No aprenden con El Quijote

Señal instalada por la Junta de Castilla-La Mancha en la entrada a Guadalajara por la A-2. // Foto: JCCM
Señal instalada por la Junta en la entrada a Guadalajara por la A-2. // Foto: JCCM

Es imposible entender el desarrollo de Guadalajara y el avance de las últimas décadas –especialmente, en materia social- sin el proceso de descentralización política que culminó en la creación de la Junta de Comunidades. Dejando a un lado la polémica por el diseño del territorio regional, lo cierto es que la creación de las autonomías significó para provincias como Guadalajara mejorar la atención en áreas tan básicas como la sanidad, la educación o el bienestar social. Sin embargo, lo que no ha sido capaz de desarrollar la Junta desde la Transición es la sensibilidad necesaria para permeabilizar las distintas identidades que aglutina una comunidad autónoma tan extensa y tan desvertebrada como Castilla-La Mancha.

Hay muchos ejemplos de este comportamiento, pero el último ha llegado en forma de carteles en las principales carreteras de entrada a la región. La Junta informó recientemente que ha decidido colocar nueve señales -a las que el próximo año se sumarán otras cinco- de color rojo y con la imagen de Cervantes como motivo reconocible para remarcar la entrada a la región por las principales vías de acceso. Incluida, claro está, nuestra A-2 a su paso entre Meco y Azuqueca y en el límite con Soria.

“Castilla-La Mancha da la bienvenida a sus visitantes con nuevas señales en las principales vías de acceso a la comunidad autónoma”, decía simpáticamente la nota oficial difundida recientemente. Además, y con motivo de la celebración del IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, la Junta instalará un conjunto de elementos de señalización en lugares representativos y accesibles de 30 poblaciones de la región “con las que el escritor y su obra mantienen vínculos relevantes”. Sorprendentemente, el Gobierno regional incluye a Sigüenza y Molina de Aragón en este grupo. Vaya usted a saber por qué.

La directora general de Turismo, Ana Isabel Fernández, ha dicho que la renovación de las señales de bienvenida a la región coincide “con la puesta en marcha de la nueva marca Castilla-La Mancha, como símbolo del carácter acogedor y abierto de nuestra tierra y gentes”.

Nada objetable a la renovación de la cartelería. Ni a la actualización de las señales. Ni al refuerzo de cualquier campaña que esté orientada a fomentar el turismo en Castilla-La Mancha. Lo que no parece lógico es que, para llevar a cabo un buen fin, tenga que desvirtuarse la esencia del mismo. Me explico. Si se trata de respaldar la Ruta del Quijote, es lógico que se haga ostentación de ello en Argamasilla de Alba, El Toboso o en Campo de Criptana. Pero si lo que se pretende es apoyar el turismo de Guadalajara, resulta absurdo y casi ofensivo hacerlo en Sigüenza o la Tierra de Molina recurriendo al caballero de la triste figura cuando no faltan referentes para ello. Ya sea El Cid, el Arcipreste de Hita o el Viaje a la Alcarria celiano.

Además del principal libro en lengua española, El Quijote es un símbolo universal por el que se identifica a La Mancha. Es lógico, por tanto, que cualquier planteamiento en materia turística en el Gobierno regional tenga en cuenta esta prioridad. Pero de ahí a tratar de imponerlo en el conjunto del territorio media un abismo. El mismo abismo que separa a las élites que dirigen la comunidad desde hace 35 años con las particularidades de Guadalajara. Y no es cuestión de tratar a nuestra provincia como la “rarita” de la región, sino de una forma natural y acorde con los rasgos históricos, culturales, geográficos, arquitectónicos y literarios de Guadalajara. ¿Tanto hubiera costado hacer unos carteles diferentes para nuestra tierra?

Parece que la propuesta de las señales en las carreteras se ha ejecutado a través de la Consejería de Economía –con cargo a los planes del centenario de Cervantes- pero supongo que algo tendrá que decir la consejera de Fomento (gestora de las carreteras de titularidad regional), la arriacense Elena de la Cruz. Aunque tampoco sería extraño que lo hubiera hecho y en esferas más altas miraran para otro lado.

En todo caso, ahí es donde estriba la incapacidad de Guadalajara para hacerse oír en el conjunto de las políticas públicas de la Junta. Tienen que ser los parlamentarios regionales de Guadalajara y, particularmente, los cargos guadalajareños con responsabilidades ejecutivas en Toledo –con independencia de su color político- quienes levanten la voz para exponer la singularidad de nuestra tierra en una comunidad en la que el peso de La Mancha es notable. Mientras eso no ocurra, mientras sigan tolerando la inercia del mancheguismo en la acción de gobierno regional, Guadalajara seguirá siendo un mero apéndice subsidiario de la misma. Y no por falta de inversiones, es decir, no por falta de medidas o políticas de fondo. Sino por algo mucho más sencillo, pero también más complejo: la falta de sensibilidad con el hecho diferencial castellano de Guadalajara.