Molina, tierra señorial

Se trata de uno de los territorios históricos de Guadalajara. Y, además, uno de los más grandes en extensión y en diversidad natural y patrimonial. Me refiero al Señorío de Molina, un espacio que –desde antaño– ha estado habitado. Por estas tierras han pasado los celtíberos, los romanos, los árabes y los cristianos. Una sucesión de culturas y civilizaciones que han dejado un importante poso en la mencionada comarca. Algo que, todavía hoy, se puede observar en cada una de las poblaciones que jalonan la comarca.

De hecho, existe una gran profusión de yacimientos arqueológicos en este territorio. Entre ellos, varios ejemplos de «arte esquemático», compuesto por pinturas murales, petroglifos o dibujos tallados en las rocas. “Estas muestras han sido incluidas en el grupo del arte paleolítico levantino y, por tanto, han sido consideradas como «Patrimonio de la Humanidad»”, indica el cronista provincial, Antonio Herrera Casado.

En esta categoría se podrían enmarcar la «Peña Escrita» de Canales de Molina o las figuras que existen en el abrigo rocoso de «El Llano», emplazado en las cercanías de Rillo de Gallo. Asimismo, se han encontrado ejemplos de este arte en las proximidades de Hombrados y, también, en las inmediaciones del castillo de Zafra. “Además, se han hallado grabados y petroglifos en cuevas del Barranco de la Hoz, en Cillas y en Cobeta, donde se ven elementos podoformos”, asegura Herrera Casado.

De igual forma, se deben mencionar los restos celtíberos. De éstos, destaca –sin ir más lejos– el castro de El Ceremeño, en Herrería, declarado Bien de Interés Cultural (BIC). Pero no es el único. Existen restos de esta cultura en Prados Redondos, Cubillejo de la Sierra, Chera, Torremocha, Turmiel, Mazarete o Anquela del Pedregal, entre otros ejemplos.

Por tanto, se distingue una relativa profusión de este tipo de yacimientos. No pasa lo mismo con los vestigios romanos, que son más escasos. Eso sí, hay elementos que permiten determinar la existencia de «villae» en el valle del Gallo entre Molina y Corduente, así como restos asociados a los poblados celtíberos en Herrería y Cubillejo. Pero, de todos modos, las huellas de dicha época no son muy abundantes, “lo cual nos hace pensar que esta tierra no fue intensamente ocupada por los invasores lacios”, señala el cronista provincial.

“De la época árabe sabemos que algunos jerarcas tuvieron alcázar en Molina de Aragón. Y, quizá, en otros pequeños asentamientos de esta tierra”, asegura Herrera Casado. Al mismo tiempo, las investigaciones sobre las poblaciones semitas están arrojando resultados muy positivos. Entre ellos, la sinagoga hallada en «El Prao de los Judíos», paraje emplazado a un costado del castillo molinés. “Se han encontrado los niveles primitivos de pavimento, con lo que es fácil evidenciar el plano del edificio”, señala. “Además, se han rescatado piezas y fragmentos de yeserías de ataurique con preciosas labores geométricas”, explica.

La entidad independiente molinesa
En cualquier caso, la primera incorporación de esta comarca a los reinos cristianos se dio en 1129 de la mano de Alfonso I El Batallador. Sin embargo, poco después, un ataque almorávide provocó que Molina cayera –otra vez– en manos árabes. No fue hasta 1139 cuando Manrique de Lara, miembro de la Corte de Alfonso VII de Castilla, tomó definitivamente este espacio. “Y lo puso bajo su señorío con la anuencia del monarca castellano, muy posiblemente a cambio de otros territorios, aunque no existe constancia documental de este hecho”, asegura el cronista provincial.

Una vez definido el Señorío, el mismo se dividió en cuatro «sesmas». “Ese era un modo práctico de iniciar el reparto de las tierras. Además, estas sesmas poseían 20 fragmentos, llamados «veintenas», en cada una de las cuales se colocó un pueblo. Y cada veintena tenía cinco «quiñones», que homogéneamente –y por cualidades de terreno– dividían el naciente municipio”, relata Herrera Casado.

Y, en el centro del territorio, se estableció la capital, Molina de Aragón. “La ciudad se encuentra amparada por las rojizas torres de su castillo medieval, poniendo con su historia, su arte y su expresión urbana el sello inconfundible de una tierra diferente a todas, con una clara conciencia de su sentido histórico, de su dimensión humana, de su ser cordial con respecto al Señorío, que en apiñada urdimbre le rodea”, comenta el cronista provincial.
“Manrique de Lara fue quien comenzó a levantar la nueva ciudad de Molina, así como su alcázar imponente sobre la roca. Y también fue él el responsable en 1142 –al conceder y rubricar el Fuero para la Villa y Tierra– de poner las bases de su autonomía y gobierno tan peculiar”, explica Herrera Casado.

Una vez formado el Señorío, el mencionado territorio estuvo basculando sus dependencias entre Castilla y Aragón. Así ocurrió hasta la época de Isabel La Católica. “Los molineses obtuvieron de la reina la promesa y el privilegio de que ya nunca más serían apartados del reino castellano, como así ha ocurrido”, asegura el cronista provincial. “A comienzos del siglo XVI se inició el auténtico crecimiento y riqueza de esta comarca”, indica. “Un auge increíble de sus reservas ganaderas, así como una explotación racional de su riqueza forestal y agrícola, hizo que la inmigración fuera muy intensa, ganando la comarca en habitantes, fortuna y prosperidad”, subraya.

Y, desde entonces, hasta ahora, momento en el que las posibilidades monumentales, históricas, ambientales y geológicas de la zona son las que están definiendo su presente más inmediato. Como se ha podido observar, el Señorío es un territorio que ofrece muchas alternativas. Una de las últimas en conceptualizarse ha sido el Geoparque, que se constituye como uno de los más grandes de España. Pero, de este importante espacio, hablaremos más adelante…

Bibliografía
Herrera Casado, Antonio. Molina de Aragón. Veinte siglos de historia. Guadalajara: Aache, 2000.