Castilla-La Mancha, una región para descubrir

El 16 de agosto de 1982 se publicó el Estatuto de Autonomía regional. Fue el pistoletazo de salida para la actual Castilla-La Mancha. Sin embargo, el territorio que compone dicho espacio ya contaba con una larga e intensa historia. Un devenir previo que enraíza sus orígenes en la Antigüedad, antes de la llegada de los romanos. De hecho, en el siglo IV a.C. ya había asentamientos íberos y celtíberos la zona.

Poco después, hacia el II a.C., se produjeron las primeras incursiones lacias. El dominio itálico finalmente se impuso y se extendió durante varias centurias. Sin embargo, “con la decadencia del Imperio romano, diferentes tribus germánicas comenzaron a penetrar en la Península. De esta forma, el pueblo visigodo ocupó la actual Castilla-La Mancha, eligiendo Toledo como capital política y religiosa”, explican desde la Junta de Comunidades.
En el 711 comenzó el dominio árabe, floreciendo –así– diversas artes y técnicas. “El mestizaje cultural adquirió forma con el legado mozárabe y morisco, con la aportación hispana al arte, con la ciencia musulmana y con la escuela de traductores de Toledo”, explican fuentes autonómicas. “Tras la desmembración –a comienzos del siglo XI– del Califato de Córdoba, surgieron diversos reinos de taifas, entre los que destacó el toledano, cuyo territorio coincidió en gran parte con la actual región”, aseguran.

“Las mencionadas taifas tuvieron un importante esplendor artístico y cultural, pero su debilidad política las hizo más vulnerables para los reinos cristianos, que avanzaron lentamente desde el norte y conquistaron las principales plazas y territorios bajo el poder musulmán”, explican los especialistas. De esta forma, Alfonso VI tomó Toledo en 1085 y Alfonso VIII hizo lo propio con Cuenca en 1177. Años más tarde, en 1255, otro monarca castellano –Alfonso X el Sabio– mandó crear Villa Real, que tiempo después pasaría a ser Ciudad Real. “Numerosas fortalezas nos recuerdan el carácter fronterizo de nuestro territorio en época medieval”, aseguran los historiadores.

En este trabajo expansivo, los mandatarios cristianos se vieron ayudados por diferentes órdenes militares. Entre ellas, las de Calatrava, San Juan y Santiago, cuya acción todavía hoy se puede observar en la región. La presencia de estas entidades no impidió que se produjera la revuelta de las comunidades castellanas, durante la cual varios estamentos sociales cuestionaron la figura del rey de la época, Carlos V. “La virulencia de las protestas provocó que los grandes señores se apiñasen junto al monarca para aplastar la sublevación popular”, indican desde el gobierno autonómico.

“La uniformidad político-religiosa impuesta por las monarquías católicas, con sus persecuciones y extrañamientos –sefardíes, moriscos–, mutiló la regla de la tolerancia y arruinó la economía sustentada en los oficios, el campo y las finanzas”, indican los especialistas. “Pero la diversidad siguió latiendo oculta bajo otras formas y expresiones”, relatan.

Así, la historia siguió su curso durante el siglo XVI. A lo largo de dicha centuria se produjeron crecimientos demográficos y agrarios. Sin embargo, esta progresión no duró eternamente. Apenas 100 años después se vivió una nueva época de crisis, causada por las pestes y las hambrunas. Esta situación se corrigió más tarde –en el XVIII–, cuando los índices poblacionales volvieron a incrementarse, así como los cultivos, que también se expandieron.

El devenir del actual territorio autonómico continuó su curso durante los siguientes decenios, hasta llegar al siglo XX. “Las sucesivas crisis de la Monarquía, la dictadura de Primo de Rivera y el advenimiento de la Segunda República se vivieron en la región con similar intensidad a la del resto de España”, confirman desde la Junta. Posteriormente, las cinco provincias castellanomanchegas sufrieron los rigores de la Guerra Civil y de la posterior represión de Franco, que también fue durísima en el mencionado espacio.

Además, durante el totalitarismo franquista hubo –asimismo– otras consecuencias. “Las décadas que siguieron a la contienda de 1936 estuvieron marcadas por la masiva emigración de castellano-manchegos, tanto hacia ciudades de España como del extranjero”, explican los expertos. “A lo largo de los años 50 y 60, más de medio millón de ciudadanos emigraron a Madrid, Valencia y Cataluña”, agregan.

Sin embargo, tras el restablecimiento de la democracia, parte de los problemas se corrigieron. Fue en esta época cuando se aprobó la Constitución de 1978 y, posteriormente, se desarrolló el Estado de las Autonomías. Castilla-La Mancha se definió en agosto de 1982. A partir de esa fecha, las cinco provincias que la componen han permanecido unidas bajo un mismo Estatuto, creándose – de esta forma– un espacio de 79.463 kilómetros cuadrados en el que se observa una gran diversidad patrimonial y natural.

El medio ambiente
Precisamente, el ámbito castellano-manchego se define como “uno de los enclaves de mayor diversidad biológica de Europa”. Un ejemplo de esta riqueza se observa en la Reserva de la Biosfera de La Mancha Húmeda, declarada en noviembre de 1980 por la UNESCO. En la misma se engloban más de 50 humedales de enorme valor ambiental, científico y paisajístico. Sin embargo, ésta no es la única alternativa de gran interés natural. También se deben mencionar los parques nacionales de Cabañeros y de Las Tablas de Daimiel.

Asimismo, existen siete parques naturales en Castilla-La Mancha. A saber: Alto Tajo, Sierra Norte de Guadalajara, Lagunas de Ruidera, Río Mundo, Serranía de Cuenca, Sierra Madrona o Río Dulce. De hecho, “la fauna y flora de la región se constituyen como uno de los catálogos más extensos y diversos de la Península Ibérica”, confirman desde la Junta. “En total, existen más de tres millones y medio de hectáreas de bosques y montes, que ocupan cerca del 45% del territorio autonómico”, añaden.

Todo ello, sin olvidar las propuestas culturales, tradicionales y festivas de las que se pueden disfrutar en las cinco provincias que componen el ámbito regional. “Eventos de referencia, como el festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro o Farcama, son un atractivo consolidado”, relatan los conocedores de la materia. A estas opciones, “se unen nuestras costumbres de alto interés turístico, como las diferentes semanas santas, los corpus, la Endiablada, la Caballada, las Mondas o los mayos”, agregan.

Por tanto, Castilla-La Mancha –por sus grandes potencialidades– se constituye como un destino turístico de primer nivel. “La Comunidad Autónoma ofrece un rico patrimonio histórico-artístico y una inmensa variedad de ecosistemas, lo que unido a su riqueza gastronómica y su tradición artesana, ha hecho que el mencionado espacio se haya convertido en un valioso reclamo para el disfrute del viajero”, concluyen los especialistas.