Luisa Bravo de Guzmán: la Cleopatra de aquí

Luisa Bravo de Guzmán. La Cleopatra de aquí
Luisa Bravo de Guzmán. La Cleopatra de aquí

No era nada habitual que en los comienzos del siglo XVII una mujer se enfrentase a los hombres, al rey y a la justicia. Mucho menos el que la mujer, enfrentada a la justicia, al rey y a los hombres, saliese vencedora. No debe de haber muchos casos en la historia y entre los pocos uno de ellos ha de ser el de doña Luisa Bravo de Guzmán, o Bravo de Laguna, de Medrano, del Castillo…

Ha pasado a la historia como Luisa Bravo de Guzmán, marquesa de Lanzarote, condesa de Fuerteventura y señora de unos cuantos lugares más por las islas afortunadas, y por los islotes de Madeira y las Azores. Todo un imperio que quedó en manos de una mujer procedente de a mediana, o baja nobleza, pues cuando nuestra doña Luisa ascendió al universo de la hidalguía los Bravo de Laguna, de donde procedía, se apagaban.

Por los apellidos, y a poco que indaguemos, nos imaginamos que era, como así es, parienta de alguno de los personajes aquí tratados; descendiente por línea directa del capitán comunero Juan Bravo o de la primer catedrático, Luisa de Medrano. En definitiva, descendiente del primer Garci Bravo de Laguna que, como alcaide de su fortaleza, llegó a Atienza procedente de Sigüenza, y a Sigüenza desde Berlanga de Duero.

Luisa Bravo de Guzmán fue hija de Jerónimo de Guzmán y Bravo de Lagunas y de Antonia Bravo del Castillo, primos ambos, como era costumbre en algunos estados de la sociedad, con el fin de mantener títulos y haciendas.

Como alcaides del castillo de Atienza,llegaron a la villa los Bravo de Laguna
Como alcaides del castillo de Atienza,llegaron a la villa los Bravo de Laguna

Nació ya en Alcalá de Henares, una de las primeras ciudades en las que, fuera de Atienza y Guadalajara, se asentó una parte de la familia Bravo de Laguna, a mediados del siglo XVI, a pesar de estar íntimamente ligada a la villa de Atienza, por el resto de su vida. Concretamente al convento de San Francisco, que continuaron manteniendo desde la distancia de sus residencias, desde que sus antepasados, Bravo de Laguna y Medrano, se hicieron cargo de él, tomándolo como panteón familiar.

Jerónimo fue hijo de otra Luisa Bravo de Laguna natural de Atienza, a su vez hija de uno de los varios Garci Bravo de Laguna que habitaron la villa en aquel siglo y ocuparon la alcaidía del castillo de Atienza; Luisa Bravo de Guzmán fue nieta del Garci Bravo que levantó la casa que actualmente ocupa uno de los ángulos de la actual Plaza Mayor de la villa, hacía 1568 y en la que se muestran con toda su hidalguía los emblemas del apellidos.

No está muy clara la fecha de su nacimiento, pues mientras que en algunos lugares figura como nacida en 1595, en otros se la supone como que vio la luz hacía 1591, lo que sí está claro es que contrajo matrimonio a temprana edad con uno de sus primos, descendiente de los condes de Monteagudo, Antonio de Mendoza y Zúñiga, de quien le nació una hija, Ana María, fallecida poco después que su padre.

Escudo de armas de Garci Bravo en Atienza, abuelo de Luisa Bravo de Guzmán
Escudo de armas de Garci Bravo en Atienza, abuelo de Luisa Bravo de Guzmán

Don Antonio de Mendoza era caballero de Alcántara y familiar directo del duque del Infantado cuando contrajo matrimonio con su prima Luisa Bravo de Guzmán; un matrimonio que se llevó a cabo en torno a 1615, en Alcalá, y que duró, aproximadamente, cuatro años, pues en 1620 nuestra protagonista se encontraba en estado de viuda, originándose los pleitos consiguientes por la tutoría de la pequeña, y la herencia d don Antonio, que recayó en doña Luisa la cual cuando la justicia falló a su favor ya se encontraba en tratos de contraer un nuevo matrimonio, en esta ocasión con otro de sus primos, don Agustín de Herrera y Rojas, matrimonio que se llevó a cabo en Madrid en 1622.

Era don Agustín de Herrera y Rojas hijo de otro Agustín de Herrera y Rojas, I Conde y después I Marqués de Lanzarote, quien vivió entre 1537 y 1598, año en el que falleció, el 18 de febrero, a los 61 años de edad, dejando por heredero a su menor hijo, nuestro don Agustín, de quien sería tutor, hasta su mayoría de edad, pues contaba entonces con 4 años de vida, su madre, Mariana Enríquez. Curiosamente, el 1º marqués, don Agustín, quedó huérfano cuando contaba con 8 años de edad y fue tutora, hasta su temprana muerte, cuando su hijo contaba con 12 años de edad, doña Constanza Sarmiento, familiar por vínculos de matrimonio, de los Bravo de Laguna.

No es de extrañar pues que, cumplida la edad de llevarse a cabo un matrimonio, de conveniencia, como eran tantos de los de aquellos tiempos, en busca de una necesaria sucesión, nuestro II marqués de Lanzarote, don Agustín de Herrera, en lugar de buscar esposa en aquellas islas, emprendiese viaje a la capital del reino, donde había pasado la mayor parte de su vida, tal y como se nos cuenta en cualquier de las muchas historias de aquellas islas: Quien se transfirió de estas islas a la Corte de Madrid a mediado el año de 1622 fue don Agustín de Herrera y Rojas, segundo Marqués de Lanzarote, dejando el Gobierno y Administración del Estado a su madre la marquesa doña Mariana Henríquez, a quien desde el 21 de noviembre de 1621 en que salió de su tutela y minoridad había conferido los más plenos poderes. Se dirigió el viaje del Marqués al importante designio de desposarse por dirección de sus parientes con Doña Luisa Bravo de Guzmán, viuda de Don Antonio de Mendoza, Caballero del Orden de Calatrava, a quien la providencia, por una de aquellas revoluciones políticas que las alianzas matrimoniales suelen ocasionar, destinaba el Estado de Lanzarote y Conquistas de Juan de Bethencour, para que dispusiese de ellas a su capricho…

Casa de los Bravo de Laguna en Atienza, en la que nacieron algunos de los antepasados de Luisa Bravo
Casa de los Bravo de Laguna en Atienza, en la que nacieron algunos de los antepasados de Luisa Bravo

En Madrid se llevó a cabo el matrimonio en el año referido, y en Madrid continuó el matrimonio, hasta que nacido el que sería primer y único heredero, en 1626, a quien pusieron de nombre como a su padre y abuelo, Agustín de Herrera y Rojas, el marqués regresó a sus estados de Lanzarote quedando en Madrid doña Luisa con el pequeño vástago.

No está clara la causa de su muerte, pues se tiene a don Agustín, esposo de doña Luisa, segundo Marqués de Lanzarote, por persona enfermiza. A pesar de que también se da a entender en algunos escritos que pudo contraer alguna enfermedad que a la edad de 37 años, en 1631, lo llevó a la sepultura, dejando por heredero a su menor hijo, Agustín de Herrera y Rojas Bravo de Guzmán, y por tutora a nuestra doña Luisa Bravo de Guzmán, su madre y viuda del segundo marqués, residente en un palacio acorde a su posición en el entorno de la actual plaza de Santo Domingo de Madrid, en el que hicieron vida, alternándola con las casas de Alcalá de Henares, situadas en el entorno del actual convento de la Imagen, al que algunos autores dan como palacio de la marquesa.

Desde Madrid, en nombre de su hijo y por mediación de su criado, o apoderado, Juan de Zárate y Mendoza, comenzó doña Luisa Bravo de Guzmán a gobernar el marquesado de las Canarias, que contenía aquellas islas y parte de las hoy portuguesas de Madeira, hasta que sucedió lo inesperado, la muerte de su hijo al año siguiente, en 1632, cuando el pequeño heredero estaba a punto de cumplir los siete años de edad; entablándose un largo pleito por la sucesión en el marquesado de Lanzarote del que tomaron parte no sólo los familiares de don Agustín de Herrera por parte de la vieja nobleza canaria, sino que también lo hicieron los de doña Luisa Bravo de Guzmán; desde los condes de Saldaña, a los duques del Infantado, Denia, Lerma o Uceda, alegando ser descendientes de doña Inés de Peraza, mujer que fue de don Diego de Herrera, cuando se llevó a cabo la conquista de las Canarias en el siglo XV, más los hijos e hijas bastardos del primer y segundo marqués de Lanzarote. Un largo y farragoso pleito en el que finalmente metieron baza la mayoría de los títulos de la corona, puesto que era mucho lo que había en juego, ya que el producto de las rentas de aquellas islas superaba con creces a las de muchos condados y señoríos de Castilla. Además, se batallaba contra los intereses de una mujer, viuda para más señas.

Iglesia de San Andrés, en Romanillos de Atienza, localidad en la que doña Luisa Bravo legó propiedades a los franciscanos de Atienza
Iglesia de San Andrés, en Romanillos de Atienza, localidad en la que doña Luisa Bravo legó propiedades a los franciscanos de Atienza

La batalla, algo increíble para su tiempo, la terminó ganando, según dictamen del Consejo de Castilla, doña Luisa Bravo de Guzmán, tras casi diez años de batalla como heredera de su hijo, el difunto marquesito don Agustín de Herrera, convirtiéndose por el tiempo que la quedó de vida en Marquesa de Lanzarote y Condesa de Fuerteventura, además de los muchos señoríos adyacentes, haciendo de ella una de las mujeres más ricas y poderosas de Castilla, puesto que sus títulos y hacienda, aunque le llegasen por vía de matrimonio o heredad, pasaba a administrarlos por su propia mano, aunque nombrase ara hacerlo a numerosos asistentes y apoderados que, al final, a ella tenían que rendir cuentas. Un triunfo en toda regla para quien, como mujer, debía de haber estado condenada, por los tiempos que corrían, a la pérdida de títulos y honores, y por supuesto, al olvido. Cuentan las crónicas de su tiempo que, indudablemente, debió de estar muy bien relacionada para lograr semejante fallo, pero no se la conocen otras influencias que las de los franciscanos de Atienza, Madrid y Alcalá de Henares, ante el rey Felipe IV.

No eran buenos tiempos para que una mujer viuda gobernase en solitario aquella especie de imperio que suponían las islas Canarias, por lo que después de enviudar y quizá viendo lo que se la venía encima, no tardó en ajustar un nuevo matrimonio, el tercero de la cuenta, en esta ocasión con don Juan de Castilla y Aguayo, cordobés de nacimiento, segundón en nobleza, titular de varios señoríos en Andalucía, Caballero de Calatrava, gentilhombre de Su Majestad el rey Felipe IV y menino de la reina. Descendiente por línea paterna del rey castellano Pedro I. El matrimonio se llevó a cabo en Madrid en 1634, procediendo doña Luisa, la Marquesa –mientras la justicia decidia-, a otorgar poderes a su marido para que en su nombre se trasladase a las islas, las gobernase, y le mandase los réditos.

Al mayorazgo de Atienza, creado por los Bravo de Laguna, se unió el marquesado de Lanzarote.
Al mayorazgo de Atienza, creado por los Bravo de Laguna, se unió el marquesado de Lanzarote.

El gobierno de don Juan de Castilla no fue todo lo ortodoxo que aquellos estados requerían, ganándose no pocos enemigos; teniendo que regresar a Madrid en 1640, para retornar a las islas cuatro años después con nuevos poderes de la marquesa su mujer, y tornando nuevamente a Castilla hacía 1650, para morir.

La historia de las Canarias, dicho esto, apunta algo más en torno a doña Luisa Bravo de Guzmán: Pero ansiosa doña Luisa Bravo de tener algún hijo a quien poder transmitir la copiosa herencia que le había adquirido un matrimonio, no acomodándose a estar viuda, se casó por cuarta vez…

El nuevo matrimonio lo llevó a cabo con don Pedro de Paniagua Loaisa y Zúñiga, natural de Plasencia, e hijo de Antonio de Paniagua y María de Zúñiga. Había nacido en la ciudad extremeña en 1615, por lo que era aproximadamente veinte o veinticinco años más joven que nuestra marquesa, quien rondaba los sesenta años de edad y, según la historia, aspiraba todavía a tener descendencia. Para el señor de Paniagua este era su segundo matrimonio, ya que anteriormente estuvo casado con una hija de los condes del Cedillo. El matrimonio se llevó a cabo hacía 1654, falleciendo el marqués consorte cinco años después. Doña Luisa Bravo de Guzmán, Marquesa de Lanzarote y Condesa de Fuerteventura viviría todavía hasta el 24 de noviembre de 1661. A su muerte, y conforme a sus disposiciones testamentarias, heredó sus estados su sobrino don Fulgencio Bravo de Guzmán, descendiente, como ella, de los atencinos Bravo de Laguna.

Fundó dos capellanías perpetuas, una en el convento de San Francisco de Atienza, y otra en el de Nuestra Señora de los Ángeles de Madrid, vecino del convento de Santo Domingo el Real y actualmente desaparecido. Todo hace indicar que su entierro tuvo lugar en el convento de Atienza a cuyo padre Guardián nombró, por si fuera poco, uno de sus albaceas testamentarios. Dejándole como administrador, junto a otros miembros de su familia, de sus posesiones canarias, en las que nunca puso los pies. También legó al convento de Atienza las rentas de sus numerosas propiedades extendidas por toda la Serranía de Atienza, desde Miedes a Romanillos pasando por los pueblos aledaños, en señoríos y haciendas que terminarían en las manos de los condes de Pastrana y de los duques del Infantado.

 

El sobrino y primer heredero, don Fulgencio Bravo de Guzmán, falleció muy poco tiempo después, sin sucesión, pasando los títulos y estados a otro de los sobrinos de doña Luisa, Juan Francisco Duque de Estrada, bisnieto del atencino Garci Bravo de Laguna, y de su mujer, Ana Sarmiento de Ayala, los abuelos de doña Luisa que, como ya dijimos, levantaron la casa hidalga a la que antes nos referíamos, en la Plaza Mayor de Atienza, hacía 1568. Doña Luisa en su testamento vinculó los títulos canarios al mayorazgo de los Bravo de Laguna de Atienza, creado por otras de sus antecesoras, doña Magdalena Bravo de Laguna, en 1504.

No es de extrañar pues, que al dar a la imprenta la “Historia General de las Islas Canarias” el presbítero José de Viera y Clavijo en 1859, escribiera: Se pudo calificar de verdadera conquista la victoria que la marquesa Doña Luisa Bravo de Guzmán (la Cleopatra de nuestras islas) obtuvo contra sus ilustres rivales ganando la instancia en el proceso de Lanzarote. Era el destino de estas islas ser dominado por mujeres…

Restos del convento de San Francisco de Atienza, donde recibieron sepultura los Bravo de Laguna y Guzmán
Restos del convento de San Francisco de Atienza, donde recibieron sepultura los Bravo de Laguna y Guzmán

No quedó únicamente en eso la vida de doña Luisa; en sus matrimonios y decisiones, a veces alborotadas, sino que en las cláusulas testamentarias, a más de lo designado a los franciscanos de Atienza, dejó disposiciones mediante las cuales los frailes conventuales de San Francisco quedaron representados en el gobierno de las islas, de ahí que tornemos a lo dicho por el presbítero Viera, que sin tener en cuenta que él también era clérigo, escribió: En una palabra, el imperio y el sacerdocio, la iglesia y el estado, los clérigos, frailes y monjas seculares, todos tienen dominio útil en Lanzarote. Lo tuvieron los de Atienza hasta la exclaustración del convento, obteniendo del marquesado de Lanzarote no pocos beneficios, a cuenta de la dote que doña Luisa les dejó sobre las salinas de aquella isla. Los viajes, idas y venidas, de los frailes de Atienza o los síndicos del convento a las islas para cobrar sus rentas, desde entonces hasta los años finales del siglo XVIII, fueron incontables.

Ni qué decir tiene que la leyenda en torno a la llegada de las Santas Espinas al convento, llevadas a él por un supuesto marqués de Lanzarote, que para nada intervino en la reliquia, está relacionada con esta historia. Del mismo modo que de esta historia arranca el establecimiento en las islas del apellido Bravo de Laguna.

Un marquesado, y un condado, que quedaron unidos a la tierra de Guadalajara, y a la villa de Atienza, por una mujer que fue, en su tiempo, de las pocas que se enfrentó a la justicia de los hombres, y ganó la partida. Quizá por ello, en las Canarias, le dieron el título de “la Cleopatra de aquí”. Una mujer que marcó una época, y que ni siquiera nos dejó un retrato a través del que pudiéramos conocer el color de sus ojos.

Luisa Bravo de Guzmán, marquesa de Lanzarote y condesa de Fuerteventura, nació en Alcalá de Henares –hija de atencinos-, hacía 1595. Falleció en Madrid el 24 de noviembre de 1661 siendo sepultada, con toda seguridad, en el convento de San Francisco de Atienza, donde recibieron sepultura gran parte de sus antepasados.