Magdalena Valerio y los equilibrios de Sánchez

Magdalena Valerio promete su cargo como Ministra de Trabajo en presencia de Felipe VI. (Foto: Javier Lizón/Agencia EFE)

En España hay muchos partidos políticos –basta ver la fragmentación parlamentaria-, pero solo cuatro clases dirigentes. Al PNV y la órbita posconvergente, con un anclaje notable en sus respectivos territorios y con décadas de hegemonía, se suman el Partido Socialista y el Partido Popular. Ambos bloques han articulado el Estado contemporáneo hasta el punto de acumular un peso del que no disponen las formaciones políticas en otros países de nuestro entorno. En Francia prima el Estado, y de ahí que éste no se venga abajo pese al hundimiento electoral de socialistas y conservadores. En España, en cambio, domina la partitocracia, que extiende sus tentáculos a todos los poderes del Estado, incluido el judicial. Una fuerza política se erige en clase dirigente cuando es capaz de trascender los límites de sus siglas para atravesar amplios espacios en las zonas de poder, a todos los niveles, y para atraer a profesionales y dirigentes sin carnet.

Sirva este exordio para explicar por qué un partido como el PSOE fue capaz de hacerse con las riendas del país en apenas dos días, después de la moción de censura, con lo que ello implica en el número de nombramientos en la Administración General del Estado. Y sirva también para entender el perfil de algunos de los nuevos ministros, especialmente, los que no tienen una vinculación estrecha con ninguno de los dos partidos que forman la autodenominada coalición progresista.

Pedro Sánchez ha configurado un Gabinete en el que se mezclan dirigentes afines al líder socialista, miembros de Podemos –que ha obtenido un botín/pedrea similar al que rechazó en julio- y tecnócratas con una trayectoria reputada en sus especialidades. En este último grupo puede encuadrarse a José Luis Escrivá. El hasta ahora presidente de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef) sustituye en el Ministerio de Seguridad Social –desgajado tras entregar al partido de Pablo Iglesias el control de Trabajo- a Magdalena Valerio, la primera diputada por Guadalajara que consiguió ascender al rango de ministra.

Aunque le hace un flaco favor a la credibilidad e independencia de la autoridad fiscal, el nombramiento de Escrivá está pensado para acometer la reforma de las pensiones teniendo en cuenta el agujero de la Seguridad Social, las previsiones demográficas y el reto de afrontar la jubilación de la generación del baby boom. Le nombró el PP, dimitió hasta en cinco ocasiones y concitó el aplauso unánime cuando en una intervención en el marco de la comisión del Pacto de Toledo defendió la necesidad de no generar alarma sobre las cuentas de la Seguridad Social. Para la izquierda, en todo caso, es una mala noticia que Nadia Calviño gane peso, que Trabajo y Seguridad Social no se gestione desde un mismo departamento y que Magdalena deje de ser ministra del ramo.

Desde el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, Valerio recuperó el subsidio para parados mayores de 52 años –que eliminó el PP-, firmó el decreto que subió el salario mínimo un 22% hasta los 900 euros mensuales, aprobó el registro obligatorio de la jornada laboral –para luchar contra la economía sumergida- y devolvió la cotización pagada por el Estado a las cuidadoras no profesionales de familiares dependientes. Además, reanimó el diálogo social, se granjeó la confianza de los principales agentes sociales y le garantizó a Sánchez el respaldo de los sindicatos de clase, UGT y CCOO, con el compromiso de derogar la reforma laboral y la de las pensiones.

Su posición de rechazo frontal al factor de sostenibilidad que introdujo Rajoy en el sistema público de pensiones, además de sus fricciones con Octavio Granado –secretario de Estado para la Seguridad Social- y las maniobras de Calviño para frenar la eliminación de los aspectos más lesivos de la reforma laboral, han podido jugar en contra de Magdalena. A ello se suman los altibajos en la evolución del desempleo y la imposibilidad de sacar adelante un acuerdo en el marco del Pacto de Toledo, frustrado por PP y Podemos. En materia de inmigración, duplicó el número de plazas disponibles para atender de manera temporal a los inmigrantes en situación irregular, aunque no fueron suficientes para asistir a todos los recién llegados. Y el sistema de acogida de solicitantes de asilo se encuentra colapsado.

El pacto que suscribió con los sindicatos, aireado por CCOO, fue modulándose de forma progresiva. La rebaja de algunas de las promesas estrella de los socialistas se debe a la mano de Calviño, quien además quería anteponer la negociación de un nuevo Estatuto de los Trabajadores a la contrarreforma laboral, pese a que las centrales sindicales exigen no mezclar ambos objetivos. Ahora, tras la designación de Escrivá, Trabajo queda desligado de Seguridad Social. Y ésta última cartera, tal como han informado mis compañeros de El Mundo, quedará soldada al círculo de la ministra de Economía, mucho más cercana a las tesis de Bruselas que a las recetas de Podemos para acabar con la austeridad. ¿Coalición progresista? Sí. ¿Coalición rupturista o radical? Va a ser que no.

Aunque en Guadalajara ya lo sabíamos, en Madrid –prensa incluida- han podido descubrir a una política caracterizada por su cercanía, su empatía y su capacidad de diálogo. Magdalena Valerio fue uno de los escasos apoyos de peso que Sánchez encontró en Castilla-La Mancha en su batalla para reconquistar el PSOE tras su defenestración como secretario general en 2016. Su fidelidad a Sánchez ha sido inquebrantable, y ello a pesar de las marcadas diferencias entre Ferraz y Emiliano García-Page. Sale del Consejo de Ministros por los equilibrios -de partido, de facciones, de territorios y de carácter ideológico- a los que el presidente del Gobierno se ha visto obligado. Seguirá siendo la responsable de Seguridad Social y Pacto de Toledo de la Ejecutiva socialista. Sánchez debería reconocer su entrega concediéndole un mayor protagonismo en el Grupo Parlamentario.