Huida hacia adelante de Rayet: el disparate de Alovera Beach

La prensa nacional recogió con detalle la presentación del proyecto de Rayet en Alovera. // Foto: HD

No estaba muerto, estaba enladrillando. Félix Abánades ha regresado a la primera plana con la presentación del megaproyecto Alovera Beach –no me digan que el nombre no es cuqui- que el Grupo Rayet piensa promover en este municipio del cinturón industrial de Guadalajara. Los datos son apabullantes tirando a temerarios. La constructora alcarreña planea construir la que publicita como “playa artificial más grande de Europa”. En realidad, se trata de una laguna de 25.000 metros cuadrados circundada por un arenal de otros 15.000 metros. Y todo ello, que no falte de nada, aderezado con zonas para el esparcimiento y restauración que, según la empresa, servirá de gancho a un desarrollo urbanístico que incluye 4.000 viviendas nuevas en Alovera, de las cuales 1.200 se encargará de construir Quabit, empresa de la que el propio Abánades es accionista de referencia.

El canje es el siguiente: Rayet cede el 30% de los terrenos donde se ubicará este proyecto a Quabit a cambio de acciones. Tras esta operación, el empresario pasará a tener el 29,5% de la inmobiliaria. Y así, todos contentos: el amigo Félix aumenta considerablemente su participación en Quabit, los madrileños tendrán una playa para refrigerarse en su creciente colonización del Corredor y Alovera pasará de los 12.000 habitantes de ahora a 30.000. “A los que nos gusta bañarnos en la playa, no tendremos que ir a Valencia”, dijo Abánades a El País. Arrea. El Caribe en la Campiña.

No me negarán que este despropósito, que iría adosado a una inversión global de 15 millones de euros, rezuma un aire nostálgico. Me ha recordado a aquella época de vino y rosas en la que los ejecutivos engominados se paseaban ufanos por la calle Mayor, mientras Amparito Roca colgaba cada día el cartel de completo. Fue una burbuja corrosiva y embriagadora que condujo a la peor crisis económica que ha atravesado este país en su historia contemporánea. Pero lo pasamos bien. Mejor dicho, algunos lo pasaban bien y tienen ganas de alargar la fiesta: carteles de venta y alquiler por doquier, promociones mastodónticas, kilómetros y kilómetros de unifamiliares dispuestos a convertir la Alcarria en un remedo del american way of life.

Y así nos fue, claro. La caída resultó directamente proporcional al ascenso. La Guadalajara urbana es ahora un corredor al sol de Madrid que, aferrado a la logística, suspira por aquello que un día llegó a ser.

Quizá por eso el spot de Rayet ha sido acogido con júbilo por la prensa, incluida la nacional. Todos los periódicos, los de información general y los salmón, se han hecho eco de un proyecto megalómano que pretende tender una playa nada menos que entre las urbanizaciones y los polígonos del Corredor del Henares. Pocos medios han recordado que la sociedad que se encargará de habilitar la playa, la multinacional Crystal Lagoons –de origen chileno y capital estadounidense- intentó llevar a cabo un macrocomplejo de ocio y casinos en el municipio madrileño de Torres de la Alameda. Ya se sabe que estas cosas tienen mejor entrada en los secarrales de la España interior. Pero ni aun así. El proyecto fracasó porque la Comunidad de Madrid se negó a conceder el permiso pertinente. Aquí la Junta de Castilla-La Mancha, por boca de la consejera de Fomento, ya ha dicho que “controlará” Alovera Beach para que no ponga en riesgo el abastecimiento de agua en la zona. Veremos.

La quimera que Rayet ha puesto encima de la mesa, se mire cómo se mire, es un completo disparate.

Primero, porque no es ni realista –por su volumen y los plazos acotados-, ni sostenible teniendo en cuenta el derroche hídrico que supondría: la propia compañía ha admitido que la playa tendría una profundidad máxima de dos metros y medio, lo que se traduciría en 30.000 o 40.000 metros cúbicos de agua.

Segundo, porque contempla un número desproporcionado de viviendas en un área en la que las inmobiliarias ni siquiera han terminado de dar salida al stock del boom de la construcción.

Tercero, porque vuelve a abonar la teoría de que el futuro se gana apoyándose en ensoñaciones alejadas de una planificación racional.

Cuarto, porque reactiva el ladrillo no como motor de generación de empleo sino como monocultivo de una economía supeditada a los delirios de constructoras ávidas de publicidad.

Y quinto, porque lanza el mensaje de que Guadalajara cuenta con los suficientes recursos hidrológicos como para permitirse el lujo de disponer de la playa más grande de Europa, justo en un momento en el que la provincia clama por el expolio de su auténtico mar natural, que son los pantanos de la cabecera del Tajo.

Éste último punto es particularmente sangrante, sobre todo, a la vista de la repercusión nacional que ha alcanzado la idea. Dañar la imagen de Guadalajara en un momento tan delicado para Entrepeñas y el resto de pantanos y ríos de la provincia, erosionar de esta manera el mensaje central de quienes abanderan la lucha del Tajo, resulta lacerante.

La alcaldesa de Alovera considera un “sueño” este proyecto. Quizá lo sea de un modo literal. Porque los números que lo acompañan resultan surrealistas y no parece creíble, pese a la coyuntura económica de recuperación, que pueda materializarse. En tal caso, el anuncio de esta iniciativa se habría quedado en una monumental y exitosa operación de imagen, coincidiendo con el punto de inflexión que atraviesan sus promotores.

Félix Abanádes y sus empresas han pasado una auténtica travesía del desierto a lo largo de los últimos años. Quabit alcanzó en 2015 un acuerdo con Sareb (la sociedad que aglutina los activos tóxicos del ladrillo) para refinanciar su deuda de alrededor de 200 millones de euros y una ampliación de capital de 45 millones de euros que marcó, según la firma, “el inicio de un nuevo ciclo estratégico centrado en la creación de valor y el regreso al crecimiento”. Actualmente, Quabit Inmobiliaria tiene 1.600 viviendas en comercialización repartidas en 18 promociones, además de una cartera residencial de casi un millón de metros cuadrados para desarrollar 4.700 casas, lo que supondría rebasar su objetivo de promoción hasta 2021, que está fijado en 4.090 viviendas.

En el primer trimestre de 2017, Quabit obtuvo un beneficio de 1,71 millones de euros, en contraste con los números rojos de 2,2 millones contabilizados en el mismo periodo de 2016, según informó la empresa. Esta ganancia procede de las quitas de deuda pactadas en su refinanciación. La cifra de negocio de la inmobiliaria cayó un 91,7%, hasta los 1,20 millones, como consecuencia de la brecha entre la terminación del stock de pisos finalizados y las nuevas promociones que aún no estaban en fase de entrega.

Rayet también las ha visto de todos los colores. Tanto el Grupo Rayet como algunas de sus divisiones, como Rayet Construcción, se han visto abocadas durante estos años a la quiebra. El grupo presentó concurso de acreedores en diciembre de 2012 con una deuda de 528,5 millones de euros. Salió de concurso en enero de 2016. La compañía aseguró que “la compañía resultante es una empresa saneada que retoma de manera inmediata su actividad habitual”. Rayet Construcción, una de las filiales más importantes de este emporio, arrastraba un agujero de 34 millones de euros cuando en julio de 2013 salió de concurso.

Se entiende que, tras este camino tortuoso, Abánades quisiera volver al ruedo por todo lo alto. Lo que ya resulta menos comprensible es que tache a Alovera Beach de “regeneración urbana”. Porque este engendro urbanístico puede ser todo menos regeneración. En realidad, puede considerarse una huida hacia adelante en un intento de una de las viejas glorias de la construcción de recuperar la posición perdida.

De hecho, el portal especializado Idealista.com, una referencia en el sector, sembró dudas sobre la decisión de Quabit en febrero de ir a nueva ampliación de capital -la segunda de la sociedad desde que se creó tras la fusión de Astroc con Rayet Promoción y Landscape en 2008- para hacer frente a su plan estratégico 2017-2021, que consiste principalmente en comprar suelo en Madrid. La inquietud, absolutamente lógica, procede del hecho de ser una compañía que tiene la necesidad de seguir refinanciando su deuda y “cuyo activo principal es suelo rústico o en gestión urbanística para ser finalista”.

No se trata, obviamente, de oponerse a los proyectos de constructoras que, como Rayet, han contribuido a crear empleo y riqueza en Guadalajara. De lo que se trata es de no repetir los errores del pasado, de no volver a tropezar con la misma piedra del desenfreno y el pelotazo. ¿Será verdad que no hemos aprendido nada después de la crisis?