El ‘minijob’ de Román

Antonio RománEl Pleno del Ayuntamiento de Guadalajara rechazó el pasado lunes, gracias a los votos de los 14 concejales de la oposición, la propuesta de Antonio Román para liberarse un 80% con un sueldo de 60.000 euros. Esto significa que Guadalajara seguirá teniendo un alcalde a tiempo parcial, dado que siempre ha dejado claro que no piensa renunciar a la medicina para centrarse en su tarea política.

La propuesta de Román era un escándalo incluso para Guadalajara, un lugar en el que parece que nunca pasa nada; e incluso para Ciudadanos, cuyos ediles en el Ayuntamiento capitalino, a diferencia de su compañera en la Diputación, tienen la delicadeza de disimular que ejercen la oposición al PP. Y era un escándalo tanto en la forma como en el fondo. En la forma, porque llegó apenas 24 horas después de que Román fuera descartado para ser nombrado secretario de Estado para el Deporte. Y en el fondo, porque suponía bendecir el desdén de un dirigente refractario a dedicarse íntegramente a la ciudad que lleva una década eligiéndole como alcalde.

Tanto en el Pleno como en las redes sociales, Román enfatizó que seguirá siendo primer edil “con mi dedicación absoluta a la ciudad sin cobrar sueldo como alcalde. Así lo quieren ciudadanos, PSOE y Ahora”. Es una media verdad. O sea, una falsedad, en línea con el empeño del equipo de Gobierno en recalcar que el sueldo de Román iba a ser inferior al de Jesús Alique. Lo que no explica el PP es que éste ejerció de alcalde a tiempo completo y que el deseo de Román –cobrar 60.000 euros- es el máximo que contempla la ley con una liberación al 80%. Con el 100%, su nómina hubiera ascendido a 75.000 euros, casi 10.000 más que la remuneración de Alique en la legislatura 2003-2007.

Pero, al margen del salario, lo relevante es valorar si una ciudad de las dimensiones de Guadalajara puede disponer de un alcalde sin dedicación íntegra. Que juzgue cada uno, aunque la agenda municipal de cualquier político con visión de futuro y con verdadera entrega a este puesto resulta suficientemente elocuente de las necesidades del consistorio de una capital de provincia.

Lo que a estas alturas se antoja cínico y chusco es que Román alardee de no cobrar del Ayuntamiento o de emplear su tiempo de “ocio” en la medicina cuando su empeño ha sido siempre contemplar la Alcaldía como una especie de minijob, complementario de sus retribuciones tanto en el Hospital como en su consulta particular. Fue él quien hasta 2015 compatibilizó los ingresos como diputado con los de su labor en la sanidad pública y en su clínica privada. Fue él quien pidió el reingreso en el Hospital cuando perdió su escaño. Y fue él quien decidió compaginar su tarea médica por las mañanas y su trabajo en la Alcaldía por las tardes. Nada de esto es ilegal. Pero sí es patético que ahora trate de hacerse pasar por un mártir entregado en cuerpo y alma a sus vecinos, casi casi, por amor al arte.

Es evidente, y él tampoco lo ocultó antes de los comicios de mayo de 2015, que Román es alcalde de Guadalajara porque no puede ser otra cosa en política. Su pérdida de peso en el PP provincial y su guerra fría con Cospedal han frustrado sus ambiciones, si bien nunca ha quedado claro quién alimenta los recurrentes rumores sobre su ascenso a algún puesto en Madrid.

En todo caso, la cuestión es que Román no parece entusiasmado en su sillón de la Plaza Mayor, lo que condena a Guadalajara a tener un alcalde a medio gas. Esto es impropio de un dirigente responsable, pero además es algo absolutamente pernicioso e injusto para los ciudadanos de la capital. Para todos, no sólo para los que le votaron.