Guadalajara, ciudad amurallada…

Cuando se afirma que la capital provincial ha perdido gran parte de su patrimonio, se dice la verdad. Son muchos los monumentos arriacenses que –a lo largo de la historia– han sido víctimas del deterioro y de las demoliciones. Sobre todo, durante el último siglo y medio. Y para muestra, un botón. ¿Qué queda de las antiguas murallas que rodeaban la ciudad?

Apenas unos pocos restos. Gran parte del perímetro fue derribado hace más de 100 años, acabando –de esta manera– con más de un milenio de historia…

Pero, ¿cómo era este monumento? “Guadalajara estuvo, desde el tiempo de los árabes, rodeada de murallas, que luego se reafirmaron y tomaron su definitiva forma en época de los reyes castellanos, durante los siglos XII y XIII”, asegura el cronista provincial, Antonio Herrera Casado, en su libro «Guadalajara, una ciudad que despierta». De hecho, “en algunos lugares surgen los restos –mínimos– del muro defensivo, de sus puertas de acceso o, incluso, del alcázar”.

Precisamente, la mencionada «fortaleza» cerraba el perímetro en uno de los extremos de la capital. “Se encontraba junto a la puerta de Bradamarte, de la Alcallería o de Madrid”, indica Herrera Casado. El mencionado «castillo» fue una estructura de origen árabe que –también– fue ocupada y utilizada por los castellanos. Incluso, llegó a ser residencia de algunos miembros de la Familia Real, como las infantas Isabel y Beatriz, hijas de Sancho IV, así como de los monarcas Fernando III, Alfonso X, Alfonso XI o Berenguela I. Incluso, se celebraron varias convocatorias de Cortes en la infraestructura. Entre ellas, las desarrolladas en 1390 o en 1408. Pero los años fueron pasando y el monumento no mantuvo el brillo de sus mejores épocas. Sobre todo, tras la edificación de nuevos lugares residenciales en la ciudad, como el Palacio del Infantado, concluido a finales del siglo XV.

Más adelante, en el alcázar real arriacense “se alojaron los cuarteles de San Carlos y Santa Isabel (1840–1860), para –a partir de 1860– permanecer sólo el de San Carlos”. Además, en 1898 también se instaló el Colegio de Huérfanos del Ejército de Tierra. Un uso que se mantuvo hasta 1936, momento en el que la fortaleza quedó en el estado que se observa actualmente. No en vano, durante la Guerra Civil española fue bombardeada e incendiada… De hecho, hoy sólo se distinguen los cuatro lienzos de los muros y las torres que conformaron el monumento.

Un perímetro que no cesa
Pero saliendo del Alcázar Real, las murallas arriacenses seguían su caminar. ¡Y vaya si lo hacían! “Continuaban bordeando el espolón en que se asentaba el burgo, dando vista al barranco sur –o de San Antonio–. Pasaba ante la plaza del Palacio del Infantado, donde se abría la puerta de Alvar Fáñez o del Cristo de la Feria, que todavía se conserva”, narraba el cronista provincial arriacense. “Se trata de un torreón pentagonal de dos alturas, ocupadas por sendas cámaras”. Además, se encuentra edificado con mampostería y sillar en las esquinas. “Su fachada posterior es abierta, para evitar que el enemigo pudiera hacerse fuerte en ella si lograba conquistarla”, aseguran desde el Ayuntamiento de Guadalajara.
Empero, las murallas arriacenses seguían ascendiendo. “Unos 300 metros más arriba se abría la puerta de San Antonio, donde hoy se ubica la «ronda» que lleva dicha denominación. Pasaban por delante de la ermita de Nuestra Señora de la Antigua y seguían por la cuesta hasta cruzar el convento del Carmen, remontando la travesía de Santo Domingo, para llegar a la plaza del mismo nombre”, se expone en el libro «Guadalajara, una ciudad que despierta».

Precisamente, en este espacio se emplazó otro gran acceso –denominado «Del mercado»–, ya que en el espacio que se abría enfrente del mismo se vendían –cada martes– las mercaderías que abastecían a la urbe. De hecho, la referida puerta fue blanco de polémicas el pasado verano, cuando –tras derribar una vivienda– se hallaron restos que, inicialmente, se atribuyeron a época medieval. Sin embargo, después se demostró que eran muy posteriores.

En cualquier caso, esta puerta se integraba por dos elementos diferenciados. “Por un lado, el baluarte medieval situado en el flanco oriental de la calle Mayor y colgado sobre el talud que descendía hasta la calle La Mina, representado con la característica planta pentagonal en proa”, explican los historiadores. Y, por otro, “el acceso directo sobre el trazado de la calle Mayor, constituido por dos cuerpos que, al exterior, se remataban con cubos de sección semicircular”. Una disposición que recuerda a los accesos monumentales erigidos en ciudades castellanas

No en vano, dicha entrada se alzaba como una de las más importantes a Guadalajara. “En muchos documentos que tratan sobre el tránsito de la Familia Real por la ciudad siempre califican a la Puerta del Mercado como la principal. Y era allí donde se congregaban sus vecinos para proceder a los actos protocolarios de bienvenida”, subrayan los especialistas.

Sin embargo, la relevancia del enclave no fue eterna. “La desaparición de esta puerta monumental y de su baluarte medieval adjunto se produjo en 1845”. El proceso de ruina se inició en octubre de 1844. Se buscaba que desapareciera “el aspecto desagradable que presentaba la entrada por su costado derecho”. Como en otras ocasiones, el gobierno local “desatendió los valores artísticos e históricos de estas construcciones y acordó que «se procediera, sin pérdida de tiempo, a demoler el arco y pilares de sostenimiento con las precauciones oportunas»”, rememoran los investigadores.

Caminito de Bejanque
A pesar de ello, el perímetro amurallado seguía por lo que hoy es la calle de La Mina. Al final de esta recta se alcanza la puerta de Bejanque, derruida parcialmente en 1884. “Era de planta pentagonal, con un espolón macizo hacia levante. Contaba con dos ingresos desde el exterior, uno al sur y otro al norte. Y dentro de la torre se abría, en la muralla, otra torre que daba paso a la ciudad”, narraba Antonio Herrera Casado.

Este caso, “constituía, igual que el acceso del Mercado, un seguro mecanismo de defensa”. En la actualidad, sólo se puede observar un arco… Pero las murallas mantenían su recorrido. Iban por la calle de Ronda hasta el barranco, donde presentaba un gran cubo esquinero, respetando –a continuación– la línea del arroyo del Alamín hasta llegar al torreón homónimo.

“A fines del siglo XIII, el puente asociado al complejo fue edificado por la infanta Isabel, señora de Guadalajara, y por su hermana Beatriz, con el fin de facilitar el acceso al convento de San Bernardo, al otro lado del barranco”. El torreón que defendía el puente “es de planta cuadrada, de tres pisos cubiertos por bóvedas de ladrillo”. A día de hoy, este complejo “alberga una exposición permanente sobre la ciudad medieval”, explican desde el Ayuntamiento.

Las murallas arriacenses –finalmente– cerraban su caminar paralelas al arroyo del Alamín, hasta llegar al Alcázar. Es cierto que quedan muy pocos restos de lo que fue el perímetro amurallado de la capital provincial. Algo que ha ocurrido debido a la falta de control de las autoridades consistoriales y, también, por el desinterés ciudadano. Pero, a día de hoy, hay una mayor concienciación por nuestro pasado patrimonial. En consecuencia, una buena alternativa pasaría por el diseño de un recorrido a lo largo del espacio que ocupó dicha infraestructura defensiva. De esta forma, se podría conocer la historia de la ciudad y no repetir los errores del pasado…

La fortaleza arriacense
Como ya se ha mencionado, el Alcázar Real de Guadalajara cerraba parte de las murallas capitalinas. Pero, ¿cuál fue su origen? “Su historia se remonta a la época emiral, cuando la ciudad formaba parte de la «Marca Media»”, describe Julio Navarro. Una opinión que es compartida por el cronista provincial, Antonio Herrera Casado. “Sabemos que el interior fue diseñado conforme a los cánones de la arquitectura islámica, con patios y fuentes, además de galerías, salones de representación, etc.”. Sin embargo, la historia del monumento continuó durante los siglos posteriores. “Tras la conquista de la ciudad, pasó a ser propiedad de la Corona castellana, manteniendo sus funciones de centro militar y político”.

Pero, ¿se sabe cómo llegó a ser la mencionada construcción? “Los 17.000 metros cuadrados que ocupa están repartidos en dos grandes recintos. El primero, el «alcázar–castillo» propiamente dicho. Y otro espacio exterior en forma de «L» que se integró en el edificio a mediados del siglo XIX, cuando sobre él se construyó el cuartel de san Carlos”, señalan los expertos Miguel Ángel Cuadrado, María Luz Crespo y Jesús Alberto Arenas.

 

Bibliografía
CUADRADO PRIETO, Miguel Ángel y CRESPO CANO, María Luz. «El tercer foso de la muralla medieval de Guadalajara en el aparcamiento de Santo Domingo, La Mina y otros informes arqueológicos», XIII Encuentro de Historiadores del Valle del Henares. Guadalajara: Diputación Provincial, Institución de Estudios Complutenses y Centro de Estudios Seguntinos, 2012.
CUADRADO PRIETO, Miguel Ángel, CRESPO CANO, María Luz, y ARENAS ESTEBAN, Jesús Alberto. «Primer avance de la excavación arqueológica en el Alcázar de Guadalajara». En VV.AA. (coord.). Libro de actas del VI Encuentro de historiadores del «Valle del Henares». Alcalá de Henares, 1998.
HERRERA CASADO, Antonio. «Guadalajara: una ciudad que despierta». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1991.
NAVARRO PALAZÓN, Julio. «El Alcázar Real de Guadalajara. Un nuevo capítulo de la arquitectura bajomedieval española», Arqueología de Castilla-La Mancha. I Jornadas, Cuenca (2007).
NAVARRO PALAZÓN, Julio. «Excavaciones arqueológicas en el Alcázar de Guadalajara». Madrid: CSIC, 2005