Desactivar a Pedro (y a Daniel)

Daniel Jiménez, en el atril, durante la presentación de la Plataforma de apoyo a Pedro Sánchez.
Daniel Jiménez, en el atril, durante la presentación de la Plataforma de apoyo a Pedro Sánchez.

Los periodistas estamos obligados a guardar una distancia prudencial con los políticos. Casi tanto como con el sol. Lo necesariamente cerca como para conocer cosas, pero lo suficientemente lejos como para no quemarnos, tal como sostiene Gabilondo en El fin de una época (Barril&Barral, 2011), un librito nutritivo para todos aquellos que quieran dedicarse a la información política.

Me parece que es una reflexión que podría convertirse en un axioma de obligado cumplimiento en nuestra profesión. Los periodistas que coquetean y flirtean con frecuencia con los políticos acaban metidos en política o al servicio de intereses que nada tienen que ver con su oficio. Quienes los rehúyen o desprecian por completo acaban por no enterarse de casi nada.

Viene a cuento esta introducción para decir que no me une ningún tipo de relación personal con Daniel Jiménez. Ninguna es ninguna. Creo que nos hemos saludado unas cuantas veces en eventos públicos, y ya. Estas líneas no son un acto de adhesión particular, ni una soflama para apoyar ninguna causa. Son, simplemente, el reflejo de un análisis político. Quiero hacer esta precisión desde el principio para evitar ser triturado en la máquina del fango, que con tanta destreza manejan algunos zangolotinos de los bajos fondos socialistas en el lodazal de las redes sociales.

Machado escribió: “en política sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela”.

Daniel Jiménez ha demostrado en los últimos días que es de éstos últimos. Hay que tener muchos redaños para, siendo portavoz del Grupo Socialista en el Ayuntamiento de Guadalajara, atreverse a exhibir en público su respaldo a Pedro Sánchez e incluso a coordinar la plataforma de apoyo a éste en Guadalajara. Lo primero es una herejía que comparte con otros dirigentes de la tierra, como Magdalena Valerio o María Antonia Pérez León, ésta última aún miembro del Comité Federal del PSOE. Lo segundo es casi una temeridad en una región en la que las fuerzas vivas del aparato no cejan en su empeño de tumbar cualquier muestra de adhesión sanchista.

Porque lo fácil ahora en el PSOE es poner la vela donde sopla el aire: la Gestora, la abstención, la estabilidad, la “oposición útil”. Eduardo Madina, fría y cínicamente, lo expresó muy bien el domingo en El Mundo: “Hay quien piensa en sí mismo, luego en el partido y, por último, en el país”. Ya ven. Sánchez es un egoísta que antepone sus intereses espurios y personales. Sus adversarios, en cambio, son seres arcangélicos y filantrópicos que pululan por la política para servir a España.

De ahí que, más allá de la vaporosidad del pedrismo, cause cierta empatía la tenacidad con la que sus adeptos han emprendido la campaña para recuperar Ferraz. Convertido en un mártir por obra y desgracia de quienes le asestaron una puñalada, aupado por el fervor que convoca su no al PP y afilado el discurso más izquierdista (con la vista puesta en Hamon y Corbyn), el ex secretario general del Partido Socialista parece haber resucitado. Y claro, han saltado todas las alarmas en las terminales oficiales. También en Castilla-La Mancha. También en Guadalajara.

Jiménez es un político moderado, discreto, serio y prudente. Se quedó a un suspiro de ser alcalde de Guadalajara en 2015 y no ha tenido reparos en articular una labor de entente constructiva con el bloque que el PSOE tiene a su izquierda (Ahora Guadalajara) para armar una oposición sólida a Román. Digamos que predica con el ejemplo: Sánchez no propone entregar al PSOE a Podemos. Lo que defiende ahora –desdiciéndose de posiciones anteriores- es una estrategia política que pasa por la alianza de fuerzas progresistas que tienen denominadores comunes básicos. Sugiere una visión que supere el cortoplacismo y acepte la fragmentación electoral en la izquierda no como un fenómeno pasajero sino como un hecho consolidado. A partir de ahí, o existe un esfuerzo de entendimiento entre las formaciones de este espectro –algo que, por cierto, Podemos sigue sin entender- o hay PP para rato.

El trabajo de los socialistas en el Consistorio de Guadalajara demuestra que este partido no tiene nada que perder yendo de la mano del resto de la izquierda. Al contrario. Remarca su perfil progresista, potencia su acción política y no mina un ápice su grado de autonomía frente al Partido Popular. Quizá por ello su portavoz ha decidido desoír las consignas oficiales sin esconderse en la ambigüedad ni en la equidistancia.

En la comparecencia para presentar la Plataforma de apoyo a Sánchez, Jiménez fue un paso más allá y afirmó que se están dando ofrecimientos de “algún premio” por sumarse a la línea oficial del partido o de “castigos” por hacer lo contrario. “No sólo se habla de ofrecer algún premio a alguien por intentar sumarle a una causa todavía hoy desconocida, porque no se sabe muy bien que otro candidato o candidata está detrás de esos ofrecimientos, pero sí sabemos que incluso está la advertencia de un castigo por formar parte de la Plataforma de Apoyo a Sánchez”, tronó. El PSOE de Guadalajara, según leemos en Guadalajara Diario, ve “mala fe” en la denuncia de Jiménez. Y le exige que aclare “a qué tipo de presiones se refiere” o que se calle.

Es lógico que la dirección socialista salga al paso de las palabras del portavoz sanchista, aunque trasladar la cuestión al terreno de la “mala fe” o el dolo personal resulte desproporcionado.

Con todo, lo más descacharrante del comunicado remitido por el PSOE alcarreño se encuentra en el último punto. Dice: “También pedimos que si esta opción [la de Sánchez] no resulta finalmente elegida, sus integrantes sigan remando con la misma fuerza que lo han hecho otros militantes que han estado trabajando siempre, independientemente de los candidatos a los que hayan apoyado”. Supongo que se refiere al apoyo que recibió el ex líder socialista cuando la mitad de su Ejecutiva dimitió en bloque para forzar su defenestración. O cuando desde el PSOE de Castilla-La Mancha, de forma vergonzante y atrabiliaria, se atizó el fantasma del anticatalanismo para denigrar un eventual acuerdo secreto de Sánchez con los independentistas (por cierto, quienes así se expresaron, algunos de Guadalajara, deberían leer a Zarzalejos: Nunca hubo ‘operación Frankenstein’).

El caso es que, llegados a este punto, podríamos hablar de la oferta política ahormada por Sánchez, tachada de “roja” por los barones (es lo último, que un socialista esgrima como un insulto ser rojo). Podríamos hablar de la evanescencia de Patxi López. O de la ambigüedad de Susana Díaz, que este sábado, por cierto, estará en Azuqueca de la mano de García-Page. Podríamos hablar sobre la conveniencia de apostar por un Estado plurinacional, una banca pública, una renta básica universal o un gravamen especial a los robots que sustituyan al trabajo asalariado.

Podríamos hablar de todo ello, pero me parece que el debate de fondo en la pugna para controlar el PSOE palidece ante las zancadillas y codazos del aparathik. Porque no son menores, y porque además proceden de quienes en teoría están obligados a velar por la limpieza escrupulosa del proceso.

El PSOE debería estar centrado en canalizar una discusión que conduzca al rearme de un partido dinamitado por sus reyertas domésticas. La realidad, sin embargo, es que la consigna oficial es derribar a Sánchez. Ante todo. Como sea. Desactivar a Sánchez y frenar el entusiasmo evidente que está despertando su candidatura. Raúl del Pozo lo explicaba así en su columna de ayer: “Seguro que le cortarán los cables de alimentación y enviarán los mejores artificieros y hasta brazos mecánicos para inutilizar el detonador”.

Por lo que respecta a Guadalajara, Jiménez no quiso dar el nombre de ningún artificiero. Ignoro si hace bien, aunque es evidente que lo importante de las presiones no es tanto quién las ejecuta como quién las ordena.

Y no hace falta ser un sagaz investigador para certificar que la Gestora está usando los distintos aparatos regionales y provinciales afines para segar la hierba del sanchismo. Llamadas a alcaldes y cargos públicos, presiones a los cargos de confianza, uso de la comunicación institucional –no hay más que ver los perfiles oficiales asociados al PSOE en Twitter- y mensajes más o menos subrepticios en foros públicos y en redes sociales por parte de quienes ejercen responsabilidades orgánicas. Así funcionan los fontaneros de Ferraz, en Madrid y en provincias, y es bueno que la gente lo sepa. Primero porque desmiente el mantra del equilibrio orgánico que se arroga la dirección provisional del PSOE. Y, segundo, porque revela el caldo de cultivo en el que se dirime la batalla por el liderazgo socialista.

La laminación de la disidencia y la exigencia de obediencia a las directrices de la Gestora, que es tanto como decir de Susana Díaz, son una constante en el PSOE desde el infausto Comité Federal del 1 de octubre, cuando el Directorio de los barones consumó el golpe contra Sánchez. Negar esta evidencia empírica es tan absurdo como negar la rebelión que culminó, en palabras de Javier Fernández, en el “derrocamiento” del ex secretario general.

El PSOE es a día de hoy un partido desnortado, con un credo ideológico desvaído, sin un relato consistente y con una estructura orgánica devastada por las luchas intestinas, desde Ferraz hasta la última Casa del Pueblo. Las discusiones internas han sido una constante histórica entre los socialistas de Guadalajara, especialmente en la agrupación local de la capital, aunque se han recrudecido durante los últimos meses.

He escrito en El Mundo –puede leerse aquí-, la cadena de errores imputable a Sánchez. Sus torpezas, sus giros de cadera, su travestismo ideológico. Sin embargo, creo que se trata de un cadáver político restaurado por el estilo mortuorio de la Gestora, la inoperancia de la actual estrategia del PSOE y la falta de audacia de Susana Díaz, cuyas dotes de liderazgo no acaba de vislumbrar el común de los mortales.

Ni Sánchez ni Díaz parecen los perfiles idóneos para aglutinar voluntades en el PSOE después de la catarsis que supondrán las primarias. Quizá por ello la tercera vía de Patxi López tenga opciones. Ya se verá. Lo que sí está claro es que la vuelta de Sánchez obliga a la presidenta andaluza a bajar a la arena si quiere mantener sus aspiraciones. Eso ha disparado la inquietud en el aparato, y de ahí los relinches, los empellones y los nervios a flor de piel en instancias que anhelaban un camino de rosas. Se le va a hacer largo este trago al PSOE.