Autor: José Alfonso Fernández

Así, el entorno y sobre todo la historia marcan el pulso de la sierra; porque para entender a esta zona hay que comprender unos pueblos coronados por las cumbres y unos páramos que los ríos recorren. Y es en las orillas de los cauces, en las iglesias, las almenas y torreones, que no se sabe dónde termina la historia y dónde empieza la realidad; ni dónde está el presente y el pasado. Porque de todos es conocido que las aguas, castillos y montañas, tienen sus misterios, sus glorias, y, sobre todo… sus cuentos.
Antes de llegar a la zona y, para tomar conciencia, hay que comprender la magnitud y belleza del lugar desde el mirador de Miralrío. Miralrío, el balcón del Henares y del Bonova.
Sin embargo, no es hasta llegar a la sierra cuando se percibe que el presente y el pasado se mezclan con el paisaje y que los viejos chismes se balancean entre las calles y recodos de las calles de los pueblos.
Seguramente, buscará el visitante un fantasma en las cascadas de El Aljibe cerca de Roblelacasa y El Espinar, entre las pozas del arroyo del Soto, por el terreno pizarroso y los peñascos rodeados de jaras, robles y quejidos, sin encontrarlo.
Durante la búsqueda, un cabrero deja que los animales trisquen las jaras, los hierbajos y las aliagas. Y el caminante, cuando se cruza con él, escucha un saludo que no entiende: «Gallardo Luceras»1
Se pregunta el visitante en su caminar si encontrará lobos, que los hubo y muchos, pero después de escuchar el aullido del último macho, junto al río Bornova en Prádena de Atienza, hace más de cincuenta años, ahora solo quedan algunos ejemplares paseantes que, como el caminante y los excursionistas, van y vienen cruzando fronteras provinciales.
Puede que hoy los lupos estén ocultos en la Cueva del Oso. Sin embargo, el ganado, cada vez más escaso en la zona, rumiará tranquilo en los casillos mientras la ventisca se descuelga desde la Sierra de Pela, silba alegre por sus laderas, y baila entre los valles antes de remontar hacia el próximo risco.
No tiene el caminante mal de amores por lo que no deberá buscar las cinco aguas que manan en el entorno y que sanan esos pesares: fuente del Sauco. fuente del Llanillo, fuente La Romana, fuente de Doña Urraca y fuente de los Monjes. «Quizás un poco de la de los Monjes, para el alma.», piensa. Sibilinamente, algún rumor de amoríos también llega con el aire…
Aun así, un buen trago de un agua que punza el vestíbulo bucal despertará la curiosidad sobre las leyendas que aportan los manantiales.
Un geniecillo se cruza entre unas cumbres que no cejan de formar una línea tortuosa llena de sombras, de robles y pinos; escoltada por peñascos que lloran en los altos y que separan las tierras que unió la voluntad del hombre.
Ayuda la visión magnífica al visitante a trazar recorridos imaginarios que flotan en su imaginación con alegría. Ese pensamiento le anima a visitar piedras donde la erosión del tiempo, del aire y las aguas, han modelado los riscos y pizarras de figuras misteriosas: cueva Valdojos, la piedra del Sombrero, el Menhir de Campisábalos o la piedra del Dragón.
En sus andanzas, encuentra castillos, ya sin guardias amenazantes que custodien el recinto, como el de Ribas de Santiuste, Guijosa, el de Galve de Sorbe, Pelegrina, que el de Atienza ya son palabras mayores, esperan la visita del caminante bajo la mirada atenta del Pico Ocejón y Alto Rey. El castillo del Cid de Jadraque que fue más palacio que castillo, ejerce de vigía adelantado.
Nos sentamos en la laguna de Somolinos, a escuchar historias que cuentan los chopos al viento, bajo la atenta mirada del alimoche que planea con sus primos los buitres por las térmicas del lugar. Unas cornejas se quejan de nuestra presencia y el jilguero emite su primer ¡tiu-ii tsuit-ui-ui! primaveral.
El visitante se atribula con tantos lugares que aún no ha nombrado pero que debería visitar. Pueblos en la Serranía de Guadalajara: Aldeanueva de Atienza, Alpedroches, Arbancón, Cantalojas, Cogolludo, El Cardoso, Hiendelaencinaa (donde habita La Lamia de cola de pez plateada), Majaelrrayo, Robleluengo, Romanillos de Atienza, Tamajón, Valverde de los Arroyos, Villares y Zarzuela de Jadraque…
Estas son, tan sólo, breves pinceladas de colores ocres y marrones, nevadas o verdeantes, que rodean ermitas románicas, calvarios, gentes, vocablos. Lugares en los que el tiempo conserva el olor a limpio.
En Albendiego, en el Bornova, nos quedamos, que a mí me gusta el río fértil, asilvestrado, transparente, que huele al rocío freso de la mañana, aunque sea un río que se torna tierno y lelo durante su marcha después del pantano. Un cauce que serpentea y que parece que quiere desgarrar las gargantas y las vegas marcadas del valle, dejando atrás el lugar donde nació entre piedras; donde los tejados de pizarra y teja, y los árboles que los rodean, se mezclan con los vecinos que nos mecen para acunarnos y que soñemos que permanecemos para siempre en la Sierra de Guadalajara.
1 Buenos días. En jerga Migaña de Guadalajara.