La visita angelical a Lupiana

Guadalajara es una tierra de leyendas. En la práctica totalidad de municipios existe –al menos– una historia enraizada en la tradición oral. Desde apariciones marianas a relatos de amor entre árabes y castellanos, pasando por avistamientos de OVNI´s, tesoros escondidos o, incluso, casos de espíritus. De esta última categoría, el ejemplo más conocido es el de Manuela, quien –según cuentan algunas voces– habita en el castillo de Riba de Santiuste, al norte de la provincia.

Sin embargo, no es el único relato parecido. También hay quien menciona la aparición de la reina Doña Blanca en la fortaleza seguntina –hoy reconvertida en Parador Nacional de Turismo– o de cánticos angelicales en el Monasterio de San Bartolomé de Lupiana, ahora reinterpretados como un suceso espectral. Precisamente, nos queremos centrar en el ejemplo lupianero, que se constituye como una de las narraciones arriacenses más desconocidas.

Se trata de una leyenda con mucha historia a sus espaldas. De hecho, el cronista provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado, ya la mencionaba el 17 de febrero de 1973, en un artículo publicado por «Nueva Alcarria». Aseguraba que en el siglo XVII –el 28 de agosto de 1630– se había producido un milagro en el cenobio –habitado, todavía, por monjes jerónimos–, donde los religiosos habrían escuchado una música celestial, sin poder identificar la procedencia exacta de la misma. La mentalidad del momento –hace 400 años–, llevó a los testigos a atribuir en fenómeno a un «coro de ángeles».

El suceso habría ocurrido cuando la comunidad de profesos regresaba a su morada, tras la realización de una procesión en honor a San Agustín. Justo cuando iban a acceder al cenobio, se levantó un viento veraniego –el típico que antecede a las tormentas estivales–, que hizo remover las vestimentas de todos los frailes. Entonces, “comenzaron a oírse unas «músicas suavísimas, con tan excelente armonía, que los puso a todos en rara admiración»”.

Los presentes, anonadados, no fueron capaces de identificar en qué idioma se realizaban las entonaciones. En un principio, “hubo quien pensó que se trataba de la música de los cantores del convento, aunque viendo que todos estos intérpretes iban en procesión rezando con los demás, vieron que esa explicación no era posible”, narraba fray Francisco de los Santos, en su libro «Cuarta parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo».

Por ello comenzaron a brotar las teorías. Muchas de ellas, “juzgaron que el suceso era cosa del cielo”. En primer lugar, por la altura de la que procedían los cánticos, pero –al mismo tiempo– “por lo nuevo y raro de la armonía”, así como “por el efecto tan superior que causaba en los ánimos”. Y “porque en aquel desierto y soledad, y a la hora en que se estaba produciendo, no hallaban su posible procedencia”, aseguraba fray Francisco de los Santos. “Ni un momento cesó el concierto celestial, hasta que, puesto otra vez el Santísimo en el Sagrario, la calma se adueñó de la atmósfera”, se complementaba en «Nueva Alcarria», el 17 de febrero de 1973.

Una vez concluido el hecho, se sucedieron “los alegres comentarios y las doctas disquisiciones” entre los religiosos. Todos tenían una opinión al respecto. “La prudencia del General de la Orden, fray Francisco de Cuenca, le llevó –pasados los primeros días de algarabía y pasmo– a promover una información jurídica acerca de lo acaecido, en la que declararon todos los testigos del acontecimiento”, relataba el cronista arriacense.

De esta forma, el caso llegó al Santo Oficio, cuyos miembros –y tras las pesquisas oportunas– lo declararon como «hecho milagroso». “La aparición en el Monasterio de Lupiana de esta música desconocida, muy suave y melódica, fue atribuido a un coro angelical de origen celestial”, explica el investigador Ángel Arroyo, en su libro «Prodigios y Misterios de la Provincia de Guadalajara», al que se puede acceder en este enlace.

“Como colofón a tan venturoso suceso, el General de la Orden, que también era el prior del cenobio de Lupiana, pidió que –en la bóveda del coro de la iglesia conventual– se pintaran escenas representando el milagroso acontecimiento”, relata Antonio Herrera Casado. Así, el lance se plasmó “con muy buena traza, disposición y colorido, en un cuadro muy capaz, donde se veía la procesión y, en lo alto, bellísimos ángeles, repartidos en diversos coros, que poblaban el aire”, se complementaba en «Cuarta parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo».

De esta forma, la mencionada leyenda pasó a formar parte del patrimonio guadalajareño. Sin embargo, no todo han sido buenas noticias. “Desgraciadamente, la composición pictórica no ha llegado hasta nuestros días. Ni siquiera el coro, que se derrumbó producto del abandono y del estado ruinoso del Monasterio de San Bartolomé de Lupiana”, denuncia Ángel Arroyo.

La importancia de la música
Lo que sí hemos podido conocer en la actualidad ha sido la leyenda del cántico angelical, que en los últimos tiempos ha sido reinterpretada como una supuesta aparición fantasmal. Lo que es cierto es que “la vida de los monjes jerónimos fue siempre muy criticada, pues muchos pensaban que debían dedicarse a otras labores mucho más mundanas y de mayor provecho, en lugar de tanta música cantada”, relata Ángel Arroyo. Por tanto, “la intervención de unos ángeles cantores, acompañándolos en el coro, era la mejor justificación de su actividad”.

“Es muy posible que esta idea hubiera arraigado en la Congregación desde sus comienzos y que se convirtiera en un pilar de su tipo de religiosidad”, confirma Arroyo. “El pensar que los ángeles celestiales canten conjuntamente al lado de los monjes justificaba y daba sentido a toda una vida monástica muy dura y llena de sacrificios”.

Pero, ¿cuál fue el contexto en el que se produjo esta supuesta aparición? “El Monasterio de San Bartolomé de Lupiana fue donde arraigó la Orden de San Jerónimo, para luego expandirse con éxito por Castilla y Portugal”, confirman los estudiosos. “Su construcción, como cenobio propiamente dicho, comenzó en el año 1474, sobre una ermita ya existente dedicada al santo, que databa de 1330 y que existí en el mismo emplazamiento”.

La congregación religiosa se diferenciaba de las demás por su dedicación a la música, “con una pasión especial por los cantos corales”, se explica en «Prodigios y Misterios de la Provincia de Guadalajara». Precisamente, “el coro y la oración contemplativa eran la base fundamental de su ocupación al cabo del día, quizá de una forma demasiado exclusiva”. No en vano, “los jerónimos fueron unos grandes propagadores del concepto de los ángeles músicos y cantores durante la liturgia”. Y fue en ese contexto en el que se produjo el fenómeno de Lupiana.

Por tanto, en esta localidad arriacense se combinan a la perfección la tradición oral, la historia y el patrimonio monumental. “El Monasterio lupianero se trata de un complejo con una iglesia de planta basilical –de finales del siglo XVI– y tres claustros. En la cabecera aparece uno de estilo plateresco, de dos plantas en cada banda, salvo en la norte que es de tres pisos”, explican desde la Junta de Comunidades. “El claustro grande es una de las joyas del Renacimiento Español, siendo diseñado y dirigido por Alonso de Covarrubias en 1535”. Una magnífica propuesta para conocer un poquito más la provincia de Guadalajara. ¡No te lo pierdas!

Bibliografía
ARROYO BENITO, Ángel. «Prodigios y Misterios de la Provincia de Guadalajara». Guadalajara: Océano Atlántico Editores y AACHE Ediciones, 2021.
HERRERA CASADO, Antonio. «Milagro en los Jerónimos». Guadalajara: Nueva Alcarria, 17 de febrero de 1973. Página 6.
SANTOS, Fray Francisco de los. «Cuarta parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo». Edición original: siglo XVII.