Guadalajara tuvo más castillos…

Valfermoso de Tajuña
Valfermoso de Tajuña

Nuestra provincia es una tierra castillera. Se alza como el segundo territorio de España con mayor número de fortalezas, gracias a sus 198 edificaciones. Sólo nos supera Jaén, que cuenta en su haber con 237 complejos. No es casualidad que ambos lugares hayan sido –históricamente– emplazamientos de limes. Por ello, se levantaron una gran cantidad de infraestructuras defensivas, muchas de las cuales se conservan en la actualidad.

“Guadalajara, primero por su carácter fronterizo y luego por las luchas nobiliarias, tiene numerosas atalayas, así como bellos y fuertes castillos”, señalaba el investigador José Luis García de Paz, tristemente fallecido, en su libro «Patrimonio Desaparecido de Guadalajara». Sin embargo, oros ejemplos se han esfumado para siempre debido a diferentes factores.
Entre dichas causas se encuentran las guerras, los asaltos militares o, simplemente, el abandono por parte de sus propietarios y de las administraciones competentes. El transcurrir del tiempo siempre pasa mella. El cronista provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado, señala que “algunos de dichos complejos se encuentran en manos particulares y se han restaurado”. En cambio, “otros han sido maltratados y abandonados”, a pesar de que se hallan protegidos desde la década de 1940. “Los castillos no se caen: los tiran. Un edificio de estas características puede aguantar –sin problemas– ocho o diez siglos. E, incluso, más tiempo, siempre que nadie se dedique a ir cogiendo las piedras de sus basamentas, porque –entonces– se derrumban”.

Un caso de desaparición patrimonial se ha descrito en Mondéjar, cuya fortaleza se situaba a cinco kilómetros del río Tajuña y que fue mandada demoler por los Reyes Católicos. Una decisión adoptada “previamente a la concesión definitiva de la villa a sus nuevos señores en 1487”. No muy lejos de esta localidad se encuentra Tendilla, donde también hubo un conjunto defensivo que se mantuvo en pie hasta hace un siglo, y del que –actualmente– apenas queda nada.

“Debió haber una fortaleza anterior, pues en el documento de institución del mayorazgo de la villa y otras posesiones del 20 de julio de 1478 se citaba a Tendilla con «sus vasallos, e (sic) con su castillo»”. De acuerdo a la Relación Topográfica de Felipe II, realizada en 1580, el monumento “debió ser bastante semejante –en forma y estilo– al que edificó el duque del Infantado en Manzanares el Real, aunque con un foso alrededor”. Empero, el monumento tendillero ya se encontraba “en ruina e inhabitable” a finales del siglo XVIII. “Pudo ser afectado por los saqueos de las guerras de 1710 y 1809, y su piedra fue –en parte– reciclada para casas y paredones”.

El proceso de hundimiento avanzó inexorablemente hasta el siglo XX. Aprovechando esta circunstancia, el párroco del pueblo solicitó la cesión de una parcela de 40 metros cuadrados en los terrenos castilleros, para levantar –allí– un Sagrado Corazón. Tras la concesión, se derribaron los últimos vestigios de la fortaleza, por «hallarse en estado peligroso para los vecinos y todo transeúnte», según una comunicación oficial del 31 de marzo de 1930. “Los restos de los torreones fueron allanados y los huecos del terreno, nivelados, usando dinamita para volar los vestigios de la muralla”. El Sagrado Corazón fue inaugurado el 26 de octubre de 1930, aunque fue demolido en 1936 –al iniciarse la Guerra Civil–, siendo reconstruido en 1943.

Trijueque
Trijueque

Por otro lado, se debe mencionar el caso de Trijueque. Allí hubo “una amplia ciudadela, rodeada –completamente– de murallas”, explica Herrera Casado. “En su interior se albergaba el gran palacio de los Mendoza –donde estuvo recluida «Las Beltraneja»–, así como la iglesia parroquial y la burga que mantenía el servicio de los señores”. Actualmente, apenas quedan muestras del conjunto. “Se distinguen tres lienzos del perímetro y de los torreones”.

Auñón
Auñón

A pesar de esta degradación patrimonial, en la Alcarria hubo otras muchas muestras de dichos monumentos defensivos. Incluso, algunos de legado calatravo, como la torre de «El Cuadrón», en Auñón. “Fue construida a mediados del siglo XV con cal y canto, reforzados con sillería en las esquinas”, se indica en el libro «Patrimonio Desaparecido de Guadalajara». “El recinto tenía forma de cuadrilátero, con una torre del homenaje de unos 10 metros de lado, y que tenía tres pisos con puerta orientada al noreste y unos 15 metros de alto”.

Empero, en las «Relaciones de Auñón» –datadas en 1575– ya se describía a «El Cuadrón» como arruinado “en algunas de sus partes”. “En el siglo XVIII todavía se impartía misa en su oratorio, pero el complejo fue dinamitado por los vecinos durante la Guerra de la Independencia para evitar su uso por las tropas francesas”, relataba García de Paz. Actualmente, “se conservan los restos de media torre del homenaje, viéndose que la planta baja se cubría “por bóveda de crucería de la que todavía se distinguen los arranques de los nervios”.

Valfermoso de Tajuña
Valfermoso de Tajuña

Además, existen otros puntos alcarreños donde también llegó a haber fortalezas y de las que hoy apenas queda rastro. En Valfermoso de Tajuña hubo un complejo castillero utilizado por los Mendoza. El mismo se alzaba como un punto de vigilancia del valle. “Su planta y estructura era –en todo– similar a la fortaleza de Torija: cuadrado, con alta muralla cubierta de almenas y torreones esquineros –más altos–, destacando el del homenaje, de cuatro plantas”, describen los especialistas. “En centro del complejo se abría el patio de armas, desde el que se accedía a un gran aljibe subterráneo”. De todo ello sólo existen mínimos elementos.

Fuentes de la Alcarria
Fuentes de la Alcarria

No muy lejos de allí está Fuentes de la Alcarria. “Los dueños de la villa –los arzobispos– quisieron hacer de ella un fuerte bastión guerrero y, así, levantaron un castillo en la lengua de tierra que une la localidad con la meseta. El conjunto consistía en un gran torreón con patio de armas, algunas habitaciones adosadas y una puerta de entrada”, subrayan los investigadores. “Este acceso existió hasta no hace mucho. Los vehículos a motor forzaron su derribo”.

Sin salir del espacio alcarreño también se ha de mencionar Alcocer, municipio que llegó a estar totalmente amurallado. En un extremo del perímetro se emplazó su castillo. A su torre del homenaje pertenecieron “los colosales sillares existentes en la parte inferior del campanario de la iglesia”, que se levantó aprovechando “las basamentas de la antigua fortaleza”. A parte de esto, “nada queda más que recuerdos y conjeturas de este conjunto de edificio y defensas”.

Cantalojas
Cantalojas

En el norte arriacense también han desaparecido castillos…
Y si nos encaminamos a la Serranía guadalajareña, se ha de mencionar el caso de «Diempures», en Cantalojas. Se constituía como una antigua fortaleza vigía, levantada exclusivamente con pizarra. “Estaba situada sobre un castro celtíbero y ya era mencionada en el siglo XII en el Fuero de Atienza, aunque perteneciera al Común de Villa y Tierra de Ayllón (en Segovia)”, explicaba García De Paz. “Era, por tanto, fronterizo con el castillo de Galve de Sorbe, perteneciente al territorio atencino”. El complejo llegó a tener un foso, aunque actualmente los vestigios del monumento son mínimos. “El estado de sus restos ha sido calificado de «lamentable»”.

Sigüenza. Torreón de Séñigo
Sigüenza. Torreón de Séñigo

También se ha de aludir al Torreón de Séñigo, que estaba ubicado junto a Sigüenza y que se cayó –definitivamente– el 5 de octubre de 2002. Así se ponía fin a siglos de historia, sin más repercusión que unas escasas referencias en prensa local. “El monumento ya se mencionaba en el siglo XII y era, hasta su derrumbe, el último superviviente de las «torres» y «cubos» que protegían los caminos que llegaban a la Ciudad Mitrada medieval”, narran los expertos. “El conjunto de Séñigo constaba de una vivienda fortificada, con pequeñas atalayas cuadrangulares en sus esquinas, una circular –de 13 metros de altura y cuatro plantas– situada en un ángulo del conjunto, y una capilla o ermita exterior al recinto amurallado”.

La torre principal seguía el modelo del «donjon» francés. No en vano, la primera poseedora del monumento fue doña Blanca, hermana del obispo Bernardo de Agén, de origen aquitano. El santuario del conjunto seguía en funcionamiento en el siglo XIX y estaba consagrado a San Lorenzo. “Los sillares de las esquinas, fachadas y cornisas hace tiempo que fueron arrancados”, explican los investigadores. Los últimos vestigios reseñables se derrumbaron en 2002.

Bujarrabal
Bujarrabal

No muy lejos de la Ciudad del Doncel también se emplaza Bujarrabal, lugar en el que –aún hoy– se observan algunos elementos de una primitiva edificación árabe. “En el punto más alto de la población, entre los edificios que la rodean, se alza una construcción cuadrangular, en estado ruinoso, pero que conserva un interesante aparejo formado por grandes sillares asentados en seco, en sentido vertical”, explica Antonio Herrera Casado. “Tuvo funciones defensivas y de vigilancia sobre el pequeño valle que discurre bajo el pueblo”.

Pálmaces de Jadraque. Iñiesque
Pálmaces de Jadraque. Iñiesque

En Huérmeces del Cerro –localidad situada también en la serranía– existió, igualmente, una atalaya. “En la loma de «El Lutuero», desde la que se divisa la fortaleza atencina, hubo una torre vigía, de la que se podrán encontrar breves restos”. Asimismo, en Pálmaces de Jadraque se ubica el castillo de «Inesque», que –en su día– estableció el límite comunal de Atienza. A día de hoy, quedan escasos vestigios de la torre y el cuerpo del complejo.
En otros puntos serranos también se edificaron conjuntos para controlar la lontananza. Se ha de mencionar La Toba, donde se domiciliaba la «casilla de los moros». Los especialistas aseguran que fue un “pequeño castillete de control sobre el valle del Bornova”. Contaba con una planta semicircular, de arquitectura típicamente califal. Sus orígenes se datan en torno a los siglos IX – X. En el interior de la torre existen “restos de otra construcción aneja, posiblemente más moderna, aunque también más destruida, y que pudo ser una ampliación de la original”.

San Andrés del Congosto
San Andrés del Congosto

Un poco más allá, en el término municipal de San Andrés del Congosto, se divisa el «Castillo del Corlo». Su ubicación era muy singular, dominando uno de los principales desfiladeros del Bornova, justo el que comenzaba tras la actual presa de Alcorlo. “Los restos que permanecen en pie dan fe de la importancia del viejo monumento, que estaba hecho –fundamentalmente– para vigilar el paso del camino junto al río”, describen los investigadores. Este punto se constituía como “una avanzadilla vigilante de la fortaleza de Jadraque en relación con la sierra”.

Embid
Embid

¿Y qué ocurrió en el Señorío?
Ninguna de las comarcas arriacenses ha salido indemne de la desaparición del patrimonio histórico. En el Señorío de Molina también hay casos de antiguas fortalezas que ya no existen. O, al menos, que presentan una «conservación mejorable». Es el caso de Embid, donde su castillo se encuentra en “avanzada ruina”. A pesar de ello, a día de hoy se puede observar “una torre fuerte central, desmochada y con sólo dos muros, así como una cerca altísima, almenada, que únicamente mantiene en pie dos de sus lienzos, con diversos «cubos» esquineros”.

Esta fortaleza, en su imagen actual, fue levantada en el siglo XIV por Diego Ordoñez de Villaquirán, señor de la localidad. El lugar fue rehecho a mediados del siglo XV por parte de Juan Ruiz de Molina, nuevo propietario de la villa y conocido como «Caballero Viejo». El mencionado monumento “sirvió de lugar de refugio de los castellanos en las numerosas contiendas acaecidas contra de los aragoneses”.

Actualmente, este monumento ha perdido “parte de su estructura, ante la pasividad de todos”, denunciaba José Luis García de Paz. Y para muestra, un poco de historia. “En 1980, el lugar contaba con todas sus torres. En 1995, se había caído la atalaya central del paramento mayor, al norte”. Y lo peor aún está por llegar. “Debido a la inclinación de todo el lienzo de la muralla, puede acabar en el suelo muy pronto”.

Luzaga
Luzaga

Asimismo, se han de mencionar la atalaya de Luzaga –que se conservó entera hasta la primavera de 1936, cuando se derrumbó a causa de las lluvias– y la de Luzón. “En uno de los muros de este ejemplo todavía se ve una piedra con símbolos cruciformes. Aunque su origen es celtíbero, y la llaman «de los moros», lo que queda de la edificación actual es medieval. Fue puesta por los antiguos señores del territorio –los duques de Medinaceli–, como defensa de la vía de penetración desde la Alcarria a las sierras ducales”, describe Antonio Herrera Casado.

Luzón
Luzón
Ocentejo
Ocentejo

También se debe mencionar el castillo «liliputiense» de Ocentejo –como lo definió Layna Serrano–, del que apenas queda rastro. Se edificó sobre una “pequeña, altiva y aguda roca” que preside la localidad.

Cobeta
Cobeta

Tampoco se puede pasar por alto el caso de Cobeta, del que únicamente se observa la torre del homenaje. La misma, y tras haber estado hundida durante décadas, “ha sido rehecha hace poco, y aunque esta intervención se nota demasiado, al menos se ha salvado su integridad y buena planta”.

Chilluentes
Chilluentes

En este repaso no podía faltar el despoblado de Chilluentes, una antigua población que todavía se encontraba habitada en el siglo XVII. Actualmente, los restos de la localidad pertenecen al Ayuntamiento de Concha. Entre sus escasas ruinas se divisa la estructura de una vieja torre vigía. “Debió ser sumamente recia, con varios pisos y una construcción de sillarejos dispuestos en espiga, que remontan su origen a la época árabe”, explican los investigadores.

Otro de los conjuntos de los que se mantienen unas pocas piedras es el que existía en Fuentelsaz. “En lo alto del pueblo, sobre unos agudos peñascos que lo vigilan, se ven las ruinas mínimas de lo que fue uno de los castillos más poderosos de la frontera entre Castilla y Aragón”, indica el cronista provincial. “Pero si la imagen que desde la localidad se observa es evocadora, una vez se sube al cerro, la estampa es decepcionante, al ver que únicamente quedan cuatro muros desvencijados”. A pesar de su relevancia durante gran parte de la historia, el monumento fue dinamitado durante la primera guerra carlista, producida en el siglo XIX.

Uceda
Uceda

La Campiña tampoco se libra
Pero si paseamos por la Campiña, se comprueba que también se suceden los ejemplos de mala preservación castillera. Quizá el más paradigmático sea el de Uceda. “La fortaleza de la localidad –de origen árabe– es, hoy, sólo una ruina, una sombra pálida de lo que fue”, explica Herrera Casado. “Presentaba su núcleo fuerte en una eminencia del terreno, avanzada sobre el valle y cortada a pico en sus vertientes norte y poniente”.

Uceda
Uceda

El recinto poseía una torre pentagonal en uno de sus ángulos, y se encontraba rodeado –casi en su totalidad– por un foso que ya se encuentra cegado. Los muros estaban compuestos por argamasa “bien trabada”. “Le rodeaba un amplio recinto, del que –aún– se ven restos y que se extendía por la meseta circundante”.

En consecuencia, la historia castillera de Guadalajara habría sido mucho mayor si se hubiese prestado una mayor atención a este patrimonio. Han sido diversas las causas de la desaparición de las fortalezas y atalayas arriacenses. Sin embargo, su memoria se ha de poner en valor. Se tiene que seguir trabajando para que su recuerdo histórico no caiga en el olvido. Porque, como dijo el escritor madrileño Jacinto Benavente:

«Una cosa es continuar la historia y otra repetirla»

Bibliografía
GARCÍA DE PAZ, José Luis. «Patrimonio desparecido de Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2003.
HERRERA CASADO, Antonio. «Guía de campo de los castillos de Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2000.
HERRERA CASADO, Antonio. «Illana y su entorno». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1999.