El Renacimiento se hace presente en Cogolludo

A finales del siglo XV aún no existía ningún edificio completamente renacentista fuera de la Península Itálica, hasta que en una modesta pero noble villa de la Sierra Norte, Cogolludo, se erigió el primero de ellos, llamado a ser el espejo en el que se mirarían muchos de los tesoros renacentistas que lo sucedieron. Su fachada almohadillada muestra aún hoy su majestuosidad a una Plaza Mayor porticada, que no hace sino realzar su belleza

En un contexto en el que la pandemia ya hace posible visitarlo, ADEL Sierra Norte lo subraya como uno de los emblemas de la comarca, cuya recorrido, perfectamente historiado por los guías locales, es visita obligada.

Para los últimos años de la Edad Media, el señor de Cogolludo y I duque de Medinaceli, don Luis de la Cerda, encomendó a Lorenzo Vázquez de Segovia la construcción de un palacio al gusto italiano en su villa. Dicho trabajo no fue algo casual, ya que el arquitecto se había pasado un año y medio entre la Toscana y Roma aprendiendo todo lo posible sobre el nuevo estilo renacentista surgido en las tierras itálicas. Aunque no hay una fecha exacta, hacia 1492 don Lorenzo culminaba el mandato del duque y colocaba la última piedra de lo que se convirtió en el primer edificio plenamente renacentista fuera del territorio itálico.

El palacio de los duques de Medinaceli de Cogolludo supone un punto de inflexión en la historia del arte y la arquitectura de la Península Ibérica, cuya imponente fachada exhibe un almohadillado muy en la línea del Palazzo Strozzi de Florencia. Pese a este aire italiano que envuelve toda la construcción, ésta tampoco está exenta de las peculiaridades de la sociedad ibérica que, celosa de su intimidad en el domicilio como herencia de la dominación islámica, el muro bajo de la fachada no presenta ni la más mínima abertura para dejar paso a la luz, algo que en los edificios itálicos es impensable. Sin embargo, en toda la fachada destaca la simetría más armoniosa, con una exquisita portada plateresca al centro y tres ventanales a cada lado del eje que corta el escudo ducal. Incluso los almohadillados a ambos lados de la entrada son idénticos, salvo en algunas zonas reconstruidas con mayor o menor fortuna durante el siglo XIX. Coronando el edificio corre una crestería llamada a ocultar el tejado del palacio desde la plaza.

Una vez en el interior del palacio, del que solo se conservan 1061 m2 de los 2750 que llegó a ocupar el edificio, sorprende la ornamentación mudéjar en la que más de 70 tipos distintos de azulejos decoran suelos y zócalos. Además, en el llamado “cuarto rico” se encuentra una chimenea de yesería que, aunque parcialmente mutilada, hace las delicias de quien la contempla.

Al edificio se le adosaban también 3250 m2 de jardines que emulaban a los de la familia Medici en Florencia, hoy desaparecidos, y que debían de ser la joya perfecta para esta corona de la que fue la villa reina del Renacimiento, no solo de la Sierra Norte, sino de toda la Península Ibérica.