Las Minas

Pseudónimo: Perpetua Silvestre

Autora: Noemí Garrido

Finalista

Por fin dejó atrás el barranco del río Bornova: cortante, húmedo y frío como un dallo. La vieja mula exhalaba fuertemente creando pequeñas nubes de vaho al ritmo disonante de los cacharros que portaba. La fuerte pendiente se hizo menos dura viendo que estaba a punto de alcanzar la solana, en el cruce, el sol le permitiría secar la manta y algún ropaje. Cuando llegó, dio media vuelta y la sierra del Altorey se presentó imponente. Era pastor de Bustares, un pequeño pueblo de la Sierra Norte de Guadalajara, conocía todas esas piedras: desde el Picoz cerca de Aldeanueva al Mojón Gordo casi en Prádena. Decidió quedarse allí a contemplar el paisaje y descansar.

Sacó un poco de pasto para la mula y un trozo de pan duro para él, el pedazo de tocino que consiguió en Villares prefería guardarlo, no sabía cuánto les podía quedar hasta su destino. Sacó de su bolsillo un papel amarillento en el que con dificultad se leía:
D. Manuel Redondo “Mina de santa teresa”

Un papel lleno de esperanza e incertidumbre. Allí le darían trabajo pero ¿de qué? ¿quién?

Su padre acababa de fallecer y su madre le pidió que se buscara la vida, en casa eran cuatro y solo tenían un par de gallinas y una cabra. El invierno les arrolló y decidió ir a Hiendelaencina.

Mientras roía el pan se acercó un pastor con unas cuantas cabras.

– Buenos días chico…

Le saludó con la cabeza sin perder ni una miga.

– ¿A dónde vas?, si se puede saber…

– A las minas…

– ¡Ui!, eso es el infierno…

– ¿Conoce a un tal Manuel? Don Manuel Redondo.

– Ese sitio es infernal y ese Don Manuel es el mismísimo Satán

– No tengo donde ir, me gustaría estar en mi pueblo con mi familia y mis cabras, pero la muerte de mi padre nos dejó sin sustento y tengo que buscarme la vida.

– Pues nada, te queda medio día hasta allí y mucha suerte.

Se despidieron pero él se quedó con mil preguntas en la cabeza, ¿había trabajado allí?,¿conocería personalmente al tal Don Manuel?

Decidió ponerse en marcha, sabía que pasaría otra noche al raso antes de conocer su nuevo presente. Aquella noche fue especial, las estrellas brillaban más de lo normal y le pareció buena señal. Imaginaba cómo sería la mina, los compañeros ¿le darían una cama?, la manta donde dormía esa noche la tenía desde pequeño, un poco de paja, en el mejor de los casos, eran su lecho en la casa del pueblo. Se apagó el pequeño candil y con el calor de la mula se quedó dormido.

Le despertó un trajín de carros llenos de robles y de piedras. Aquellos robles venían de los pueblos colindantes; servían para apuntalar las galerías de las minas, dejando praderas desoladas donde antes había bosques.

Se desperezó y pudo ver el humo negro de las minas, había caminado bastante durante la noche y ya estaba muy cerca.

En el cruce de “La Constante” saludó a unos hombres que acompañaban a un carro con dos bueyes, no le devolvieron el saludo, parecían exhaustos, muertos en vida. Les siguió, seguro que sabían donde iban.

Ya en Hiendelaencina, la frenética rutina de aquel pequeño pueblo le dejó parado, mujeres con sacos y cestas, una de ellas con un carro enorme lleno de forraje le advirtió que estaba en medio, -AHÍVADEAAAAY!! -, cuadrillas de “mineros” que iban o venían del tajo, un cerro de niños que ofrecían agua de sus botijos, una ristra interminable de carros se dirigían hacia la plaza.

Gente de todos los pueblos iban a vender sus animales y hortalizas.

Los mercaderes ofrecían cuchillos, mantas, herramientas, alpargatas…justo detrás, algo que él no había visto nunca, dos coches blancos, le había hablado de ellos su
primo que había estado en Madrid cuando vendió las tierras, – “¡carros muy ruidosos que van solos primo!” –

Vió a cuatro hombres con trajes y corbatas sentados en un rincón soleado y pensó que ellos sabrían a quién debía preguntar. Se quitó la boina, pasó la mano por su pelo sucio y se dirigió hacia ellos – mmmuy buenas señores – dijo con menos voz que un grillo, se aclaró la garganta y repitió:

– ¡Muy buenas señores! -, se hizo un silencio y se giraron.

– Muy buenas, ¿qué quieres?

– ¿Es aquí donde dan trabajo en las minas?

Aquellos opulentos señores se miraron y explotaron a reír, él pensó que sus barrigas temblaban como la de una vaca al parir.

– ¿Tengo pinta de trabajar muchacho?-, dijo uno de esos “Señores”, se giró agitando su cabeza diciendo – “pobre hombre….”

Se alejó de allí enroscándose la boina y recordando lo que le dijo un día su padre. –

Hijo, no es lo mismo ser un hombre pobre que un pobre hombre.

Continuó.