La ermita más Alta….

El patrimonio arriacense es muy amplio. Casi inabarcable. Sólo hay que recorrer localidades como Sigüenza, Brihuega o Molina de Aragón para comprobarlo. Sin embargo, uno de los monumentos más curiosos de la provincia es muy poco conocido. Se trata del edificio situado a mayor elevación de Guadalajara. No en vano, se emplaza en la cima del Alto Rey, a 1.852 metros sobre el nivel del mar. Nos referimos a la ermita que da nombre a esta «montaña sagrada»…

Es un oratorio “cuyos orígenes parecen ser precristianos. Incluso, los accidentes orográficos [en los que se asienta] dan la impresión de conjurarse para favorecer la práctica de ritos, sacrificios o cultos”, explica el investigador Antonio Romero en «La sierra del Alto Rey y su ermita». “Poco o nada sabemos de la construcción original del complejo. De lo que sí tenemos noticias es de algunas restauraciones y obras que –a lo largo del tiempo– se han ido sucediendo”.

De hecho, “hemos de apuntar que por lo riguroso del clima y, quizá, por la falta de sensibilidad en ciertas épocas, el edificio ha ido sufriendo numerosos deterioros e innumerables vicisitudes”, explica el mencionado experto. Una trayectoria que ha desembocado en la construcción actual, datada a finales del siglo XVIII. Como curiosidad, su altar coincide con el punto más elevado de la cordillera. Una circunstancia que ha acabado afectando a la orientación del templo…

“En vez de tener la cabecera en la parte oriental, la posee en la septentrional, dado que el eje de su única nave, que está cubierta con bóveda de cañón, se dispone de Norte a Sur y no de Este a Oeste, como acontece en la práctica totalidad de los santuarios cristianos”, asegura Ángel Almazán de Gracia en «Guía Templaria de Guadalajara». “La ermita, tal como la vemos hoy, es una construcción sencilla pero muy recia, de mampostería con algunos sillares esquineros”, indica el cronista provincial, Antonio Herrera Casado, en «Monasterios Medievales de Guadalajara».

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Pero, ¿qué se puede encontrar el visitante en el interior? “La planta es de nave única, alargada. Tiene su ingreso al poniente. En los muros del interior se encuentran tallados dos emblemas. Uno es un jarrón con azucenas, que es el símbolo catedralicio de Sigüenza. Otro es un bloque de figuras de la Pasión de Cristo –la cruz, los clavos, la escalera, el jarro, las tenazas, el martillo y la columna con los azotes–”, añade Herrera Casado. Sin embargo, el simbolismo no termina aquí. También se distinguen marcas de cantería, así como ciertos bajorrelieves.

¿Hubo Templarios en la zona?
Por tanto, el caminante se topa con una construcción singular. Y aunque su aspecto actual tiene poco más de 200 años, su historia es mucho más antigua. De hecho, el complejo aparece en referencias documentales del siglo XVI. Más concretamente, en las «Relaciones Topográficas de Felipe II» de 1581, donde se afirmaba que «a dos leguas de este lugar [por Hiendelaencina] hay en una sierra alta, una ermita en la Casa del Santo Alto Rey de la Majestad, en la cual se suceden milagros y una grandísima devoción”.

Romería al Alto Rey

Asimismo, existe una tradición muy extendida que asegura que –en este lugar– existió un asentamiento templario. Pero, ¿qué hay de realidad en la referida aseveración? No se ha encontrado ningún documento que respalde esta teoría. Al menos, en la Diócesis de Sigüenza–Guadalajara. “La Orden del Temple, al transformarse en una especie de prelatura personal del Papa, sus miembros sólo tenían que rendir cuentas a éste y ni siquiera los obispos detentaban autoridad sobre dichos religiosos y sus posesiones”, indica Ángel Almazán.

De igual forma, se ha de tener en cuenta que “uno de los fines de la mencionada congregación era proteger al peregrino frente a su vecino musulmán”, explica Antonio Romero. Por ello, los «monjes guerreros», “¿se habrían afincado en un lugar tan inhóspito como la sierra del Alto Rey, fuera de cualquier ruta? No es lógico”. A pesar de ello, la leyenda del establecimiento del Temple en esta sierra ha pervivido durante siglos. Un ejemplo es el Diccionario de Pascual Madoz, publicado en el XIX: “En la cúspide [de la montaña] se distingue una ermita dedicada al Todopoderoso, bajo el título de Rey, de gran nombradía y veneración entre los pueblos comarcanos; antiguamente hubo en su inmediación un convento de templarios, cuya iglesia parece que fue la ermita indicada”.

Sin embargo, las investigaciones actuales perseveran en la inexistencia de datos que respalden dicha aseveración. En cambio, la posible filiación agustina del emplazamiento “está suficientemente documentada”. “Esta comunidad tenía dos casas, una en Albendiego y otra en lo más elevado de la sierra, en la parte norte, muy cerca de la ermita, en la cumbre de la montaña. Este oratorio se encontraba dedicado al Santo Alto Rey de la Majestad”, añade Romero Luengo.

En todo caso, lo que es cierto es la antigüedad de los asentamientos el lugar. “Es de suponer que en el mismo emplazamiento donde hoy se encuentra el oratorio hubo, desde tiempo inmemorial, una construcción sacra”, asegura Ángel Almazán. Incluso, este investigador va más allá. “Es posible que la primera de las edificaciones fuese un menhir o dolmen. El carácter sagrado de esta montaña es, por tanto, varias veces milenario”.
Una importante tradición oral.

Así, el luengo pasado del emplazamiento ha desembocado en un gran número de relatos asociados al mismo. “Desde tiempos precristianos se ha ofrecido culto en el punto más elevado de esta montaña, continuando el mismo con la llegada del cristianismo. De esta forma, han surgido numerosas leyendas”. Quizá, una de las más conocidas sea la de «Los tres hermanos». “Cuentan que hace muchos años vivió un señor que poseía riquezas y un gran territorio. Tenía tres hijos, que se llevaban muy mal entre ellos, guiados por la envidia y la codicia”, relata la tradición.

Así, el progenitor –cansado de tantas peleas y enfrentamientos– quiso separar eternamente a sus vástagos, de tal manera que se pudieran ver, pero no tocar. Tras realizar un conjuro mágico, los convirtió en tres montañas. “El hermano mayor y heredero del mayorazgo, se transformó en el Moncayo; el mediano, en el Ocejón; mientras que el más pequeño, quien –además– era el preferido del padre, pasó a ser el Alto Rey”, describe Romero Luengo.

Empero, éste no es el único relato que –en la zona– se ha transmitido de padres a hijos. También se narra la historia de «La cueva del aceite», domiciliada en la vertiente sur de la sierra, a los pies del santuario. Junto a la mencionada cavidad vivía un ermitaño, quien –además de cuidar el oratorio de la cima– se responsabilizaba de recoger periódicamente el óleo que manaba del techo de la oquedad. Una sustancia que provenía del altar del santuario. Sin embargo, “llegaron tiempos malos, de carestía, y el eremita no tenía qué comer, pues hacía días que de la caridad no había sacado nada. En consecuencia, tuvo la fatal tentación de untar el aceite que había recogido en un mendrugo de pan. Y, desde aquel momento, dejó de brotar el referido componente”.

Asimismo, se ha de mencionar el relato referido a la «Cueva del oso», ubicada en la ladera norte de la cordillera. Según esta historia, en los pinares existentes en la zona llegaron a vivir úrsidos de enorme tamaño. Y uno de los más grandes y temidos hibernaba en el referido abrigo rocoso, emplazado en la confluencia del río Pelagallinas y el arroyo de la Matañeja. Por ello, durante muchos años, nadie se atrevió a acercarse por la zona…

Además, a lo largo y ancho del Alto Rey también existirían diversas riquezas ocultas, asociadas a la «ermita más elevada» de Guadalajara. Entre ellas, un campanillo de oro, que “tendría un timbre tan fino y claro que se oía desde todos los pueblos de alrededor”. De igual forma, habría un «tesorillo» escondido al pie de la montaña, en la base de un risco, en el que –tal y como asegura la costumbre– es “el primero sobre el que incide el Sol durante la mañana de San Juan”.

Y llega la fiesta….
Estas tradiciones, además, también se reflejan en una celebración anual, que tiene como epicentro el «santuario de las alturas». El primer sábado de septiembre, los vecinos de siete localidades de la comarca se congregan para subir –cada uno, por el camino correspondiente a su población– hasta lo más alto de la cordillera. Allí pasan el día, comen, beben, bailan y se divierten.

“Desde varios pueblos ubicados en torno a la gran montaña salen grupos de romeros. […] Se establece una larga fila o procesión de gentes”, explican Tomás Nieto y Esther Alegre en «Guía de la Arquitectura Negra de Guadalajara». Todo ello, para disfrutar de una fiesta con siglos a sus espaldas. “Existe constancia documental de las romerías a este lugar desde 1580 y de la existencia de la Hermandad del Santo Alto Rey de la Majestad desde 1532”, explica Ángel Almazán.

Por tanto, y como se ha podido observar, un solo monumento puede combinar historia, arte, leyendas y celebraciones populares. Todo ello, además, sin olvidar el marco incomparable en el que se encuadra el referido monumento, en pleno parque natural de la Sierra Norte. Y a tan sólo unos pocos kilómetros de parajes idílicos –como el Pelagallinas–. En consecuencia, se trata de un destino que se debe visitar, al menos, una vez en la vida…

Bibliografía:
ALMAZÁN DE GRACIA, Ángel, «Guía templaria de Guadalajara», Guadalajara: AACHE, 2012.
HERRERA CASADO, Antonio, «Monasterios medievales de Guadalajara», Guadalajara: AACHE, 1997.
NIETO TABERNÉ, Tomás y ALEGRE CARVAJAL, Esther, «Guía de la Arquitectura Negra de Guadalajara», Guadalajara: AACHE, 2000.
ROMERO LUENGO, Antonio. «La sierra del Alto Rey y su ermita». Cuadernos de etnología de Guadalajara, 35 (2003), pp.: 411-416.