Bodegas de Horche, la ruta de la amistad

“Quemad viejos leños, bebed viejos vinos, tened viejos amigos…”. En ningún otro sitio como en una bodega alcarreña se respira el espíritu del viejo dicho castellano. Salvo lo de leer viejos libros, que no termina de encajar bajo tierra, el resto forma parte de la razón de ser de estos humildes templos de la diversión.

En Horche hubo hasta 500 bodegas, y lo cierto es que por todas sus calles se ven arcos de piedra que en tiempos lo fueron. Algunas se conservan desde el siglo XV. Todo el término era una vid y el subsuelo una mina, hasta que llegó la filoxera a finales del siglo XIX y acabó con las cepas. En Horche se vivía del vino, era su mayor fuente de ingresos, y aunque la epidemia transformó las vides en cereal, la viticultura permaneció en el ADN de los horchanos.

Hace algunas decenas de años, no muchas, se fueron poco a poco arreglando las bodegas, transformándolas en lugar de encuentro y, acto seguido, se empezó a hacer vino. Hoy, un importante ramillete de bodegas están abiertas para uso privado. Tras una feliz idea en pro de favorecer el turismo, se han convertido en visitables para uso y disfrute de quienes se apuntan a recorrer la Ruta de las Bodegas de Horche y beber sus caldos, porque ya se sabe: “El que a la bodega va y no bebe, burro va, burro viene”

Todos los sábados y domingos, menos los dos últimos fines de semana de agosto y los dos primeros de septiembre, un guía parte con el grupo desde el antiguo granero y, por sólo 5 euros, recorre las calles, visita los principales monumentos y hace parada en dos o tres “templos”. En el pueblo se han sumado a la ruta una docena de bodegas. Sus dueños se van turnando para abrir las puertas y charlar con los visitantes. La ruta se hace disfrutando. Ya lo dice el dicho, el vino se tiene que beber teniendo en cuenta las tres “ces”: calma, calidad y sin cambios, las mezclas son explosivas, si acaso mezcla bien con el orujo, que también lo hacen, y bueno, en Horche.

Así que prepararos para hacer un recorrido tranquilo y para empaparos de una nueva filosofía de vida: la del “bodegante”, término que acabamos de inventarnos para definir al amante de las bodegas. El padrenuestro del “bodegante” es tener siempre las puertas abiertas, tanto las de su bodega, como las de su alma. En una bodega no hay secretos, no hay penas, no hay rencillas, sólo hay espacio para la charla y la diversión, y de las dos cosas presumen en Horche. ¡Acércate y compuébalo!