Romerosa, despoblado tras la Guerra Civil (II)

Segunda entrega del capítulo sobre el despoblado de Romerosa con el artículo integro que Angel de Juan y Julio Martínez escribieron para el libro “Serranía de Guadalajara (despoblados, expropiados, abandonados)“, publicado por la Asociación Serranía de Guadalajara. En el citado libro, por razones de espacio, se publica una versión resumida

Los restos de Romerosa –o de «La Romerosa», según la fuente que se consulte– están encaramados a una loma. Este altozano se eleva a más de 950 metros sobre el nivel del mar. Y lo hace entre dos barrancos –el del Tejar y el del arroyo que lleva el nombre del despoblado–. Dos cauces que, un poco más abajo, se dan la mano para fundirse en uno sólo. Por tanto, la situación de esta antigua localidad es inigualable. Domina los alrededores. De hecho, la silueta de su iglesia se observa desde lejos. El caminante la divisa a una gran distancia…

Sin embargo, no todo es oro lo que reluce. La vía de comunicación más directa –la actual posta que viene desde Aleas– no llega hasta las puertas de Romerosa. Pasa a unos centenares de metros del caserío, por lo que hay que buscar el antiguo camino de acceso al mismo. Un trayecto del que –en la actualidad– apenas queda un recuerdo de su recorrido original. Es cierto que, a día de hoy, se observa una senda que vadea uno de los barrancos que limitan el pueblo. Sin embargo, no se encuentra en las mejores condiciones…

Tras salvar estos inconvenientes, y una vez en el despoblado, aún se pueden recorrer sus calles –no sin dificultad–. Pero, ¿cuál es el origen de esta antigua localidad? Las primeras noticias proceden de la Baja Edad Media, cuando se encuadraba en el Señorío de Beleña, un título creado en el siglo XII por Alfonso VIII. Su primer propietario fue Martín González, siendo ostentado –posteriormente– por Ruy Martínez, Pero Meléndez Valdés o de Melén Pérez Valdés. Durante los primeros años del siglo XV fue conquistado por el Marqués de Santillana, pasando –de esta forma– a la familia Mendoza, en la rama de los Condes de Coruña.

Tras la supresión de los Señoríos en 1812, el actual despoblado fue un municipio independiente hasta que –en 1857– pasó a depender de Aleas. Por tanto, y desde un inicio, Romerosa se encontraba incluida en el Partido Judicial de Tamajón. Sin embargo, con el paso de los años se produjeron diversas reformas administrativas, por lo que acabó bajo la potestad de los jueces de Cogolludo. Pero las transformaciones no quedaron aquí. Continuaron. Así, el actual pueblo abandonado, tras la reforma de 1965, se encuadró en la demarcación jurídica de Guadalajara capital, a la que pertenece actualmente.

Tabla 1: Evolución demográfica de Romerosa

Fuente: Pérez Arribas, 2008, 51.
Fuente: Pérez Arribas, 2008, 51.

En cuanto a la demografía de Romerosa, se observa una población regular a lo largo de los siglos. El primer dato del que se tienen noticias se encuentra en las «Relaciones Topográficas de Felipe II». Según este documento, el pueblo poseía 17 vecinos, lo que –según los cálculos habituales– podía suponer un total de 85 almas. “Los informantes que contestaron a las «Relaciones» dijeron que, ni en sus mejores tiempos, [el lugar] había pasado de los 20 vecinos. Esto es, de unos 100 habitantes” (Pérez Arribas, 2008, 51).

Para conocer la siguiente información oficial sobre los residentes en el enclave tuvieron que pasar casi dos siglos. Más concretamente, ocurrió a finales del XVIII, siglo en el que se registraron las cifras en el «Censo de Floridablanca». En el mismo, esta localidad alcanzaba los 63 moradores, de los que 36 eran hombres y 27, mujeres.

Ya en el XIX, Pascual Madoz publicó su «Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar». En el mismo se indicaba que Romerosa arrojaba datos muy similares a los existentes en tiempos pretéritos, al mantenerse en 15 vecinos y 60 habitantes, por lo que se piensa que todas sus viviendas estaban ocupadas.

Sin embargo, estos números cayeron empicados tras la Guerra Civil (1936–1939). “Una vez tomado Cogolludo por las fuerzas nacionalistas al mando del Coronel Moscardó (11 de marzo de 1937), el frente se estableció en una línea que –pasando por Fuencemillán, Aleas y Romerosa– llegaba hasta el «Cerro Trapero». Una circunstancia que permaneció inalterable hasta el final de la contienda. Este hecho fue la causa para que los habitantes de dicha localidad abandonaran la aldea en busca de otros lugares más seguros, al mismo tiempo que el caserío sufría daños considerables al situarse entre dos fuegos” (Pérez Arribas, 2008, 52).

El enfrentamiento bélico pasó una importante factura a la localidad. Muchas de sus casas quedaron derruidas –la práctica totalidad de ellas–, por lo que sus habitantes optaron por no regresar al pueblo. Finalmente, solo un par de familias lo hicieron. Sin embargo, con el paso de los años, y tras la edificación del nuevo municipio de Aleas por parte de «Regiones Devastadas», estas familias acabaron fijando allí su residencia. Otros vecinos de Romerosa, en cambio, optaron por domiciliarse en Arbancón, villa también emplazada a pocos kilómetros del actual despoblado.

Gráfica 1: Evolución demográfica de Romerosa

Fuente: Pérez Arribas, 2008, 51.
Fuente: Pérez Arribas, 2008, 51.

La iglesia
A pesar de ello, todavía hoy se mantiene en pie una parte del patrimonio de Romerosa. De hecho, lo primero que se divisa al llegar a este enclave –tras recorrer el antiguo camino desde Aleas– es su iglesia parroquial, ubicada en el extremo Este del caserío. De la misma aún se observan importantes restos. Entre ellos, su espadaña, de origen románico y de 1,5 metros de grueso por 5,5 de ancho (Pérez Arribas, 2008, 55). Además, se distinguen la práctica totalidad de los muros exteriores de este santuario.

El templo parroquial, aunque de origen románico, sufrió una ampliación en el siglo XVIII. Más concretamente, en 1706. Ésta es la fecha que aparece en la «clave» de la portada principal, que es de sillería y con arco de medio punto. En la mencionada dovela se puede leer la inscripción «Jesús María y Jophse – Fabricose año de 1706». Según diferentes especialistas –como Juan Luis Pérez Arribas, cronista de Cogolludo–, esta fecha es el momento en el que se terminaron las obras de ampliación del templo (Pérez Arribas, 2008, 53).

Además, la mencionada puerta pudo estar protegida por un pórtico sostenido por dos columnas. Así lo defendía Pérez Arribas en 2008. Sin embargo, en la actualidad apenas quedan restos de dicha estructura. En cambio, los muros exteriores del santuario sí que se mantienen en pie. De hecho, son de mampostería de buena calidad. En los mismos, además de la mencionada portada principal, también se abre una puerta de reducidas dimensiones, que comunica la calle con la sacristía del templo.

De la misma forma, en las paredes de la iglesia aún se conservan varios contrafuertes de gran esbeltez. Dos, mirando hacia el Norte y dos más en la fachada Este –uno haciendo esquina y, un segundo, en el lado opuesto–. “En el muro sur, además de otros dos contrafuertes, se abrían dos ventanas –también rasgadas– que iluminaban el interior de la única nave del templo” (Pérez Arribas, 2008, 54), confirmaba el cronista de Cogolludo.

No obstante, lo que se encuentra más deteriorado es el interior de la iglesia, estructurado en una única nave. Al hundirse la cubierta, la mayor parte de las bóvedas acabaron por caerse. Solo se observa una ínfima parte de la techumbre bajo la espadaña, justo donde se emplazaba el coro. Del altar, situado en la parte opuesta del santuario, no queda nada…

Sin embargo, algunos autores indican que la ornamentación interior pudo ser posterior al origen románico de la iglesia, entroncándose –posiblemente– con la reforma del siglo XVIII. “La nave estaba cubierta por bóvedas de cañón con lunetos que se elevaban sobre una cornisa moldurada. Tenía decoración geométrica de reminiscencias barrocas. En los lunetos del lado de la epístola se alojaban los estrechos ventanales, mientras los del lado del evangelio estaban ciegos” (Pérez Arribas, 2008, 55), señalaba Pérez Arribas.

De todos modos, el caminante –aún hoy, y si logra sortear los escombros existentes en el interior–, puede disfrutar de la amplia nave en la que se estructuraba el templo. “Es de 17 metros de longitud por 5,7 de altura, y en su prolongación se halla la sacristía, de 3,3 por 5,7” (Pérez Arribas, 2008, 55), indicaba el cronista de Cogolludo.

El trazado urbano
Como ya se ha mencionado, la parroquia de Romerosa se ubica al Este del caserío, justo en la llegada del camino que partía desde Aleas. “La localidad tenía una disposición alargada, con una calle irregular –la de la Iglesia– y dos callejones –el de las Eras y el de la Callejuela–. En torno a estas vías se emplazaban las cinco manzanas en las que estaban agrupadas sus viviendas” (Pérez Arribas, 2008, 51), aseguran los especialistas.

Además, a Romerosa también arribaban diversos caminos. El primero –y más conocido– es el que unía a este caserío con Aleas, y que ya se ha mencionado anteriormente. De igual forma, al Oeste salían las vías que iban a Jócar y a Beleña. Asimismo, este enclave contaba unas «Eras», se hallaban en el límite meridional de su «casco urbano». De hecho, se encontraban un poco más elevadas que las viviendas, debido a lo accidentado del terreno…

No hay que olvidar que muchas localidades reservaban un espacio para trabajar los cereales una vez concluida la siega. Y Romerosa no era menos, al constituirse como un pueblo en el que el sector primario poseía un gran peso. En su territorio existían diferentes tierras de labor, en las que se sembraban especies de secano, como trigo, centeno y cebada. Asimismo, contaba con pastos –reservados al ganado ovino, caprino y bobino–, además de montes de encinas y robles, en los que abundaba la caza menor y los jabalíes (Pérez Arribas, 2019, 183 y 184).

Una realidad natural que se reflejó en el nombre de la localidad, que remitía a uno de los arbustos más comunes en la zona –el romero–. Un concepto que se veía acompañado por el sufijo «–osa», que señala profusión. “Madoz exponía que el poblado comprendía un monte donde abundaba el roble, la encina, la jara y el romero. El topónimo de la localidad indicaba, por tanto, la importancia de la leña de combustible para quienes poblaron inicialmente el lugar” (Ranz Yubero, López de los Mozos y Remartínez Maestro, 2019, 183–184).

En consecuencia, aquí se observa un ejemplo de toponimia apegada al entorno. Sin embargo, mucha de la memoria asociada a los trabajos, costumbres y medio ambiente de localidades como Romerosa se está perdiendo. El despoblamiento genera la desaparición de gran parte de su patrimonio y de su pasado. Por ello, son importantes aquellas iniciativas que –como este libro colectivo– recuperen el legado de estas poblaciones ya desaparecidas, con el fin de que aprendamos de su historia, ya que, como escribió Miguel de Cervantes:

«La historia es émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir»

Bibliografía
PÉREZ ARRIBAS, Juan Luis. Pueblos Perdidos. Cogolludo: AA.EE., 2008.
RANZ YUBERO, José Antonio; LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón; REMARTÍNEZ MAESTRO, María. Despoblados de la provincia de Guadalajara. Guadalajara: AACHE Ediciones, 2019.