Trillo recuerda a Óvila

En la desembocadura del río Cifuentes se emplaza Trillo, una localidad cercada por el agua. El arrullo hídrico acompaña al caminante durante su estancia en la villa. Gracias a esta riqueza acuática, el pueblo es un vergel. Las arboledas brotan por doquier. Además, en el municipio se distingue un variado patrimonio histórico, en el que destaca la iglesia parroquial, del siglo XVI y estilo renacentista. De esa misma época es el puente monumental sobre Tajo, que cuenta con casi cinco siglos de historia. ¡Casi nada!

Pero el edificio más antiguo del lugar es la «Casa de los Molinos». Las referencias más lejanas que se tienen de ella se hallan plasmadas en una serie de documentos datados durante el reinado de Fernando IV, que se mantuvo en el trono entre 1295 y 1312.

Asimismo, en las cercanías de esta localidad alcarreña, también se puede disfrutar del Balneario de Carlos III. Su primera inauguración tuvo lugar en 1778, bajo el mandato del «mejor alcalde de Madrid».

Monasterio de Santa María de Óvila, en Trillo.

Sin embargo, uno de los monumentos más reseñables de la villa se encuentra a medio camino entre el término municipal trillano y la California de Estados Unidos, donde parte de sus dependencias fueron trasladadas por orden del magnate William Randolph Hearst. Nos referimos al monasterio de Santa María de Óvila, edificado en el siglo XII, bajo los designios de la Orden del Císter y la aquiescencia de Alfonso VIII, en el poder entre 1158 y 1214.

Las primeras noticias del complejo religioso aseguran que estaba ubicado en la orilla derecha del Tajo, en el territorio de Murel. Es decir, un poco más arriba del lugar en el que se acomodan hoy sus ruinas. En esta primera ubicación permanecieron los frailes un lustro, confirma el investigador José Arturo Salgado, en «Los monasterios cistercienses y el románico en la Alcarria». “Pero cambiaron de emplazamiento. Y en 1186 se domiciliaron en Óvila”, señala el cronista provincial, Antonio Herrera Casado, en «Monasterios medievales de Guadalajara».

Monasterio de Santa María de Óvila, en Trillo.

Por tanto, en ese año se inició la edificación de las dependencias monacales, del claustro y de la iglesia. La planta del templo era de cruz latina, con una sola nave divida en cuatro tramos –más el ancho crucero–, cinco capillas y una cabecera con tres ábsides. En los techos se podían distinguir bóvedas de crucería. A los pies del oratorio se hallaba claustro, de importantes dimensiones, al igual que el dormitorio de novicios o la sala capitular, de “bóvedas nervadas apoyadas sobre gruesas columnas con capiteles de flora esquemática”, añadía el investigador José Luis García de Paz, ya fallecido, en su obra «Patrimonio desaparecido de Guadalajara».

El cenobio tuvo una intensa vida durante siglos. Así se explican las relevantes dimensiones de gran parte de sus dependencias. Sin embargo, su decadencia comenzó en el siglo XV. “Las guerras civiles desarrolladas en aquella centuria generaron una despoblación en las aldeas de la comarca. Así, durante el tercer cuarto del siglo fueron pasando todas las posesiones que Óvila tenía en los alrededores –Huetos, Sotoca, Ruguilla y Gárgoles de Abajo– a poder de la naciente aristocracia de la zona, encarnada en los condes de Cifuentes”, explican los especialistas.

A este proceso se sumaron –posteriormente– otros hitos que, como la Desamortización de Mendizábal, afectaron muy negativamente a la continuidad del espacio. Tras esta medida liberal, el monumento fue abandonado. “Se dispuso el paso de muchas de sus joyas artísticas a las iglesias parroquiales de los alrededores. Su magnífica biblioteca o sus archivos fueron robados impunemente y malvendidos”, denuncia Antonio Herrera Casado. Pero la puntilla definitiva llegó durante el primer tercio del siglo XX, cuando Hearst consiguió la propiedad del complejo y mandó trasladar varias de sus estancias a Estados Unidos.

El Estado español –propietario del edificio desde la referida Desamortización– se lo vendió hace 100 años a Fernando Beloso, dueño de la finca colindante, quien –a su vez– se lo traspasó a Arthur Byne, representante de don William Randolph en España. Y, finalmente, este multimillonario mandó desmontarlo y trasladarlo hasta su mansión de California.

Monasterio de Santa María de Óvila, en Trillo.

Pero el objetivo no se pudo cumplir en su totalidad. Parte de los materiales no salieron del país –se iban a transportar en barco desde el puerto de Valencia–, ya que se declaró una epidemia de peste porcina en España. Y, para impedir su propagación, el gobierno estadounidense impidió la recepción de parte de los fletes, ya que los materiales iban envueltos en paja –con el fin de protegerlos– y desde la Casa Blanca tuvieron miedo de que la enfermedad llegase al otro lado del Atlántico. A pesar de ello, diversos materiales de Óvila sí que arribaron a su destino.

Una vez en California, los problemas no se mitigaron. “Las dificultades económicas de Hearst, debido a las consecuencias del Crack de 1929, impidieron el montaje del monumento. Mientras tanto, los costes del almacenaje en Estados Unidos seguían subiendo. Al final, el magnate logró vender los restos por 25.000 dólares al Ayuntamiento de San Francisco, que las colocó en el parque del Golden Gate, con la idea de montar el monasterio junto al museo «De Young». Pero nunca hubo dinero para ello”, se explica en «Patrimonio Desaparecido de Guadalajara».

De esta forma, y durante decenios, las piedras del cenobio permanecieron desperdigadas, abandonadas y acuciadas por el deterioro en mitad de la urbe californiana. A pesar de ello, en 1964 se acabó reconstruyendo la portada manierista de la iglesia conventual en el museo «De Young». Sin embargo, una remodelación posterior en este centro cultural obligó a desmontarla, siendo cedida –en mayo de 2002– a la Universidad de San Francisco. Por tanto, muchos vestigios del monasterio se hallan esparcidos por EE.UU.

Empero, aún hoy se observan algunas ruinas de Óvila en España, compuestas por aquellas piedras que no quiso llevarse el referido empresario. Más concretamente, se pueden conocer in situ los cimientos de la iglesia conventual y de la bodega, así como la doble arquería del claustro, de estilo renacentista. “De lo que fueron las crujías claustrales apenas quedan muestras de algunas de las estancias orientales, como la sacristía vieja”, indica José Arturo Salgado.

También destacan los vestigios de la cilla o despensa del complejo. “Se trataba de una sala muy grande, inmensa, con unos grandes arcos apuntados. Era una obra de ingeniería maravillosa, pero como solo tenía eso –sin más decoración– no le interesó a Hearst”, explica el cronista provincial arriacense. Por eso, no se lo llevó a Estados Unidos.

Por tanto, los avatares vividos por el monasterio de Santa María de Óvila nos enseñan que debemos respetar y proteger más nuestro patrimonio. Es la única forma de defender la riqueza monumental que nos han legado nuestros ancestros, y –de paso– evitar expolios como el protagonizado por un magnate caprichoso. Un objetivo que sólo se puede conseguir mediante la divulgación histórica. En este sentido, tanto los restos que –todavía– permanecen en Trillo, como las vivencias sufridas por el cenobio, son de un gran interés, por lo que se deben difundir entre la población. Una excusa más para conocer la riqueza trillana. ¡No te la pierdas!

Bibliografía.
GARCÍA DE PAZ, José Luis. «Patrimonio desaparecido de Guadalajara». Guadalajara: Ediciones AACHE, 2003.
HERRERA CASADO, Antonio. «Monasterios medievales de Guadalajara». Guadalajara: Ediciones AACHE, 1997.
SALGADO PANTOJA, José Arturo. «Los monasterios cistercienses y el románico en la Alcarria», En GONZÁLEZ ZYMLA, Herbert, y PRIETO LÓPEZ, Diego (coords.). Monasterio de Piedra, un legado de 800 años. Historia, arte, naturaleza y jardín. Diputación Provincial de Zaragoza: Zaragoza, 2019, pp.: 161-180