Checa, una localidad histórica y natural

Existen municipios que destacan por su luengo pasado. Otros, por su relevante patrimonio. También están aquellos que se conocen por asentarse en un entorno natural sinigual. Y luego, se distingue el caso de Checa, que reúne estas tres características. Sólo hay que recorrer sus calles y pasear por sus proximidades para ser consciente de la riqueza que atesora la localidad.

De hecho, si se consulta su devenir histórico, se encuentran vestigios milenarios. Entre ellos, el castro de Castildegriegos (S.II a.C.) y la necrópolis de Puente de la Sierra (s. V – II a.C.). Los celtíberos, moradores del lugar, “fueron un grupo de pueblos asentados en el Sistema Ibérico. Las influencias célticas de los siglos VIII y VII, así como las ibéricas de la costa mediterránea, calaron en las poblaciones de la Edad del Bronce y del Hierro que poblaban las tierras que hoy comprenden Guadalajara, Teruel, Zaragoza y Soria”, confirman los historiadores.

“Los pueblos del ámbito celta se asentaban en aldeas fortificadas conocidas como «castros», practicaban el culto a la naturaleza y, además, defendían la incineración de los difuntos”, aseguran los investigadores. “Aun siendo uno de los castros más pequeños de la Celtiberia, el sistema defensivo de Castildegriegos es muy laborioso. Se construye en torno al siglo III a. C. con grandes bloques de piedra tallada, extraída de la roca que preside el cerro, creando –de esta forma– un foso que protege el recinto”.

La estructura del complejo es muy clara. “La entrada al recinto amurallado se encontraba en la zona norte y estaba custodiada por una torre, que se asentaba sobre una zona más ancha de la muralla, en la que se ha encontrado una escalera de acceso”, explican desde el Ayuntamiento checano. “La necrópolis, situada junto al río, parece decirnos que los celtíberos ya poblaban el valle dos siglos antes de la construcción del castro”.

Allí, “encontramos placas pectorales, broches, cinturones y utensilios domésticos, como en la mayoría de enterramientos celtibéricos. Pero, además, hay armazones cónicos para tocados de pelo como los que asociamos a las princesas del medievo”, relatan los investigadores. Sin embargo, esta comunidad quedó “extinguida” entre finales del siglo II y principios del I a.C. “El castro fue destruido por un incendio”, mientras que la necrópolis dejó de recibir urnas en esa misma época. “Podría tratarse de un traslado o de un exterminio, ya que dicho periodo es de grandes convulsiones debido a la conquista romana”.

Tras la toma del lugar por las tropas itálicas, la zona sufrió una importante despoblación, aunque se han encontrado indicios altomedievales posteriores, relativos a la cultura visigoda. Además, “como consecuencia de la llegada musulmana, grupos de bereberes comenzaron a asentarse en estas tierras, construyendo algunas pequeñas aldeas y torreones de defensa para controlar el territorio”. Pero más tarde, con el establecimiento de los reinos cristianos, fue cuando aparecieron las primeras noticias de Checa, tal y como se conoce en la actualidad.

“Esta primitiva población estuvo enclavada en un núcleo muy reducido, circunscrito en torno a la plaza Mayor y a la iglesia parroquial, protegido de forma natural por las peñas de arenisca rojiza y por el río Genitoris”, confirman los historiadores. Por tanto, “fue en el siglo XII cuando debió originarse la villa, como consecuencia de la repoblación realizada por los cristianos”.

La localidad quedó incluida en el Fuero de Molina, y en su Común de Villa y Tierra. Además, “durante el periodo aragonés del Señorío (1369-1375), Pedro IV concedió la jurisdicción de la aldea a Juan García de Vera, si bien, una vez de vuelta en Castilla, el pueblo retornó al realengo”. Checa adquirió el privilegio de villa en 1553, “lo que le permitía tener regidores y le daba cierta autonomía civil y penal, ayuntamiento y jurisdicción propios”.

Desde el siglo XVI, la villa creció y se consolidó, debido a su dinamismo económico. “En Checa se fue produciendo un desarrollo de sus industrias y producción del hierro”, siendo este material el más afamado en la comarca de Molina por “su ductilidad y dureza”.

Asimismo, la explotación maderera, la ganadería y la artesanía fueron otras actividades importantes en la localidad, lo que generó una gran actividad en el lugar, que se mantuvo hasta bien entrada el siglo XIX.

Durante la centuria decimonónica se distinguieron un gran número de checanos ilustres. Entre ellos, Lorenzo Arrazola y García, senador, diputado y presidente del Consejo de Ministros en el reinado de Isabel II; Vicente García Valiente, que fue diputado en las Cortes del Trienio Liberal; Román Morencos Arauz, presidente de la Diputación Provincial de Guadalajara; o Federico Bru y Mendiluce, boticario y representante de Molina en el Congreso de la I República.

Precisamente, este último personaje fue muy relevante, ya que impulsó diversas entidades en el pueblo. Entre ellas, una agrupación republicana y un grupo masónico –él era miembro de la Hermandad–. Más concretamente, se trató del «Triángulo Luz de la Sierra nº 2», que estuvo en funcionamiento entre finales de 1890 y septiembre de 1891. “El triángulo era un tipo de reunión iniciática que contaba con más de tres miembros, pero menos de siete, que era el mínimo de componentes para constituir una logia”, se asegura en el libro «La Masonería en Guadalajara».

La importancia monumental
El luengo pasado de Checa también ha tenido reflejo en su legado patrimonial. En el mismo, ocupa un lugar muy relevante la iglesia parroquial. Se trata de un templo dedicado a San Juan Bautista y datado en el siglo XVII, aunque con importantes transformaciones en el XIX. Se constituye como “un edifico de gran amplitud, elaborado en mampostería con esquineras de sillar. Presenta una planta de tres naves de seis tramos, cubierta con bóveda de cañón con lunetos. La entrada se encuentra al sur y se accede a ella a través de una escalinata. La torre consta de cuatro cuerpos y se ubica a los pies del templo”, describen desde el Consistorio.

También se han de mencionar las ermitas de Nuestra Señora de la Soledad, de Santa Ana, del Santo Cristo y de San Lorenzo, todas ellas del siglo XVIII, así como el santuario de San Sebastián. Asimismo, se ha de visitar el Ayuntamiento, “un gran complejo de tres plantas, construido en el siglo XVIII”. El primer piso “fue ocupado antiguamente por la lonja y trinquete”, mientras que el superior “se destinó a dependencias municipales y a salón de plenos”. De igual forma, en la localidad se distinguen diferentes casonas y palacios, entre los que destaca el de la Gerencia.

Y para los amantes del senderismo, esta villa ofrece un sinfín de alternativas. “El territorio checano es abrupto, y está surcado por los ríos Cabrillas, Genitoris, Hoz Seca y Tajo”, aseguran los expertos. De hecho, en las proximidades del casco urbano se suceden una multitud de especies botánicas, como la tila, la manzanilla, el té de roca, la salvia, la melisa, la gayuba, pinares o agrupaciones de sabina rastrera. “El otoño es época de recolección micológica, entre las que se encontrarían las setas de cardo, los boletus y champiñones silvestres”.

Por ello, este municipio del Señorío de Molina ofrece una multitud de oportunidades para el visitante. Una gran cantidad de alternativas que, a buen seguro, permitirá al caminante disfrutar de unos días de descanso, durante los que tendrá la oportunidad de recrearse no sólo con el patrimonio de la localidad. También con su historia y, por supuesto, con su entorno natural y medioambiental. ¡No te lo pierdas!

Bibliografía.
MARTÍNEZ GARCÍA, Julio. «La Masonería en Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2020.