La matraca del tiempo

Fuente: Aemet CLM.

Habrá notado usted que ya ha llegado el invierno. Basta poner la tele para informarse de que en invierno hace frío, y llueve, y rechina la cellisca, y hasta nieva. De la misma forma que basta sintonizar cualquier cadena a eso de mediados de agosto y observará que, sorprendentemente, le informan de una novedad antológica: hace calor, las palmeras se derriten al sol de nuestras playas y las temperaturas sobrepasan los 40 grados a la sombra. Nunca entendí la fascinación del público español por el tiempo, pero al parecer es un espacio que se ha convertido en imprescindible en la parrilla televisiva. De ahí la matraca que no cesa: en invierno porque tiritamos; en verano porque sudamos. Noticia de alcance.

El tiempo es un imán para el espectador, por eso tiene ya su hueco hasta en las tertulias políticas. Las mismas que llevan desde el domingo retozando en la polémica por la nevada en buena parte del norte y del sistema central, y sobre todo tras el colapso de la AP-6 entre Segovia y Madrid. Nunca entendí la pasión por la meteorología, como tampoco nunca entendí por qué en este país nos empeñamos en eludir los matices. Se buscan culpables por los efectos de una tormenta como si fuera una acción reversible o planificada. Mucho más complicado es señalar la cadena de errores: una concesionaria ruin y voraz; una infraestructura pública privatizada; un ministro de Fomento indolente; un ministro del Interior ausente; un director general de Tráfico irresponsable; y unos conductores atrapados por esta suma de negligencias, pero también imprudentes (no todos) ante una alarma anunciada por los excelentes servicios nacionales de meteorología de España con más de 48 horas de antelación.

El caso es que después del temporal de nieve llegó la tormenta política. Otro tópico. Otra estampa habitual en un nuestro país. Otra razón más para el hastío. En 2009 fue Rajoy quien exigió la dimisión de la titular de Fomento por una nevada que colapsó Madrid. Ahora es la oposición la que le exige a Rajoy que depure responsabilidades en su Gabinete.

La reyerta entre partidos está siendo amplificada por los medios de comunicación, que a falta de una polémica en Cataluña que echarse a la boca, se han lanzado a la yugular de la nieve en busca de la cuota de pantalla perdida. La bronca por el temporal es propia de sociedades urbanas. En los pueblos las inclemencias de cada estación se sobrellevan con la misma naturalidad con la que antaño se recogían los carámbanos de los tejados o se abrigaba al ganado a resguardo de la ventisca. En las ciudades, la nieve cortocircuita las autopistas y los servicios, y el personal prefiere permanecer cuatro horas varado en la M-30 a subirse a un autobús de la EMT. En las aldeas, en cambio, se asume con naturalidad el bloqueo de carreteras, la suspensión del transporte escolar o la falta temporal de tenderos.

Sólo hay una cosa que, últimamente, parece enciscar a la gente los pueblos a cuenta de la nieve: la competitividad alrededor de la temperatura más baja. Ayer le tocó a Cantalojas. La mayoría de los medios de comunicación informaron que este precioso municipio de la Sierra de Guadalajara registró 18 grados negativos en la madrugada del domingo al lunes. Bastó una alerta de una antena de Meteoclimatic para que el hito se repitiera en todos los telediarios. Una cadena envió incluso un equipo hasta la zona. La cosa es llenar páginas y minutos: que si aquí hay 40 centímetros de nieve, que si allá hay cinco más, que si un poco más allá ha helado… Un pasatiempos. En sentido figurado y literal.

El registro oficial anteanoche marcó 9 grados negativos en Campisábalos y Galve de Sorbe, pueblos colindantes al que, según dicen, rozó los -18ºC. Es un imposible físico y metafísico tal diferencia en localidades que cada día anotan temperaturas similares. En caso contrario, sería tanto como esperar casi diez grados de diferencia entre Guadalajara y Marchamalo o entre Madrid y Alcorcón. Pero da igual. Que una buena mínima no te estropee un directo… Las televisiones del país difundieron ayer la Sierra Norte de Guadalajara como sinónimo de nieve, paraje agreste, hielo y un anclaje territorial casi tan remoto como la distancia con la que algunos presentadores daban paso a ese pintoresco pueblo en el que, oh sorpresa, nadie amaneció congelado.

Es comprensible la información de urgencia o de servicio público. Lo que ya es más difícil de entender es esta especie de banalidad, diría incluso que frivolidad, mediática alrededor de algo tan normal en enero como son los copos de nieve. Tengan éstos el espesor que tengan.

Pérez-Reverte escribió en una columna en XL Semanal: “Hemos elegido, deliberadamente, vivir en una sociedad vuelta de espaldas a las leyes físicas y naturales, y también a las leyes del sentido común. Vivir, por ejemplo, en una España que a las once de la mañana tiene las carreteras llenas de automóviles de gente que dice que va a trabajar, y donde uno de cada cuatro conductores reconoce que circula pese a los avisos de lluvia o nieve”.

El chivo expiatorio de la nieve en la ciudad son los meteorólogos. En el pueblo, en cambio, el mal tiempo ya se ha consolidado como una nueva forma de atizar la rivalidad local, que es un clásico de nuestro territorio nacional y de nuestra idiosincrasia. En verano competimos con los vecinos por ver quién paga más y mejores vaquillas. En invierno, por ver cuál alcanza la temperatura mínima más extrema.

Y así nos van distrayendo de lo importante.