Cuando las picotas (y los rollos) presidían las villas…

Picota de Durón
Picota de Durón

Una cincuentena de municipios de Guadalajara posee unas construcciones muy singulares en sus espacios públicos más destacados. En algunos pueblos, dichas edificaciones se conservan en muy buenas condiciones. En otros, sin embargo, requieren una intervención urgente para asegurar su conservación. Nos estamos refiriendo a los rollos y las picotas, unas muestras arquitectónicas que no sólo hablan del patrimonio local, sino también de la historia del lugar. E, incluso, de la zona….

Pero, ¿en qué consisten dichas realidades? “Son unos monumentos de piedra constituidos por unas gradas que hacen de soporte a una columna que tiene base, fuste, capitel y remate. Datan de los siglos XV y XVI, aunque existen algunos ejemplos posteriores”, explican los investigadores Vanesa Martínez Señor, Fátima López de Diego y Ángel García García, especialistas en la materia. En cualquier caso, no se puede confundir el rollo y la picota. “El primero tenía carácter jurisdiccional y se situaba a las afueras de los pueblos, mientras que la segunda poseía cometidos penales y se emplazaba en la plaza o en algún lugar destacado”, añaden los mencionados expertos.

Picota de Lupiana. Foto Antonio Fernández Valero
Picota de Lupiana. Foto Antonio Fernández Valero

Incluso, algunos autores han vinculado estos monumentos con especies florísticas. Por ejemplo, Ricardo L. Barbas Nieto relaciona la función de dichas construcciones con el carácter distintivo dado de forma tradicional a los olmos. “Principalmente, esto se conseguía por su emplazamiento, predominante en la plaza pública, en la vía de paso más transitada, al lado de la iglesia parroquial o frente a la casa consistorial. Todos ellos, con clara intención de la búsqueda de una simbología de relevancia manifiesta”, explicaba. “Un hecho que, más tarde, reproducirían los rollos y picotas”. Por tanto, los mencionados monumentos serían “herederos del árbol concejil, materializándose en piedra durante la Edad Moderna, certificándose –así– la independencia de los concejos”.

De esta forma, dotaban a la localidad de jurisdicción. Así, este tipo de recursos arquitectónicos “poseían un significado que iba más allá de la mera función de castigo. Eran la representación de las atribuciones, privilegios y deberes que los miembros de la comunidad tenían como ciudadanos de la misma, asumiendo las características que en tiempos todavía más antiguos se agrupaban en torno a un árbol, «palo concejil» o pilar”, señala Ricardo L. Barbas Nieto.

Todo ello se condensaba en las cinco partes que componen los mencionados monumentos. Nos referimos a la grada, “formada por grandes bloques de piedra bien ajustados entre sí que dan acceso a la columna propiamente dicha;” la base o pedestal, que se encuentra formada por “un dado o paralepípedo rematado con molduras”; el fuste, cuyo modelaje suele ser circular; el capitel, que “sirve de término a la columna y que está formado por molduras más o menos complejas y que se corona en salientes de las más diversas formas”; y los remates, que son el elemento de estas composiciones que presentan una mayor diversidad, según las épocas.

Picota de Fuentenovilla
Picota de Fuentenovilla

Un origen que se pierde en la noche de los tiempos…
Sin embargo, ¿cuál es el germen inicial de este tipo de edificaciones? No se sabe a ciencia cierta, pero una de las primeras referencias a las mismas se encuentra en «Las siete partidas» de Alfonso X, un cuerpo normativo redactado en Castilla durante el siglo XIII. De hecho, en la partida séptima, de la ley cuarta del título XXI, se distinguía una mención. Más concretamente, se indicaba: “la setenta es quando (sic) condenan a alguno que sea azotado o ferido (sic) paladinamente por yerro (sic) fizo (sic), o lo ponen por deshonra dél (sic) en la picota, o [desnudan faciendo (sic)] estar el sol untado de miel porque lo coman las moscas alguna hora del día”.

De hecho, ésta es la imagen clásica de las mencionadas edificaciones, al aparecer como “un poste el que se exponían los malhechores a la vergüenza pública o, incluso, se les castigaba”, explica Barbas Nieto. A pesar de ello, esta tradición constructiva se fue profundizando con el paso de las décadas. “Durante los siglos XVI y XVII, y debido a las numerosas concesiones de villazgo y de exención otorgadas a los lugares que hicieron aportaciones a la Corona, este sencillo elemento se desarrolló en gran medida, generalizándose su uso”, aseguran los historiadores. Además, en esta época, “las rústicas picotas primitivas se transformaron en bellos ejemplares, resaltando su aspecto ornamental”, subrayan Martínez, López y García.

Pero no hay fenómeno que 1.000 años dure. Poco después, a finales del siglo XVIII, comenzó la decadencia de estos símbolos. La Ilustración los condenó como «iconos del Antonio Régimen», por lo que adquirieron un “significado peyorativo”. Una perspectiva que se reflejó las Cortes de Cádiz, que redactaron el Decreto CCLVIII de 26 de mayo de 1813, de destrucción de los mencionados monumentos. Un texto legal que, a su vez, desarrolló el Decreto LXI de 22 de abril de 1811, que propugnaba la abolición de cualquier aplicación penal en las referidas construcciones, ya que «los pueblos de la nación española no reconocerán jamás otro señorío que el de la nación misma».

Picota de Budia
Picota de Budia

A pesar de ello, esta legislación no se aplicó en la práctica. Y para muestra, un botón. Todavía hoy existe un elevado número de rollos y picotas en Castilla. “Y frente a la general indiferencia del pueblo llano en torno a la conservación o destrucción de los referidos elementos, a finales del siglo XIX existieron dos actitudes contrapuestas”, asegura Ricardo L. Barbas Nieto. Por un lado, la de aquellos que presentaban una animadversión hacia este tipo de construcciones. Y, por otro, la de los primeros estudiosos que reivindicaban este tipo de arquitectura, debido a su importancia histórica.

“La materialización de la tendencia de la conservación se consolidó durante la segunda mitad del siglo XX. Concretamente, el 14 de marzo de 1963, cuando se estableció un Decreto (el 571/1963) en virtud del cual se encomendaba a los ayuntamientos la vigilancia y conservación de todos los escudos, piedras heráldicas y rollos de justicia con más de 100 años”, indican los especialistas.

Un posicionamiento que se confirmó y se profundizó con la llegada de la Democracia, gracias a la Ley de Patrimonio Histórico Español del 29 de junio de 1985, que declaró a este tipo de monumentos como Bienes de Interés Cultural (BIC). La mencionada calificación se ha mantenido vigente hoy en día. Por ello, han sobrevivido una gran cantidad de «ejemplos de villazgo».

El caso arriacense…
Un ejemplo de esta situación es Guadalajara, que se alza como uno de los territorios donde ha pervivido esta tradición patrimonial. Se constituye como uno de los espacios con mejor conservación de rollos y picotas. Los especialistas han cifrado en 52 los municipios en los que –aún hoy– se mantienen en pie los mencionados tipos constructivos. Además, la práctica totalidad de los mismos se pueden visitar y conocer sin problemas…
Entre las localidades con una picota más impresionante se ha de mencionar Fuentenovilla.

“Se caracteriza porque sobre sus cuatro gradas circulares muestra una magna estructura, consistente en una columna cilíndrica de gran esbeltez, cuya parte inferior es lisa y la superior estriada, culminando todo en un capitel del que sobresalen –en sus esquinas– sendos cuerpos de monstruos antropomorfos, con cabezas de animales”, explica Antonio Herrera Casado, cronista provincial. “Y como elemento cimero se levanta una balaustrada con pináculos en los ángulos, en cuyo centro se elevan tres troncos piramidales superpuestos”.

Picota de Moratilla de los Meleros
Picota de Moratilla de los Meleros

Asimismo, se ha de mencionar el caso de Moratilla de los Meleros. Aquí, el monumento analizado es plateresco y cuenta con cuatro gradas circulares que sirven de asiento a la basa cuadrangular, que presenta relieves en todos sus costados. En los mismos surgen seres humanos que representan los principales vientos. “Sobre ella se eleva una columna circular de fuste estriado, mitad cóncavo, mitad convexo. Y encima de todo aparece el clásico capitel jónico, del que sobresalen cabezas de leones. El monumento culmina por un pináculo cuadrado de dos pisos, con cabezas de angelitos aladas en el superior y rosetas en el inferior”, describe el cronista provincial.

Del mismo modo, el caminante también tiene la oportunidad de acercarse hasta Budia y deleitarse con la picota de la localidad, que los vecinos conocen como «el patíbulo». “Está aislada, a la salida del pueblo, en un camino que baja hacia Durón, pero hermosa y contrastada siempre. Se afianza sobre cinco gradas cuadradas de piedra, de las que se eleva una columna sobre basamento cuadrangular, con fuste estriado en sus dos tercios superiores, con capitel toscano, en el que se superpone un ábaco cuadrado que soporta cuatro cabezas salientes de animales, rematándose el conjunto con un prisma terminado en pirámide”, asegura Antonio Herrera Casado.

Picota de La Mierla
Picota de La Mierla

No muy lejos de allí se encuentra Lupiana, donde el viajero podrá encontrar otro ejemplo sinigual de este tipo de patrimonio. “La picota, edificada en el siglo XVI, está situada en la plaza Mayor, frente a la casa consistorial. Tiene cinco gradas hexagonales, sobre las que se asienta un pedestal de planta cuadrada rematado por molduras. El fuste cilíndrico acanalado se corona en un capitel formado por cuatro cuerpos alados de corte plateresco.

El conjunto se encuentra acabado por un pináculo, sobre el que sobresale un elemento cuadrado con dos brazos y dos ganchos en sus extremos”, describen Vanesa Martínez, Fátima López y Ángel García.

Picota de Galve de Sorbe
Picota de Galve de Sorbe

Pero también se deben mencionar otras villas arriacenses, que –de igual forma– conservan una muestra patrimonial de este tipo. Es el caso de Alaminos, con un rollo del siglo XVI; Algora, con un ejemplo renacentista; Alhóndiga, con una construcción del XVI; Almonacid de Zorita; Alocén, cuya picota fue edificada en 1587; Balconete; Brihuega; Casas de San Galindo; Castilmimbre, donde el rollo es de 1747; Cifuentes, con un caso realizado durante el Renacimiento; Durón; Fuentes de la Alcarria, donde existe una construcción que se mandó levantar en el siglo XVI; Galve de Sorbe, villa en la que se distinguen hasta dos monumentos de estas características: el «grande», renacentista, y el «pequeño», de la misma época; Hinojosa; Hueva; La Mierla; La Toba; Gárgoles de Arriba; Mohernando; o Peñalver, que cuenta con un ejemplo de 1540.

Tampoco se pueden pasar por alto los casos de Pozo de Guadalajara, con una picota del siglo XVI; Ruguilla; Tartanedo, cuyo rollo se emplaza en el prado existente en la ermita de La Piedad; Torija, que cuenta con un caso del Quinientos; Torrecilla del Pinar; Valdeavellano, con un caso del XVI; Valderrebollo, con un recurso de la misma centuria; Villaviciosa de Tajuña; y Yélamos de Arriba. En la picota de este último municipio se puede leer una inscripción en la que reza: «reinando Carlos IV se levantó a expensas de propios de esta real villa el año 1794».

Además, se han de mencionar los casos de los que se conservan referencias históricas, pero que han sido demolidos o que –simplemente– se han perdido. Entre ellos, Albalate de Zorita, cuya construcción fue derribada con motivo del ensanchamiento de una calle; Cubillejo del Sitio; Driebes, donde había rollo que estaba situado a la salida del pueblo hacia el oriente; Espinosa de Henares; Fuencemillán; Hontoba, que contaba con una picota que fue destruida en la Guerra Civil, aunque se encuentran restos de ella en una fuente emplazada a las afueras del pueblo; Huetos; Marchamalo, Masegoso de Tajuña; Mazuecos, Mochales; Muduex; Olmeda del Extremo, donde se demolió en 1977; Palazuelos; Tamajón; Usanos; o Valdearenas, donde “tampoco quedan restos”.

A pesar de estas pérdidas, los mencionados monumentos se alzan como un elemento patrimonial de primer orden, que hablan del pasado histórico y jurisdiccional de muchas villas arriacenses. Sin duda, los rollos y las picotas son un recurso más para conocer, investigar y divulgar el pasado de los pueblos de Guadalajara. Una magnífica opción para saber más de nosotros mismos y, también, para atraer turismo a la «España Vaciada» y reforzar el tejido económico en estas zonas…

Bibliografía.
BARBAS NIETO, Ricardo L. «El origen de los rollos, picotas y cruces de caminos. De árboles y bosques sagrados, pilares, palos concejiles. Irminsul». Cuadernos de etnología de Guadalajara, 47–48 (2015–2016), pp.: 131-142.
MARTÍNEZ SEÑOR, Vanesa, LÓPEZ DE DIEGO, Fátima, GARCÍA GARCÍA, Ángel. «Rollos y picotas en la provincia de Guadalajara». Wad-al-Hayara: Revista de estudios de Guadalajara, 7 (1980), pp.: 103-140.