Atienza, la villa del Cid

La práctica totalidad de investigadores están de acuerdo con que el «Cantar del mio Cid» es una de las obras más importantes de la literatura en español, al constituirse como la primera composición poética extensa en nuestro idioma. Se trata, por tanto, de un trabajo de gran relevancia, que apareció hacia el 1200. En sus versos se cuentan las aventuras del caballero Rodrigo Díaz de Vivar, «El Campeador». Unas hazañas relatadas con un heroísmo evidente, en las que se describen –de una forma libre y supuesta– los últimos años de la vida del jinete.

En las mismas, se habla del destierro del hidalgo burgalés, tras la «Jura de santa Gadea». Según esta fuente documental, el noble paseó su ostracismo por zonas de Castilla, Aragón y Levante. En su periplo, transcurrió por Atienza, de la que dijo que era «una peña muy fort». Este personaje histórico divisó la mencionada villa cuando accedió –por primera vez– a la actual provincia de Guadalajara. El noble de Vivar llegó al espacio caracense por la Sierra de Pela. Su «entrada triunfal» debió ser por Miedes, aunque su singladura continuó por Bañuelos, Romanillos de Atienza, Atienza, Robledo de Corpes, Hiendelaencina, Congostrina, La Toba, Jadraque, Bujalaro, Matillas, Villaseca de Henares, Castejón de Henares, Mandayona, Sigüenza, Barbatona, Estriégana, Alcolea del Pinar, Aguilar de Anguita, Anguita y Maranchón.

Un luengo caminar que no le impidió disfrutar la localidad atencina, un enclave que –por aquellas fechas– ya se distinguía por su relevancia comarcal y su riqueza monumental. De hecho, el casco urbano se encuentra encaramado –desde entonces– a un promontorio ubicado en una amplia planicie. Esta hermosa estampa ha cautivado a propios y a extraños. También al Cid. Pero si la primera impresión es muy positiva, no es menos imponente su conjunto patrimonial.

“La realidad histórica y artística de Atienza se debe –en buena parte– a su situación estratégica como paso entre ambas mesetas”, asegura José Serrano Belinchón. El emplazamiento defensivo que ha tenido la población ha influido en su devenir a lo largo de los siglos. Ha moldeado su imagen. Un pasado que se remonta a la época prehistórica. En las cercanías se han encontrado restos neolíticos, aunque también de culturas más recientes, como la romana.

Sin embargo, no fue hasta 1.085 cuando el rey Alfonso VI incorporó el lugar al reino castellano. Más tarde, Alfonso I de Aragón convirtió la alcazaba árabe en una fortaleza, inició las obras de la muralla de la parte alta de la villa y mandó construir la primera iglesia atencina –llamada Santa María del Rey–, que todavía hoy se conserva en pie.

Progresivamente, la localidad fue entrando en su edad de oro. Alfonso VII le concedió el fuero que le permitió constituir su extenso Común de Villa y Tierra. “Fueron aquellas las centurias de máximo esplendor de Atienza, que le permitieron –además– disfrutar de largos periodos de paz y de bienestar bajo la mano amiga de los sucesivos monarcas”, indica Serrano Belinchón. Entre ellos, destacó Alfonso VIII, que permitió “el mayor impulso urbanístico y social a la villa”.

Gracias a ello, se formaron nuevos barrios en la periferia y llegó a contar con 12 iglesias, de las que nueve servirían de parroquias. La población del municipio se contaba por miles. Y todo ello, como forma de agradecimiento a los vecinos por salvar al mencionado monarca –Alfonso VIII– de las tropas leonesas. Desde entonces, y como conmemoración a dicha proeza, se celebra La Caballada, una fiesta declarada de Interés Turístico Nacional.

Sin embargo, las buenas noticias no fueron perpetuas. La población también vivó su momento de declive. Sobre todo, a partir del siglo XV, con el final de la mal llamada «Reconquista». Atienza ya no era una localidad de frontera, por lo que su posición estratégica se desvaneció. “La decadencia se acentuó a partir del reinado de los Reyes Católicos, puesto que, una vez conseguida la unión dinástica, de poco sirvió el más notorio de sus privilegios, que no era otro que el constituirse –por razones de asiento– en lugar de paso entre las dos Castillas y el colindante Aragón”, añaden los especialistas.

A pesar de ello, el legado monumental atencino permaneció impertérrito hasta nuestros días. Son muchos los tesoros que el viajero puede encontrar aquí. Entre ellos, templos, palacios y casonas. O espacios públicos singulares, como la plaza del Trigo, que “se constituye como uno de los cosos más originales y bellos de Castilla”. Tampoco se pueden olvidar las murallas, de las que quedan restos de dos cinturones, en los que se incardinan los arcos de Arrebatacapas y de San Juan. Además, se pueden visitar todas las iglesias del municipio, en las que destacan diversos estilos, como el románico, el renacimiento o el gótico inglés, en el ábside de San Francisco.

Incluso, en el interior de la Santísima Trinidad existe –según la leyenda– una reliquia. Serían dos supuestas espinas procedentes de la corona de Cristo. “Fueron portadas a la villa en la víspera del día de Navidad de 1402, según deseo expreso de doña Juana, infanta de Navarra”, subraya José Serrano Belinchón. Todavía hoy se veneran por parte de los vecinos.

Pero más allá de los edificios de carácter religioso, se pueden visitar otros monumentos que, a lo largo de los siglos, han poseído diversos usos. Entre ellos, la Posada del Cordón, un caserón del siglo XV en cuya portada destaca la gran trenza de piedra esculpida alrededor del dintel. Actualmente, se constituye como la sede del Centro de Interpretación de la Cultura Tradicional de la Provincia de Guadalajara, en el que se reúnen más de 600 piezas de gran valor etnográfico.

Por tanto, Atienza posee un importante patrimonio. Y todo él se encuentra coronado por el castillo –de estilo roquero–, que se domicilia en lo alto de la colina. A su interior sólo se puede acceder por una entrada. Una vez dentro, se observa “una explanada longuiforme en la que, en otro tiempo, debió estar la plaza de armas y demás dependencias” propias de un complejo de estas características. Entre ellas, los fosos, los aljibes o diversos murallones.
La torre del homenaje –ubicada en uno de los extremos del promontorio– es lo que queda en mejor estado. No en vano, fue restaurada hace unos años. Desde su parte de arriba, se pueden otear todas las explanadas circundantes, llegando a divisar hitos a kilómetros de distancia. Por tanto, no es extraño que Rodrigo Díaz de Vivar quedara prendido por lo magnificente de la atalaya. Así es como se mencionaba a la misma en el cantar de gesta más importante en español:

Assiniestro dexan Atineza vna penna muy fuert.
La sierra de Miedes passaron la estonz

Bibliografía
SERRANO BELINCHÓN, José. «Atienza: comarca montañosa y medieval». Guadalajara: AACHE, 1993.