De la Sierra Pela al Tremedal. Pedaleando por el Camino del Cid en Guadalajara

I.- Desde El Destierro hasta la Algada de Alvar Fáñez

Los caballeros, esforzados de la ruta, entran en Guadalajara, pedaleando, desde Lumias, encajonado enclave entre riscos, que bien podría ser ancestral refugio de lamias y anjanas, conjuradas por repobladores norteños; también lugar con pastos, agua y cobijo donde resguardar el rebaño camino de la trashumancia. A poco, Retortillo, ya en el límite con Guadalajara: “No son molinos, amigo Sancho, aunque tampoco gigantes, y bien a mi pesar, sino torres almenadas y atalayas cidianas las que en el horizonte emergen”. “Que no mi señor, que son molinos, y además de viento, que mis pocas entendederas ven elevarse hasta el cielo soberbias columnas y gigantescas aspas y hasta el rumor de su ondear incomoda a mi pollino como habría hecho con Babieca, si en verdad existiera”.

Bajando a Miedes con Atienza al fondo
Bajando a Miedes con Atienza al fondo

Traspasan la raya que antaño fuera límite morisco y hogaño artificiosa frontera entre las dos Castillas; nada sugiere que estén llegando a La Mancha ni se aprecian diferencias raciales entre una y otra en las aliagas mesetarias, en las flores roqueñas ni en las undosas lomas, donde, seguro, en la peña del Cid, “ellos fueron a acampar”; en lontananza, Ocejón y en cercanía, Alto Rey, poco saben de manchas, como no sean de nieve, en esa su altivez que cobija la arquitectura, negra o dorada; y ya casi a tumba abierta se despeñan entre roquedales, llegando a Miedes, asiento de pobladores en el neolítico y de celtas y romanos en el bajo medievo; enseguida, Romanillos, con iglesia románica de casi setecientos años de antigüedad o con chozones de pastores y labradores, de más de un siglo, de cuando esta tierra fue próspera en ganado y cereal.

Pronto se vislumbran en lontananza iglesias, ermitas y castillo de Atienza, “una peña muy fuerte”, hoy digno cobijo de museos, y ella misma una pieza más, viva, rica y bien dotada; resuenan ecos de los cascos de los caballos y los pedales se antojan estribos de las monturas de los arrieros que llevaban al rey niño camino de su liberación; la trova de juglaría al amanecer, “ya apunta en el horizonte y aparece Villalar”, parece que nos evoca al atencino Juan Bravo o la Mendoza María Pacheco y en su honor suenan la dulzaina y el tamboril.

Subiendo junto al castillo del Cid en Jadraque
Subiendo junto al castillo del Cid en Jadraque

Tras los cerros volcánicos de La Miñosa emerge El Otero y, a sus pies se recuerda la afrenta de Corpes, entre lo que antaño fuera el robledal y que lindaba, allende la encina, con el país de la plata, país que, en sucesivas afrentas, como toda la comarca, pasó del esplendor a la ruina, de la pujanza a la despoblación. Castellanos duros que se resisten a desaparecer, “que si los pinos ardieron aún nos queda el encinar”, y el rebollar y el sabinar, aunque les gustaría que se les apreciara y valorara por mucho más, que tenerlo lo tienen, buen canto, buena tierra, buen yantar.

Unas pocas leguas cicloturistas más, por Congostrina, La Toba, Castillblanco, y a un lado Pinilla con su iglesia románica, les conducen a Jadraque y al lugar “llamado Castejón, el que está junto al Henares, donde Mío Cid se emboscó, con aquellos que trae”. Castillo del Cid, sí, pero si hay que emboscarse, mejor con aromas de breve, cabrito serrano o migas de pastor y mejor aún si es una noche de San Juan, entre torres y adarves. Les despiden Jovellanos, cual Cid moderno (“Yo no sigo un partido sino a la santa y justa causa que sostiene mi patria”) u Ochaita, cual juglar compasivo de los esforzados y sufridos exploradores del Camino (“qué sensual tacto de montes, qué desholladura de sendas…”)

Llegando a  Pelegrina
Llegando a Pelegrina

La siguiente algarada, a golpe de pedal y tamboril, les basta para llegar hasta Utande, recién pasado San Acacio, con loas y danzas, como tantas en estas tierras, y sus compases se armonizan con la comparsa de los “dulcidclistas”, ya camino de Hita la de Juan Ruiz, en larga jornada, quemando leguas a pesar de la fatiga, bien entendida hasta por el mismo Arcipreste: “cuando el tiempo fue pasando, fuime desentumeciendo, como me iba calentando, así me iba sonriendo”. Estamos en tierra de cruce de caminos, el del Cid, el de la lana, el de Santiago, y muy cercano el del Arcipreste; ellos sirvieron para forjar nuestra historia a base de espadas, arados, cruces y cálamos que llenaron las horas de nuestros antepasados con guerras, terruño, religión y letras. Cerro perfecto, festival medieval y una plaza almenada que de nuevo escucha ecos de dulzainas y atabales, en otro momento de clarines y timbales. Pifian los caballos, resoplan los caballeros y clavando espuelas y rastrales galopan acicateados: “Con osadía corred, y por miedo no dejéis nada, más allá de Hita y por Guadalajara”.

En Ciruelas, siguiendo por el ramal de Alvar Fáñez, quedan una iglesia y una cruz dignas de una catedral, un palacio y lo que fue de un castillo y en Sopetrán, un monasterio de raíces visigodas digno de mejor destino, como dignos fueron Ovila, Bonaval, o San Salvador; dejando arriba, a un lado, Torija, por donde pasara Don Camilo, cavilan mientras avanzan los viajeros, él a pie y los viajeros en sus máquinas, y ya que no de cornejas…: “no se oye más que el piar de las golondrinas y el canto de las alondras”.

II.- Tierras de Frontera y de Taifas

Parada y fonda en Guadalajara, valle de los castillos o río de piedras que, desbordado, se llevó un día iglesias, palacios o conventos, aunque queda un gran palacio, muchas iglesias, un Tenorio y un mundo de cuentos. Un nuevo salto, unos miles de pedaladas más, “se van Henares arriba a toda velocidad”, les llevan hasta el cañón del Río Dulce, entre acantilados, adelantando peregrinos hacia el jubileo seguntino, y ya en Pelegrina de nuevo almenas y cortados son escenario de redobles y pasodobles, allí donde el naturalista practicaba su cetrería y reclutaba mesnadas para proteger a la madre Tierra (“…el ejército de los que un buen día dijeron que había que hacer algo para proteger a una Madre que no se queja…”).

Enseguida en la ciudad mitrada les ampara su catedral-fortaleza con su Porta Coeli, ya casi milenaria como el propio Mío Cid. En ella, el protagonista de “la más bella escultura fúnebre de España”, quizás no leyendo el poema cidiano pero, por qué no, testimoniando su propio canto a las armas y las letras; buen lugar, también, para repostar y para derribar almenas y murallas, como aconteciera en Jericó, a los sones de trompeta o, si no, de su modesta hermana la dulzaina. Poco después Barbatona acoge a los peregrinos de esta moderna religión, entre cultural y deportiva, como lo hacen en su sede otros muchos santuarios en las cuatro comarcas de nuestra tierra, de la Antigua, de Enebrales, de la Hoz, del Madroñal…

Junto a la iglesia románica de Jodra
Junto a la iglesia románica de Jodra

Llora el románico en Jodra y otras piedras, en la casa de su nombre y de Lino Bueno, les reciben en Alcolea, ya camino de Anguita: “por las cuevas de Anguita ellos pasando van”: salón de la primera Diputación tras doscientos años, cuevas de Longorza tras novecientos, que verían cobijarse a toda la mesnada del Cid; camino adelante, “cruzaron los ríos, entraron en campo Taranz”, por la Calle Mayor de la Celtiberia, la torre de la Cigüeña, la milenaria iglesia de San Pedro o la Peña del Águila vigilan su paso, como antaño hicieran musulmanes o romanos en su discurrir hacia el poblado celtibérico de La Cerca, merecedor de una mínima, o siquiera alguna, atención.

Adelantan a un grupo de caminantes que, bien capitaneados por guías senderistas y cronistas ilustrados, discurren por el valle del Tajuña, a la caza de diablos en Luzón, que estamos en tierra de botargas y mascarones: diablos en las paredes, en las barandas, en el museo y por las calles en Carnaval, persiguiendo a mascaritas y visitantes: “este año lo hemos retrasado por las nevadas y el mal tiempo”.

En tierras de Molina, fin de ruta por Guadalajara
En tierras de Molina, fin de ruta por Guadalajara

Abandonan el cauce del río, uno de los cuatro principales que surcan nuestras cuatro comarcas, Henares, Sorbe, Tajo y Tajuña, que antaño hollaran pasos de escritores, pintores, guerreros o pastores. Y “cruzando los montes, los que llaman de Luzón”, atraviesan tierras maranchoneras para adentrarse en las de Soria, camino de Layna, donde el Camino, en lo que a Guadalajara se refiere, parece sumergirse en una sima, como las muchas que horadan las tierras de Molina, para emerger de nuevo, allende la sierra, y tras el Poyo del Cid, en tierras de la sexma de El Pedregal.

Pasado El Pobo, meseta castellana, museo etnológico, melodías a los cuatro vientos, Molina les acoge con referencias al rey moro Abengaldón: “han entrado en Molina, buena y rica plaza” que, aparte de historia, cultura y gastronomía, ofrece maravillas geológicas en toda su tierra. Les envuelve el rumor del arroyo en el crepúsculo y el fragor de la tormenta en la alborada entre las piedras bermejas de La Hoz; en los farallones parece esconderse la sombra de la pastora que descubrió a Santa María de Molina. Cual eremitas pernoctan en la hospedería, y en la capilla, ya al amanecer, suena, como en ningún otro sitio, una marcha procesional.

Los ciclistas abandonan Checa
Los ciclistas abandonan Checa

Los caballeros pedalean por el Alto Tajo, allí la tormenta les acompaña, sobrecoge, y acobarda y, como diría el ganchero: “…Los días de nevisca o lluvia, notamos hasta la humedad en los huesos, el cansancio y la noche a la intemperie”. Escalera, Almallá y sus salinas olvidadas como todas, Terzaga…, y Chequilla les sorprende como esperando un rito ancestral y celtibérico entre sus rojizas peñas areniscas, su atávica plaza de toros y sus rojialbas casas; y rito es el conjuro que ejecutan las gaitas en soledad, aunque sólo sea para las piedras, los recuerdos y los fantasmas de los, en un día lejano, pastores trashumantes, presentes en el cercano centro checano de Interpretación de la Trashumancia. Checa se despereza, presumiendo de bella, a la espera de un futuro turístico rural prometedor y, ya camino de Alp-Racin, se siente la berrea en Orea anunciando la llegada de una nueva vida a tierras que nunca deberían sentir la amenaza de la despoblación, en esta nuestra Laponia castellana.

Abandonan los viajeros nuestra tierra, “valle de los castillos” por extensión, en las últimas pedaladas camino de la Sierra del Tremedal, dejándose guiar por los torrentes de rocas, también “ríos de piedras” que discurren, más allá de la Sierra de Gúdar hacia parajes del Levante, como el Mío Cid a la conquista de nuevas plazas y más aguerridas aventuras, en su caso cicloturistas a golpe de dulzaina y tamboril.

(Siguiendo la ruta de Los Medicid en primavera de 2016 y 2017 y otoño de 2018. Con fragmentos y frases del Cantar del Mío Cid, Nuevo Mester de Juglaría, Juan Ruiz Arcipreste de Hita, Gaspar Melchor de Jovellanos, José Antonio Ochaita, Camilo José Cela, Félix Rodríguez de la Fuente, José Ortega y Gasset, Antonio Herrera Casado, José Luis Sampedro)