La Alcarria, una comarca eterna

Mucho se ha dicho –y se ha escrito– sobre La Alcarria. En este sentido, ¿quién no conoce las andanzas de Camilo José Cela por este territorio? Fue el premio Nobel quien puso a la comarca en el mapa internacional. Sin embargo, el devenir de dicho espacio comenzó siglos atrás. “Mucho antes de que don Camilo iniciara sus conocidos paseos por estos caminos, anduvieron por ellos –en la antigüedad– tribus de la más dispar procedencia, viviendo al amparo de sus solanillas pedregosas, alimentados de su caza y sirviéndose como despensa de las generosas y fecundas riberas de sus ríos”, asegura el especialista José Serrano Belinchón.

De hecho, el mencionado espacio ha sido ocupado por las más variadas culturas. Y así ha ocurrido así desde hace milenios. “Hombres prehistóricos, lobetanos, olcades, lusones, romanos, musulmanes, guerrilleros y libertadores hicieron de este retazo de Castilla su solar predilecto”, añade Serrano Belinchón. “Más tarde la tomarían para su uso reyes, obispos y familias hidalgas como habitáculo de temporada”, añade.

Por tanto, la historia alcarreña es amplia y prolífica. Algo que se observa en algunas de las localidades que jalonan la comarca. Entre ellas, Cifuentes, Brihuega, Sacedón, Trillo, Henche o Durón, de las que hablaremos más profundamente en siguientes artículos. Además, existen otras villas que, al igual que las anteriores, bien merecen ser visitadas.

Entre ellas, Pastrana, que cuenta con una gran historia y patrimonio. En ella, Cela terminó su periplo por la comarca. Una relevancia que ya se observaba desde antaño. Por ejemplo, tras la caída del Imperio Romano llegó tener “silla episcopal”, siendo San Avero su primer obispo. Sin embargo, la edad de oro de la localidad arribó mucho más tarde, en el siglo XVI, cuando pasó a manos de la familia Mendoza. “En 1569, Ana de Mendoza y de la Cerda, Princesa de Éboli, y su esposo Ruy Gómez de Silva, consiguieron de Felipe II el título de duques de Pastrana. Y emprendieron de inmediato la labor ímproba de urbanizar y embellecer el municipio”, relata Serrano Belinchón.

De hecho, los diferentes monumentos pastraneros dan buen testimonio de la relevancia que llegó a adquirir la villa. Entre ellos, el Palacio Ducal –obra de Alonso de Covarrubias–; la iglesia colegiata de la Asunción; o el convento carmelita, fundado por Santa Teresa de Ávila y en el que también se alojó San Juan de la Cruz. Todo ello sin olvidar los tapices flamencos colgados en el museo parroquial y que formaron parte de la colección de Alfonso V de Portugal.

Relativamente cerca de Pastrana se encuentra Tendilla, donde destacan los soportales de la calle Mayor, que se prolongan a lo largo de 500 metros. “Bajo los mismos extendieron sus mercancías –durante siglo– guarnicioneros, cordeleros, tejedores, cereros, buhoneros y cambistas de casi toda España durante la famosa feria de San Matías, que se alargaba medio mes”, rememora José Serrano Belinchón. Además, en este municipio destaca la iglesia parroquial –monumental pero inacabada–, así como las ruinas del monasterio jerónimo de Sata Clara, fundado por Íñigo López de Mendoza.

Otra de las localidades por las que pasó el premio Nobel fue Budia, en la que destaca la arquitectura popular de sus viviendas. “Unas casas que pudieran servir muy bien como patrón a la hora de definir el tipo de la vivienda alcarreña: muros de sillar en la base, mampostería de buena piedra en el cuerpo de la pared, para concluir con obra de entramado y adobe a la altura de las cámaras y de los graneros en el piso más alto”, aseguran los especialistas. Todo ello, sin olvidar la iglesia de San Pedro –y su portada plateresca– o la ermita de la Virgen del Peral, con su espadaña barroca.

Y si el viajero quiere seguir en su caminar, puede hacerlo en Zorita de los Canes, punto dominado por su impresionante fortaleza. La misma fue edificada en el siglo IX por el emir de Córdoba y posteriormente reconstruida –en el XIII– por la Orden de Calatrava. Y, un poco más allá, se halla Recópolis, una antigua ciudad visigoda impulsada por el rey Leovigildo y que –a día de hoy– es un parque arqueológico.

Una naturaleza relevante
Pero si la historia de la Alcarria y de sus villas es digna de destacar, no lo es menos el entorno natural en el que se encuadra. Es muy rico y variado. “Al tratarse de una región natural de la meseta, se constituye como un territorio dilatado y heterogéneo, de veranos calurosos e inviernos fríos”, explica José Serrano Belinchón. “Los oteros y los altiplanos comparten en su paisaje agrio una perspectiva común con los regatos alcarreños y con las laderas tapizadas de roble, de romero, de espliego, de ajedrea y de tomillo, así como la caída de algún mínimo cuartel de olivos raquíticos, de almendros y de albahacas”, describe.

De esta forma, se pueden disfrutar de parajes tan inigualables como las Tetas de Viana, la sierra de Altomira, los embalses de Entrepeñas y Buendía o las cercanías del Tajo. En apenas unos pocos kilómetros de distancia, el caminante puede encontrar una gran variedad de paisajes y ecosistemas. Y sin salir de la comarca…
En consecuencia, el visitante se empapa de una luenga historia, de un rico patrimonio y disfrutar de un impresionante entorno natural. No es extraño, por tanto, que Cela eligiera esta comarca para hacer una de las más relevantes obras de viajes en castellano. La Alcarria, por si sola, bien merece un libro de estas características. Y mucho más.

Bibliografía
Serrano Belinchón, José. La Alcarria de Guadalajara. Guadalajara: Aache, 2003.