Checa reivindica su historia

En el viaje que aquí comienza, acudimos a una localidad muy lejana. Se encuentra a 178 kilómetros por carretera de la capital arriacense. Se emplaza en el extremo oriental de la provincia, en plena «Sexma de la Sierra», el más meridional de los cuatro territorios históricos que componen el Señorío de Molina. Nos referimos a Checa, un pueblo que –en la actualidad– cuenta con 285 habitantes empadronados, de acuerdo a la última actualización ofrecida por el INE. Sin embargo, el enclave posee una historia de siglos a sus espaldas.

Entre los primeros vestigios del lugar destacan el castro de «Castildegriegos» (siglo II a.C.) o la necrópolis de «Puente de la Sierra» (siglos V a. C. – II a.C.). “Las influencias célticas de las centurias VIII y VII. a.C., así como las ibéricas de la costa mediterránea, calaron en las poblaciones de la Edad del Bronce y del Hierro que poblaban las tierras que hoy comprenden Guadalajara, Teruel, Zaragoza y Soria”, confirman los historiadores. “Los pueblos del ámbito celta se asentaban en aldeas fortificadas conocidas como «castros»”.

En este contexto, “el sistema defensivo de «Castildegriegos» es muy laborioso. Se construye en torno al siglo III a. C. con grandes bloques de piedra tallada, extraídos de la roca que preside el cerro, creando un foso que protege el recinto”. La estructura del complejo amurallado es muy clara. “La entrada al mismo se encontraba en la zona norte y se hallaba custodiada por una torre, que se asentaba sobre una zona más ancha de la muralla”, explican fuentes consistoriales. ´

Además, “la necrópolis, situada junto al río, parece decirnos que los celtíberos ya poblaban el valle dos siglos antes de la construcción del castro”. Allí, “encontramos placas pectorales, broches, cinturones y utensilios domésticos, como en la mayoría de enterramientos celtibéricos. Pero, junto a ellos, se han descubierto armazones cónicos para tocados de pelo como los que asociamos a las princesas del medievo”.

En cualquier caso, estos conjuntos desaparecieron un siglo antes de nuestra Era. “El castro fue destruido por un incendio”, mientras que la necrópolis dejó de recibir finados en esa misma época. “Podría tratarse de un traslado o de un exterminio, ya que dicho periodo fue de grandes convulsiones debido a la conquista romana”. Tras ello, la comarca sufrió una importante depresión, quedando muy deshabitada hasta el periodo árabe. En ese momento, comunidades de bereberes repoblaron el lugar de la mano de diminutas aldeas.

Pero no fue hasta el arribo de los cristianos cuando –en realidad– el entorno comenzó a presentar relevancia. Los investigadores mencionan el siglo XII como la fecha en que Checa inició su estructura actual. Una vez que el enclave se constituyó como población, se encuadró en Castilla, a cuyos reyes siempre perteneció, salvo durante un sexenio que se integró en la monarquía aragonesa. Esto ocurrió entre 1369 y 1375.

Un par de siglos después, en 1553, alcanzó el privilegio de villa. Desde ese momento, el pueblo creció y se consolidó, debido a su dinamismo económico. Fue tal el impacto de esta población que llegó a ser sede de un arciprestazgo, del que dependían 17 localidades de los alrededores. “Son pueblos que, en la actualidad, están –casi todos– muy despoblados, pero que gozaron de cierta importancia en tiempos pretéritos”, explicaba la investigadora Natividad Esteban López. Así, Checa fue adquiriendo un gran dinamismo económico. “Se produjo un desarrollo de las industrias y de la producción del hierro”, que fue su manufactura principal.

La explotación maderera y la artesanía también se constituyeron como actividades importantes en el lugar. Igualmente, las ocupaciones ganaderas tuvieron un impacto muy relevante en el entorno. Y, para muestra, la trashumancia, que llegó a emplear a decenas de checanos. Una huella que –progresivamente– fue recudiéndose, debido a la implementación de nuevas prácticas intensivas y a la llegada de la movilidad ganadera en vehículos a motor. En cualquier caso, se ha querido recordar esta tradición trashumante de Checa, a través de la inauguración de un museo especializado en dicha actividad, que se emplaza en las «Antiguas Escuelas».

Este dinamismo checano se mantuvo a lo largo de los años. A mediados del siglo XIX, la localidad contaba con una población de 1.201 habitantes, apareciendo descrita en el «Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar», de Pascual Madoz. En este compendio se indicaba que el pueblo contaba con 380 viviendas. Entre ellas, destacaba un palacete del conde de Priego, con “cómodas habitaciones y un buen esquileo”; o una «casa fuerte» del conde de Clavijo, que también ofrecía “bastantes comodidades”.

Asimismo, era reseñable el complejo consistorial, “un inmueble sólido de sillería y mampostería, en el que se distinguía un patio abierto, una espaciosa sala de sesiones con una galería corrida a todo su frente, graneros, cárcel segura –aunque insalubre y húmeda–, cocina y una habitación para la escuela de instrucción primaria, a la que concurrían 100 alumnos”, explicaba Madoz. Había también otra escuela de niñas, concurrida por 60 estudiantes.

Incluso, hace casi 200 años existía un “molino harinero de balsa”, así como la iglesia parroquial, dedicada a San Juan Bautista. “El templo es de tres naves, tiene 96 pies de longitud y 57 de latitud, y presentaba seis altares, el mayor muy recargado de adornos”, se explicaba en el censo. “En su espadaña está el reloj público que es muy bueno”. Dentro del término municipal había cuatro ermitas, las de la de la Soledad, Santa Ana, Santísimo Cristo y San Sebastian.

El dinamismo de Checa se acabó plasmando en la sociedad local. En sus calles nacieron personalidades como Lorenzo Arrazola García, perteneciente al partido Moderado y que llegó a ser presidente del Consejo de Ministros entre el 17 de enero y el 1 de marzo de 1864; además de representante del Tribunal Supremo en –al menos– dos periodos. Asimismo, ocupó varios ministerios durante el XIX, como el de Gracia y Justicia, y el de Estado.

También hubo un núcleo liberal checano, que dio grandes nombres. Entre ellos, Francisco López Pelegrín, quien alcanzó el puesto de procurador del Real Señorío de Molina. Además, formó parte –como diputado– de las Cortes de Cádiz, que en 1812 elaboraron la primera Carta Magna española. A este lugar estuvieron vinculadas otros grandes nombres, como Vicente García Valiente, diputado en las Cortes del Trienio Liberal; Román Morencos Arauz, presidente de la Diputación Provincial de Guadalajara; o Federico Bru y Mendiluce, boticario y representante de Molina en el Congreso de la I República.

Precisamente, este último dignatario fue muy relevante, ya que impulsó diversas entidades en el pueblo, como una agrupación republicana y una sede masónica, de la que fue miembro. Se trató del «Triángulo Luz de la Sierra nº 2», que estuvo en funcionamiento entre finales de 1890 y septiembre de 1891. “El triángulo era un tipo de reunión iniciática que contaba con más de tres miembros, pero menos de siete, que era el mínimo de componentes para constituir una logia”, se asegura en el «La Masonería en Guadalajara».

Por tanto, Checa tuvo un gran dinamismo económico, social y político a lo largo de su milenaria historia. Sin embargo, el municipio también se vio afectado por el éxodo rural, acaecido desde mediados del siglo XX, y que afectó una gran cantidad de localidades españoles, cuyos habitantes tuvieron que migrar a grandes ciudades más industrializadas.

A pesar de ello, este enclave molinés todavía conserva la mayor parte de su devenir pretérito, de su tradición política y cultural, así como unos parajes naturales impresionantes. En consecuencia, se trata de un lugar que bien merece una visita. ¡No te lo pierdas!

Bibliografía
ESTEBAN LÓPEZ, Natividad. «Orfebrería del antiguo Arciprestazgo de Checa. Siglos XII al XVI». Wad-al-Hayara: Revista de estudios de Guadalajara, 25 (1998), pp.: 309–334.
MADOZ, Pascual. Diccionario geográfico–estadístico–histórico de España y sus posesiones de Ultramar, Madrid: 1845–1850.
MARTÍNEZ GARCÍA, Julio. La Masonería en Guadalajara. Guadalajara: AACHE Ediciones, 2020.