Zarzuela de Jadraque custodia una gran tradición alfarera

Foto: Ayuntamiento de Zarzuela de Jadraque y Asociación cultural
Foto: Ayuntamiento de Zarzuela de Jadraque y Asociación cultural

La Serranía de Guadalajara guarda muchos secretos. Cada rincón es un descubrimiento. Todos los pueblos tienen algo que mostrar. Un ejemplo es Zarzuela de Jadraque. Se trata de una población de apenas 44 habitantes empadronados, pero que custodia una gran tradición artesana. Durante siglos, su labor alfarera fue reconocida no sólo por sus vecinos, sino por toda la comarca. De hecho, el pueblo es conocido como «Zarzuela de las Ollas»…

“Las referencias históricas más antiguas que se tienen hasta el momento sobre la alfarería de la localidad se remontan a las «Relaciones Topográficas de Felipe II» de 1581. En ellas se mencionaba la existencia de esta profesión, aunque no se precisaba ni cuántos alfareros la ejercían, ni el número de hornos que había en la localidad, ni la producción del municipio. Según se desprende del texto, en el lugar no existía un único artesano alfarero, sino que era una actividad practicada por bastantes vecinos”, aseguran los investigadores María Ángeles Perucha Atienza y Miguel Ángel Rodríguez Pascua en «La alfarería de Zarzuela de Jadraque».

Foto: Ayuntamiento de Zarzuela de Jadraque y Asociación cultural
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Sin embargo, el «Catastro del Marqués de la Ensenada», realizado en 1752, ofrece unas cifras más exactas de esta actividad. En dicho documento se distinguen datos sobre el número de profesionales que trabajaban en Zarzuela y los hornos edificados en el pueblo, además de otras informaciones de interés. “En esta época [mediados del siglo XVIII], en el municipio había unos 55 hombres, de los cuales 15 eran alfareros. Es decir, más del 25% de los varones ejercían este oficio”, aseguran Perucha y Rodríguez en su libro.
No obstante, el nacimiento de la referida actividad es mucho más antiguo. “Su origen es inmemorial. Se ha especulado que puede ser un tipo de alfarería de la época de la «Reconquista»”, describe Luis Larriba, profesor de alfarería en la Escuela de Folklore de Guadalajara. “Otros autores, sin embargo, defienden que se trata de una labor de pervivencia prerromana. Desde luego, la tecnología alfarera es antiquísima”.

– Pero, ¿por qué apareció esta actividad solamente en Zarzuela de Jadraque y no en otro punto del entorno?

– Es muy complicado buscar una causa única, pero su aparición estuvo favorecida por la existencia de yacimientos de arcilla en la zona –confirma Luis Larriba–. Este material era muy bueno para los usos de los diferentes utensilios.

Foto: Ayuntamiento de Zarzuela de Jadraque y Asociación cultural
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De hecho, se trataba de un tipo de «artesanía» utilitaria. “Las piezas que se realizaban eran para su uso diario”, confirman los especialistas. En este contexto, se han catalogado hasta una quincena de ellas. Entre dichos ejemplos, la botija, que se empleaba para llevar el agua al campo durante las tareas agrícolas; el botijo, que era el más profusamente decorado; la cantarilla, que tenía la misma forma y función que el cántaro, pero de menor tamaño; o el mismo cántaro, que se usaba para guardar el agua en las casas. También se han de mencionar la copa, la encella, la jarra u olla, los pucheros, las tejas, las tinajas, los tubos, las coberteras –que se destinaban a tapar los recientes– o los tiestos.

Además, la alfarería zarzueleña tuvo –desde sus inicios– una «doble utilidad», según los expertos. “Por un lado, proporcionaba, a quien la ejercía, las piezas necesarias para el uso diario de la familia. Y, por otro, su venta suponía un ingreso extra a la exigua economía familiar”. “La actividad alfarera era una forma que tenían las familias para sobrevivir y completar sus ingresos”, corrobora Perucha.

Foto: Ayuntamiento de Zarzuela de Jadraque y Asociación cultural
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Los materiales
Para poder realizar estos artefactos la arcilla era imprescindible. La misma procedía de las cercanías del pueblo. “Los alfareros la extraían en diversos puntos. En unos, la materia primera era buena para tornear. En otros, sin embargo, y debido a que tenía una mayor proporción de arena, se usaba para hacer tejas o baldosas”, se asegura en «La alfarería de Zarzuela de Jadraque».

“El lugar más frecuentado era el paraje de «La Majillano». Aquí se obtenía la materia prima en dos puntos diferentes”. En cada emplazamiento presentaba características diferentes.

De hecho, “en uno de ellos se sacaba la conocida como «tierra fuerte» y, en el otro, se conseguía la denominaba «tierra floja», más plástica que la anterior. Estas dos tipologías se mezclaban para obtener una pasta con la textura adecuada para tornear”, confirman María Ángeles Perucha y Miguel Ángel Rodríguez en su libro.

Foto: Ayuntamiento de Zarzuela de Jadraque y Asociación cultural
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La extracción del barro era gratuita. El artesano no debía pagar ninguna tasa municipal por ello. “La tierra era cargada en los serones de las mulas y se transportada hasta casa. Para realizar esta tarea se aprovechaba el buen tiempo y, dependiendo del alfarero, se recolectaba tierra para todo el año o se acudía en varias ocasiones”, aseguran los especialistas. “Una vez en casa, se descargaba la tierra en el portal, se deshacían los terrones con la azada y se mezclaba la materia prima. Después se añadía agua y se diluía bien”.

Posteriormente, se dejaba el barro en reposo toda la noche, para que la combinación «calara» y –así– poder realizar mejor las piezas. Y, al día siguiente, la masa resultante se depositaba en la «sobadera», que era una mesa adosada a la pared, “con una losa de esquisto encima”. En ella se producía el amasado de la arcilla. “Cuando el barro estaba bien limpio y moldeable, podía ya pasar al torno”, explican los especialistas.

Una vez en el mismo, las piezas iban tomando forma. En cuanto a su decoración, se realizaba con un peine viejo. “Cada alfarero solía hacer siempre los mismos dibujos o firmaba con su inicial en las asas, para poder identificar sus cacharros en la cocción comunal”, se explica en la obra «La alfarería de Zarzuela de Jadraque». Después del moldeado, se dejaba secar –normalmente en la cocina de la vivienda– y, tras ello, el utensilio se introducía en el horno para su cocción. Era el último paso del proceso…

Foto: Ayuntamiento de Zarzuela de Jadraque y Asociación cultural
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El patrimonio mueble
En este trabajo se empleaban dos elementos para fabricar las piezas y que ya se han convertido en patrimonio histórico de la localidad. El primero es el «torno», que se caracteriza por su apego a la primera tradición alfarera. De hecho, se trata de un mecanismo que se acciona de forma manual. Nunca poseyó la «rueda de pie» para ponerlo en funcionamiento. “Tornos de este tipo ya aparecían en Mesopotamia a mediados del cuarto milenio antes de Cristo, lo que indica su gran antigüedad”, confirman los especialistas. “Es una muestra de la primera solución que encontró el hombre para construir alfarería”, asegura Luis Larriba.

Pero, ¿cómo ha sido posible la supervivencia de herramientas como ésta hasta la actualidad? “Es algo que puede ser debido al aislamiento que sufrió la zona, ya que –por ejemplo– durante siglos no hubo carreteras y la gente no se desplazaba tanto como ahora.

Y al darse una menor movilidad, también llegaban menos influencias externas”, describe María Ángeles Perucha.

Foto: Ayuntamiento de Zarzuela de Jadraque y Asociación cultural
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“El torno tipo de Zarzuela está hecho de madera de encina y en él se pueden diferenciar tres partes principales: la rueda, la corredera y la estaca”, aseguran Perucha y Rodríguez. El primero de estos sectores –la rueda– es el cilindro superior donde se moldeaba la pieza; mientras que el segundo –la corredera– es la pieza rectangular que sujetaba al anterior elemento y que lo unía al eje de giro. Éste último –que recibe el nombre de estaca– estaba hincado al suelo o adosado a una base.

El «horno» es el segundo ejemplo de patrimonio histórico asociado a la alfarería de Zarzuela. A día de hoy sólo se conserva íntegramente una de las tres edificaciones de estas características que existieron en la localidad. “Se trata de una construcción sin cubierta, es decir, abierto por la parte de arriba. Tiene una planta más o menos semicircular y una altura de dos metros. Se encuentra construido a ras de suelo, utilizando las rocas presentes en la zona, aunque su interior aparece recubierto de barro”, aseguran los especialistas.

Precisamente, la parte interna de esta edificación tiene dos espacios, separados por una cámara rellenada de adobes y en la que se distinguen una serie de agujeros –conocidos como «cabos»– para permitir el paso del fuego. El «piso inferior» es donde se prendía el fuego que permitía el calentamiento del horno, mientras que el superior es donde se introducían los cacharros para su cocción.

“Las piezas eran colocadas boca abajo, empezando por los pucheros, después los cántaros, las botijas grandes y –encima– las botijas pequeñas. Los huecos que quedaban entre ellas se rellenaban con piezas pequeñas. Entre ellas se colocaban piedras para asentar bien los cacharros”, narran María Ángeles Perucha y Miguel Ángel Rodríguez. “La carga del horno solía realizarse por la tarde, mientras que por la noche se encendían las llamas para vigilar la marcha del fuego”.

¿Y qué se hacía con todo lo producido?
Una vez finalizada la cocción, los utensilios estaban listos. Y podían ir destinados al consumo interno de la familia, pero también –una parte– a la comercialización. En este último caso, los alfareros acudían a los mercados de la zona. Entre las localidades que visitaban se encontraban Jadraque, Hiendelaencina, Atienza o Cogolludo. También recorrían otros núcleos, como Alcorlo, Congostrina, La Toba, San Andrés del Congosto, Membrillera, Pálmaces, Negredo, Medranda, Espinosa de Henares, Cerezo de Mohernando o Tamajón.
Además, “en los años en que el número de artesanos se incrementaba, éstos recorrían distancias mayores para realizar la venta, llegando a pernoctar alguna noche fuera de casa.

En esta época se iba a vender, por ejemplo, a Hita y Alarilla”, explican los especialistas. El transporte se solía hacer en mula.

Sin embargo, había otras formas de comercialización de los materiales. “Los habitantes de los pueblos vecinos, como Semillas, Arroyo de Fraguas, La Nava, Santotís, Robredarcas o Las Cabezadas, compraban directamente las piezas en Zarzuela, aprovechando el viaje de vuelta a casa desde el mercado de Hiendelaencina”, aseguran Perucha y Rodríguez en su libro.

En estas transacciones se vendía un gran número de mercaderías. “Las que más éxito tenían eran los cántaros, las botijas, los botijos y los pucheros, por este orden. Las piezas de agua –cántaros, cantarillas, botijas y botijos– eran las más apreciadas de toda la zona, porque hacían un agua muy fresca”, se asegura «La alfarería de Zarzuela de Jadraque».

“Otros ejemplos que se vendían muy bien eran las ollas –quizá de aquí le viene [a la localidad] el sobrenombre de «Zarzuela de las Ollas»–, aunque en menor número que las piezas de agua. Esto era debido a que al ser un utensilio que permanecía siempre en casa, su riesgo de rotura era menor y, por tanto, no era necesario renovarlas tan a menudo”.

En consecuencia, la alfarería –durante siglos– fue una actividad muy relevante en Zarzuela de Jadraque. Muchas familias la practicaban para poder obtener ingresos extras. Sin embargo, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX entró en un profundo declive que la llevó a su desaparición. De hecho, los últimos vecinos que ejercieron esta labor lo hicieron durante la década de 1960. “Queda gente que, en durante juventud, se dedicó a ello, pero que –a día de hoy– no ejerce la actividad”, rememora Luis Larriba.

Empero, en los últimos años se ha querido poner en valor esta herencia a través de un curso de alfarería que –todos los veranos– se realiza en la localidad. Lo dirige el propio Luis Larriba. “Se trata de una iniciativa que tiene como objetivo la recuperación y la difusión de los conocimientos de esta labor que mantienen los vecinos que se dedicaron a ella”, explica el docente. “Queremos que esta riqueza se conserve”.

De esta forma se busca poner en valor una tradición muy relevante para la localidad. Así se difunde uno de los secretos que esconde la Serranía. Al fin y al cabo, la riqueza de la comarca más septentrional de la provincia no solo se basa en sus valores naturales –que son muchos y variados–. También son muy relevantes la cultura y las tradiciones existentes dentro de sus límites. «Zarzuela de las Ollas» es un claro ejemplo de ello…

Bibliografía
PERUCHA ATIENZA, María Ángeles y RODRÍGUEZ PASCUA, Miguel Ángel. «La alfarería de Zarzuela de Jadraque». Guadalajara