Las grietas en la defensa del Tajo

Viaducto de Entrepeñas desde Alocén. Foto: Río Tajo Vivo.
Viaducto de Entrepeñas desde Alocén. Foto: Río Tajo Vivo.

La plataforma Río Tajo Vivo anunció el domingo por la noche en un durísimo comunicado que abandonaba la defensa de la cabecera del Tajo: “No vamos a luchar por algo por lo que los habitantes ribereños de la zona implicada en su mayoría viven con el problema como asumido y aceptable, en la mayor parte de ocasiones desinformados y sin mover un dedo para ponerle fin a la situación”.

Cualquiera que haya estado vinculado a una causa cultural, social o medioambiental en el medio rural sabe que el mayor problema para romper la burbuja que supone el silencio alrededor de lo que ocurre en la España vacía es el desdén y el pasotismo de los propios. Lo que ocurre en el Tajo no es inusual en los pueblos. El castellano desprecia cuanto ignora, pergeñó Machado. Conviene apelar a su herencia comunera, ese hito perenne de la rebeldía castellana. Pero lo cierto es que el lugareño de estas tierras suele mostrarse sobrio, silente y resignado por definición. Y ahí empieza la derrota.

Perdón por la autocita. El mes pasado escribí en este mismo espacio un artículo, titulado “Ribereños: entre la protesta y la frustración”, en el que me hacía eco del desgaste que arrastra una causa tan justa como olvidada. El trasvase Tajo-Segura es una realidad que se alarga ya casi cuatro décadas y es también, a día de hoy y no parece que vaya a cambiar en el plazo corto, una realidad inamovible e incuestionable en la política nacional. No existe, pese a que los periodistas solemos tender a usarlo como latiguillo, una verdadera guerra del agua. El desequilibrio de fuerzas entre los políticos y los regantes de Levante y los 22 pueblos de la Asociación de Municipios Ribereños es de tal magnitud que éstos apenas pueden causar rasguños, pero no condicionar la política hidrológica de España.

La defensa del Tajo siempre se ha visto mermada por la escualidez del censo (la región de Murcia, uniprovincial, tiene prácticamente la misma población que toda Castilla-La Mancha), el escaso peso político en el ámbito nacional del Gobierno regional (sea del color que sea), la desunión entre los partidos políticos y las asociaciones implicadas, y la propia desvertebración de una comunidad autónoma en la que la cabecera del Tajo y el Tajo medio (Toledo, Talavera) parecen escenarios tan cercanos como lejanos.

Este cóctel de factores explica que las caravanas que están organizando los ribereños cuenten con una afluencia discreta, por no decir residual, o que la protesta alrededor del trasvase apenas halle resonancia en los medios de información general, pese a encontrarse la cabecera al 14,5% de su capacidad.

En mi anterior artículo dije también que “una protesta es útil cuando combina la tenacidad con un objetivo viable a medio o largo plazo”. Creo que esto no se ha conseguido nunca a la hora de fijar una estrategia en la defensa del Tajo. La Junta de Castilla-La Mancha ha ido por su lado, los ribereños por otro (ahora parecen cohesionados, en otro tiempo no lo estuvieron) y las plataformas muestran un tesón que no alcanza para contrarrestar al lobby de los regantes.

¿Por qué el expolio del Tajo se cubre con un manto de silencio? Porque es un asunto que la política nacional da por amortizado. Tanto PP como PSOE soportan con facilidad el pataleo de los cuatro gatos que salimos a protestar en La Alcarria o en Talavera, mientras la industria levantina acredita capacidad de movilización, cohesión política y fortaleza económica. No hay más que ver las cifras de exportación del sector hortofrutícola o el pago de costosos informes protrasvasistas a consultoras de relumbrón.

Por tanto, da igual que salgan a protestar cuatro o 2.000 personas, como ocurrió en la manifestación de Guadalajara en agosto de 2015. Trabajo en un periódico de tirada nacional y puedo acreditar la dificultad de introducir matices o modificaciones en un discurso sobre el que existe consenso entre el centroderecha y el centroizquierda: el trasvase del Tajo es intocable. Da igual si Entrepeñas y Buendía se hunden en un fango de lodo. Da igual si los regantes echan mano de las desaladoras cuando el agua de la tubería no les alcanza. Da igual la advertencia de un grupo de eurodiputados. Da igual si los números acreditan que el acueducto es una infraestructura obsoleta, costosa e ineficiente. Da igual si el desarrollo de la pobre y triste Castilla sigue postergándose. Da igual si el modelo urbanístico murciano es insostenible. Da igual si la legislación se infringe.

En este contexto es normal que la defensa del Tajo acabe haciendo agua, si se me permite el macabro juego de palabras. No por falta de motivaciones o de voluntad, sino por la enorme frustración que supone seguir anclado en las mismas exigencias de siempre.

Urge que Castilla-La Mancha, especialmente Guadalajara y Toledo, se replanteen la estrategia alrededor del que Sampedro llamó “el río bravo de Iberia”. No sólo porque deba exigirse una mayor contundencia a la Junta de Comunidades, que también, sino porque es evidente que los pasos dados hasta ahora han sido insuficientes. Ni los recursos legales del Gobierno regional, ni las marchas convocadas en la cabecera, ni los actos solidarios, ni la legislación regional en materia hidrológica. Nada ha frenado el trasvase porque nada que no sea el Estado lo puede frenar, especialmente, tras la aprobación del memorándum con el que Cospedal claudicó ante Rajoy y el resto de autonomías implicadas, muchas de las cuales son fundamentales en la estrategia política del PP.

Quizá es hora de articular nuevas respuestas y reformular viejas querellas. Quizá haya que anteponer la eficacia de la protesta a la noble pero frustrante exigencia de cerrar el grifo de la cabecera.

De los 22 municipios que conforman la Asociación de Municipios Ribereños, prácticamente la mitad están gobernados por el PP, el mismo partido que desde 2011 lleva aprobando las derivaciones que han convertido Entrepeñas y Buendía en dos charcas de lodo. Los socialistas tampoco pueden sacar pecho. Es cierto que sus dirigentes en la región han hecho siempre bandera en contra del trasvase, pero la realidad es que cuando este partido ha gobernado la nación, la tubería ha seguido funcionando a pleno rendimiento.

Desde Río Tajo Vivo me cuentan que su toque de atención no tiene nada que ver con desavenencias con los ribereños o con otras organizaciones sociales, sino con el hartazgo que provoca ir a una marcha de protesta un domingo por la tarde mientras la mayoría de los lugareños disfrutan plácidamente en las terrazas de los bares.

Es un enfado comprensible. Pero la participación de esta plataforma, así como del resto de particulares y colectivos implicados, resulta fundamental a la hora de no apagar el grito del Tajo. Hay que quedarse. Hay que seguir. Aunque es necesario que alguien sea capaz de aglutinar todos los esfuerzos en defensa de este río con objetivos pragmáticos y políticamente viables. De momento nadie ha querido asumir esta responsabilidad. Tampoco Fuensalida.