patata, aunque hubo un tiempo que se hacía con remolacha. El protagonista lleva en la cabeza unos enormes cuernos de toro o de buey que están apoyados sobre una almohada de la que cuelga un paño negro que les cubre el cuello y queda atado a los hombros a la altura de los brazos. En la cintura suelen llevar cuatro cencerros (a veces, alguno más), dos por delante y dos por detrás pendientes de una ancha correa bien apretada. Con los cencerros, que reciben el nombre de tronchos y cañones, tratan de hacer el mayor ruido posible para que se les oiga sus pasos.

Durante su paseo por el pueblo intentan, y muchas veces lo consiguen, asustar a las mujeres y dar miedo con el estruendo de sus cencerros, al tiempo de tratar de mancharlas con el hollín negro. Solo se salvan las mascaritas que van con la cara cubierta por un trapo blanco con agujeros para los ojos y la boca, tocadas con un vistoso pañuelo y vestidas con un traje tradicional también negro. En ocasiones llevan una vara, quizá para defenderse el acoso de los diablos, aunque saben que por su condición de mascaritas no podrán ser tiznadas.

Los diablos, cuyo número suele variar cada año, recorren todas las calles de Luzón y sus empinadas cuestas. Su ejercicio es muy vistoso y singular. Van de aquí para allá acompañados de muchos visitantes y una gran nube de fotógrafos intentando siempre sacar la mejor instantánea. Los fotógrafos tampoco se acaban librando del hollín… La fiesta está declarada de Interés Turístico Provincial por la Diputación Provincial de Guadalajara y forma parte su calendario de fiestas tradicionales. Nadie al que le interese el patrimonio folclórico de esta tierra debe perdérsela.

NOTA: En 2020, la fiesta tendrá lugar el día 22 de febrero

Más información sobre la fiesta de los Diablos de Luzón