Román, el nerviosismo de un proyecto exangüe

Antonio Román, alcalde de Guadalajara. // Foto: Henares al día.

El alcalde de Guadalajara, Antonio Román, anda nervioso. En el debate organizado por Nueva Alcarria y Guadalajara Media exhibió un tono bronco y hosco, y acusó de mentir varias veces al aspirante socialista. Está cuajando una campaña, entre la ocurrencia de Super Mario Bros y las obras a la desesperada en varias calles, en la que parece arrastrar los pies. Hace cuatro años retuvo la Alcaldía en el último suspiro y por un puñado de votos. Entonces jugó en su favor la fragmentación de la izquierda. Ahora puede verse perjudicado por la división de la derecha, que en el caso concreto de Castilla-La Mancha y de Guadalajara plantea la incógnita de la posición que adoptará Ciudadanos en caso de que el PSOE sea la lista más votada.

Antes de la consolidación de la formación naranja y de la irrupción de Vox, que en realidad es una escisión del PP, Román estaba acostumbrado a pasearse como esos equipos de fútbol que actúan con una mezcla de suficiencia y vanidad. Como si los comicios fueran un mero trámite para revalidar un cargo que le pertenece por derecho divino. De ahí que invoque las raíces como guadalajareño de toda la vida, un subterfugio que esconde la vacuidad de su oferta electoral, para intentar zaherir a Alberto Rojo.

Román lleva 12 años siendo alcalde, pero hace tiempo que no esconde que ejerce su puesto a remolque. El tirón de su candidatura –concentra un voto personal que excede a las siglas a las que representa- y la ausencia de una opinión pública articulada –un rasgo común en las ciudades pequeñas- explica que se le haya permitido de forma mansa compatibilizar la vara de mando con su oficio de médico y, desde esta semana, con su escaño de senador. Se ha asumido con normalidad la anormalidad de que el alcalde de una capital cuya área metropolitana rebasa los 100.000 habitantes se dedique a su cargo público de forma parcial.

Aunque ha coqueteado con su renuncia a la política, la realidad es que Román lleva muchos años tratando de hacerse con un puesto en la escena nacional, lo que le hubiera permitido librarse de la pesada carga de ser alcalde. No lo ha conseguido a pesar de los bulos y rumores emitidos de forma intencionada cada vez que el PP accedía a La Moncloa o en cada crisis de gobierno. Román, quien quizá no calibró en exceso la onda expansiva de su alejamiento/enfrentamiento con Cospedal, es como esos eternos candidatos al Nóbel. Siempre suena para alguna secretaría de Estado de saldo, pero al final acaba teniéndose que conformar con presidir los largos Plenos del municipio del que sigue siendo alcalde-presidente.

En este contexto llegamos a los comicios del próximo domingo. El alcalde y candidato a la reelección por el PP sigue siendo favorito en la carrera de las municipales. Primero, por el efecto arrastre (acreditado en convocatorias anteriores) de su candidatura. Segundo, por el peso de la marca PP frente a otras siglas de la derecha en una ciudad como Guadalajara. Y, tercero, porque a la fragmentación de la derecha, la izquierda arriacense se ha empeñado en superponer una división aún mayor. José Morales (Unidas Podemos) es un excelente candidato que lleva la ciudad incrustada en la cabeza, mientras la campaña de Aike se revela la más trabajada y dinámica, con propuestas frescas y meditadas, muy apegadas al terreno. Sin embargo, el beneficiado de la falta de acuerdo entre Podemos e IU con la candidatura de Aike, es decir, la liquidación de lo que era una marca electoral consolidada (Ahora Guadalajara) puede beneficiar de rebote a Román. Hace cuatro años, Ahora Guadalajara obtuvo cuatro ediles. Creo que Aike se irá el 26-M por encima de los 2.000 votos, pero será difícil que supere el umbral del 5% necesario para obtener representación. Es una barrera difícil si la participación es alta e inaccesible si la izquierda se hunde en la desmovilización.

La clave para materializar el vuelco en el Ayuntamiento de Guadalajara pasa por la victoria de Rojo en votos. Eso dejaría a Cs sin margen para no respaldar un gobierno municipal de cambio. El candidato socialista, menos bregado que algunos de sus rivales en la refriega electoral, lo tiene complicado. Guadalajara siempre fue una plaza difícil para el PSOE. Ahora, en cambio, se verá beneficiado tanto del desgaste de Román como del viento de cola que empuja al Partido Socialista tras la victoria de Pedro Sánchez en las elecciones generales.

El 28 de abril, el PSOE fue la lista más votada en el municipio de Guadalajara. Le sacó 3.440 votos al PP. Pero las tres derechas (PP, Ciudadanos y Vox)  recabaron 8.204 sufragios más que la suma de los socialistas y Podemos. Es un indicador relevante que cabe manejar con precaución. Resulta arriesgado extrapolar resultados de otras convocatorias. Cada elección presenta unas características definidas y los ciudadanos han dado sobradas muestras de discriminar su voto en función de cada elección.

Lo que sí queda claro es que si las tres derechas suman, Román seguirá siendo alcalde. El candidato del PP, que con el paso de los años ha ido endureciendo su perfil –hasta el punto de sobresalir entre la facción más reaccionaria de su partido en políticas de igualdad y de bienestar social-, no ha escondido su voluntad de llegar a acuerdos con la ultraderecha. Román apabulló al flojísimo candidato de Vox en el debate del pasado lunes, pero no dudará en apoyarse en él si puede para conservar la Alcaldía. En cambio, a Rojo solo se le abriría la posibilidad de pactar a izquierda o derecha si alcanza los 10-11 concejales. El sondeo de Celeste-Tel le otorgaba esta cifra, insuficiente para poder desbancar al PP.

Parapetado en la crítica a Emiliano García-Page, pese al impulso al nuevo hospital y al campus en la legislatura que ahora acaba, Román se ha mostrado incapaz a lo largo de los últimos años de liderar la transformación que necesita Guadalajara. Basta repasar el crecimiento de los municipios del entorno, en el Corredor del Henares, y su capacidad de atracción empresarial, para comprobar el letargo de una ciudad anquilosada. Sin un modelo de ciudad nítido, sin una hoja de ruta a largo plazo en materia urbanística, sin capacidad de innovación, sin dar margen para la participación y el diálogo institucional, sin suelo industrial (¿qué fue del Ruiseñor?), sin protestar ante el Gobierno de Rajoy por el deterioro lacerante de Cercanías, sin priorizar la sostenibilidad como vector transversal de todas las políticas públicas municipales. Con un casco histórico gélido y despoblado, con un anillo urbano ahogado por polígonos y carreteras, con barrios humildes castigados sin inversiones, con un nivel inaceptable de suciedad, con un servicio de suministro de agua caro y privatizado, con una movilidad cada vez más angosta, con un carril bici que es una risión, con un desdén notorio hacia el Maratón de los Cuentos (emblema cultural de la ciudad), con un modelo de Ferias sometido cada año a la polémica, con la soberbia de despreciar los acuerdos votados por la mayoría del Pleno (por ejemplo, a propósito de la retirada del callejero franquista) y con una obsesión recurrente: la organización de competiciones deportivas para esconder la falta de atención al deporte base.

He tenido la oportunidad de entrevistar para El Mundo recientemente al alcalde de Soria y candidato a la reelección por el PSOE, Carlos Martínez. Da gusto, pese a ser Soria una de las dos ciudades con menos habitantes de España (la otra es Teruel), la claridad de sus ideas a la hora de desgranar un esquema de ciudad alejado del victimismo y, sobre todo, vinculado a la capacidad de las urbes pequeñas y medianas para afrontar el equilibrio territorial desde una óptica audaz: la congestión de Madrid se resuelve, en parte, fijando población en territorios como Soria. Martínez, que peatonalizó el centro de la capital numantina y recuperó las riberas del Duero, ha viajado a Nueva York para liderar la voz de las pequeñas ciudades en retos como el invierno demográfico o el cambio climático, y ha establecido una alianza con Carmena y otros regidores de macrourbes para enarbolar un mensaje que persiga la cohesión territorial. Eso es tener claro un modelo de ciudad. Eso es saber adónde se quiere llevar tu ciudad. Eso es lo que no tiene Guadalajara.

Escuchando al primer edil soriano, y a otros alcaldes de ciudades de tamaño medio, la figura de Román se achica hasta llegar a la mediocridad. La parálisis de su gestión es tal que le ha llevado a alardear de obras impulsadas y construidas durante el mandato de Jesús Alique. Insólito. Pero no hace falta recurrir a grandes equipamientos ni tampoco a eventos deportivos de presumible postín para certificar el ocaso de una etapa en la que Guadalajara no ha dado un salto cualitativo, desaprovechando su posición estratégica.

Román no da más de sí. Sólo la alianza de las tres derechas, lo que no es descartable en una ciudad sociológicamente conservadora, podría perpetuar la agonía de un proyecto político exangüe y caduco.