Garrigues Walker, pregonero

Antonio Garrigues Walker, abogado y diplomático. // Foto: HD

El jurista Antonio Garrigues Walker viene hoy a Guadalajara a ofrecer el pregón de Navidad en la Concatedral de Santa María, creo que a partir de las ocho de la tarde. Me parece un perfil ideal para este tipo de actos porque Garrigues Walker, como excelente abogado que es, tiene la capacidad de hablar mucho sin decir absolutamente nada. Es un personaje fascinante que tuve la oportunidad de conocer y entrevistar para el diario El Mundo en octubre del año pasado, dentro de la serie de Los intelectuales y España en la que cada sábado tratamos de escarbar en la identidad y los problemas de este país. Me recibió en el imponente edificio de su despacho de abogados -el más grande de Europa-, situado en la lujosa calle Hermosilla, en Madrid. Fue amable y afectivo. Es un tipo extraordinariamente encantador en la distancia corta. Y, pese a que intenté pincharle con el problema catalán, logró permear una opinión sin ambages frente a la unilateralidad pero también sin la rémora de quien se muestra incapaz de ver los grises que plantea la complejidad de los problemas en democracia.

La cuestión es que su visita a la capital alcarreña me ha hecho desempolvar la entrevista publicada el 14 de octubre de 2017. Leída con los ojo de hoy, en plena marejada política y social por el Consejo de Ministros en Barcelona, tiene el valor de la templanza y la moderación, que son virtudes zaheridas y diría incluso que pisoteadas en la política de nuestros días. Cuando se publicó, ya había pasado el referéndum ilegal del 1-O y estaba en capilla el desenlace de la declaración unilateral de independencia, como estrambote a un proceso soberanista que no logró más que tensar la cuerda de la convivencia al precio de elevar el umbral de apoyos al independentismo.

Ha pasado más de un año y, pese a los agoreros y pirómanos de un lado y de otro, estamos mejor que entonces. No solo porque se ha evitado la intervención de la autonomía catalana, sino porque el tibio canal institucional abierto tras el restablecimiento de relaciones entre el Gobierno y la Generalitat ha permitido destensar el ecosistema, por mucho que los CDR se empeñen en cortar carreteras. No existe, ni de lejos, la crispación política de otoño de 2017 ni tampoco la convulsión social ni la fuga de empresas al ritmo que entonces se producía. Basta tener raíces y familia en Cataluña para constatarlo. Cuestión diferente es que el conflicto político, por así llamarlo, siga lejos de resolverse. Es más: tal vez se trata de un problema, como ha escrito Enric Juliana, irresoluble.
Entre quienes son partidarios de aplicar un 155 a fondo y duradero que, en la práctica, supondría la liquidación del autogobierno, y quienes abonan la estrategia del statu quo –es decir, quedarse quieto, como hizo Rajoy-, media la senda de la política, que no consiste en otra cosa más que en disponer la voluntad de alcanzar soluciones mediante el diálogo y la negociación.

Sánchez apuesta por la distensión, pero no puede abrirse a celebrar un referéndum de autodeterminación. Torra y el independentismo, con la Generalitat bloqueada y el Parlament sin una mayoría clara para legislar, necesita oxígeno. Pero no puede abrazar el marco autonómico mientras su ventrílocuo alienta el Consell per la República en Waterloo. El resultado es el mantenimiento de un cauce institucional que permite a ambos sobrevivir: a Sánchez, con el Presupuesto; a Torra, con seguir mareando la perdiz sin dar pasos de naturaleza jurídica hacia la segregación.

Es posible que el PSOE pague caro en las urnas la operación política de dialogar con los independentistas. El tridente de la derecha (PP, Cs y Vox) ha encontrado un filón de fácil venta a ojos del resto de los españoles. La cuestión es que esta hoja de ruta, como sostiene Garrigues Walker, facilita el “diálogo” en Cataluña y relega “a los sectarios”. Quizá no es suficiente para ganar elecciones, aunque sea lo más responsable.
En la mencionada entrevista, Garrigues rechazó establecer una comparación entre el procés y el golpe de Estado del 23-F, negó que la reforma del Estatut fuera el detonante de la desafección, abogó por el regreso del independentismo al “sistema constitucional y legal”, y se mostró partidario de abrir el melón de una reforma de la Constitución para abordar la crisis territorial. Y me dijo una cosa que me parece fundamental en este momento: la necesidad no sólo de ejecutar medidas políticas o recurrir a los tribunales para ventilar un problema de raíz política, sino de desplegar un discurso lo suficientemente persuasivo como para evitar que el 48% de apoyos al independentismo se convierta en una mayoría cualificada. Este extremo resulta esencial porque, si eso ocurriera, los partidarios de la secesión ganarían la batalla no de la legalidad, pero sí de la legitimidad.

Hijo de un diplomático que fue ministro de Justicia en el primer gobierno de Arias tras la muerte de Franco, presidente de Citroën y la Cadena SER; su hermano llegó a ser ministro de Obras Públicas y Urbanismo del segundo gobierno de Suárez, y diputado de UCD. De credo liberal, goza de un vínculo excelente con la Corona, la patronal y todo el arco político del 78. También se ha ocupado de tejer estrechas relaciones con el empresariado catalán y con actores clave de la sociedad civil de esta comunidad. Pilarista, premio Blanquerna de la Generalitat y con una extensa red de contactos en EEUU. Escribe con frecuencia en el ABC y en La Vanguardia.

No es que Garrigues Walker tienda puentes; es que él mismo es un puente. Precisamente, lo que más se necesita ahora a una orilla y otra del Ebro.