Torremocha del Pinar defiende sus prados húmedos

En Guadalajara existen un gran número de espacios protegidos. Emplazamientos como el Alto Tajo, el Hayedo de Tejera Negra o el barranco del Río Dulce son ejemplos de ello. Sin embargo, existen otros muchos enclaves bastante menos afamados, pero que se caracterizan por gozar de una riqueza florística y faunística relevante. Y para muestra, los «prados húmedos» de Torremocha del Pinar, en el Señorío de Molina. Se trata de un espacio que –desde el 1 de septiembre de 1999– se encuentra calificado como Microrreserva.

En dicho enclave se suceden “interesantes plantas de hábitats con gran humedad, como los prados juncales, o la hierba «Moninia Caerulea», que alcanza hasta los dos metros y medio de altura”, explican desde la Consejería de Desarrollo Sostenible. También se distinguen praderas de diente mesoeutrofos subatlánticos, cervunales, comunidades –higrófilas y turfófilas– de molinia caerulea, o juncales hidromorfos acidófilos. “Todo está considerado como un ecosistema de conservación prioritaria”, explican las autoridades regionales.

Además, en este espacio se distinguen variedades únicas en el ámbito mediterráneo. “Sólo aquí, podemos ver el helecho «Ophioglossum», muy conocido en otros lugares como Groenlandia o Islandia”, aseguran desde la Junta de Comunidades. Estas entidades florísticas se han desarrollado gracias a las condiciones topográficas favorables del emplazamiento, que cuentan con un gran interés ecológico y una elevada sensibilidad a las transformaciones de uso del suelo. En cualquier caso, “distingamos o no estos géneros vegetales, disfrutaremos de un paseo por un paisaje tan hermoso como único”, añaden desde el gobierno autonómico.

Protección del lugar
La relevancia de los «prados húmedos» de Torremocha del Pinar es evidente. Así, en el decreto de declaración de esta Microrreserva se intentaron preservar sus valores, por lo que se declaraban como usos incompatibles la aplicación de “productos químicos o sustancias en general que puedan alterar la comunidad biológica del pastizal”. Tampoco se permitían las “obras de construcción que supongan la ocupación de superficie del espacio”, o la “introducción de especies, razas o variedades alóctonas”. Asimismo, no es posible verter escombros sobre el humedal o el “tránsito de vehículos fuera de las pistas autorizadas”.

Incluso, serán sancionados quienes “destruyan o alteren injustificada de ejemplares de fauna y flora silvestre, así como elementos geológicos”. Al mismo tiempo, se encuentra vedada la realización de hogueras, el “rastrillado para la recolección de hongos”, “la realización de competiciones de caza o de tiro”, y las extracciones de rocas, minerales, áridos y/o tierras. En definitiva, no se puede impulsar aquellas actividades que “produzcan o induzcan al deterioro del hábitat, o dañe la fauna o flora del enclave”.

“Por el gran valor ecológico y la fragilidad de este hábitat, recomendamos al visitante que sea especialmente cuidadoso”, espetan desde la Consejería de Desarrollo Sostenible. No en vano, y debido a la gran relevancia ambiental de las especies contenidas en dicho espacio, “fue la primera Microrreserva que se creó en Castilla–La Mancha, impulsándose en el 1999”. Una relevancia ecosistémica que “llevó a proteger las 11 hectáreas que componen el lugar”.

Este enclave se emplaza en las cercanías del Centro de Interpretación «Dehesa de Corduente». Se puede llegar a él conduciendo por la carretera CM-2015, “hasta situarnos en las inmediaciones del desvío con la vía que nos lleva hacia Torremocha del Pinar”, explican desde el Ejecutivo autonómico. “A ambos lados de la calzada es donde encontraremos las 11 hectáreas que comprenden la Microrreserva”. Un enclave que, además, se incluye en el Plan de ordenación de los Recursos Naturales del Alto Tajo.

Un pueblo con encanto
No muy lejos de la Microrreserva se sitúa Torremocha del Pinar, en la que destaca su iglesia, cuyos orígenes se enraízan en la Edad Media. “Sobre la plaza Mayor, se encuentra el templo parroquial, en el que despunta su portada, incluida dentro de un atrio estrecho, con evidentes características medievales, pertenecientes al estilo románico rural”, explican desde la Junta de Comunidades. El edificio ha sido remodelado –al menos– en dos ocasiones, una en tiempos barrocos y otra –posteriormente– en 1944.

“La iglesia se encuentra construida a base de mampostería, con sillares de refuerzo en las esquinas de la torre y en los vanos”, explican desde el Ayuntamiento de la localidad. “A los pies del templo se levanta la torre, de planta rectangular y dividida en tres cuerpos”. Como remate, “se distingue un curioso conjunto metálico con una semiesfera y veleta en su parte más elevada. En el cuerpo superior se abren alargados vanos en arco de medio punto que sirven, los dos situados en el muro de los pies, para albergar sendas campanas”. El retablo mayor es barroco, y alberga cinco interesantes pinturas sobre tabla del siglo XVI, que representan la Crucifixión, la Circuncisión, la Visitación, la Presentación y la Anunciación. En un altar lateral se suceden diversos trabajos pictóricos de Juan de Losa.

En Torremocha del Pinar también se puede visitar la ermita de San Bernardo. La misma “posee algunos altares de corte popular”. Además, se debe mencionar el oratorio de San Juan, situado junto al cementerio del pueblo, constituyéndose como un edificio de planta cuadrada que se cierra con tejado a cuatro aguas, y que se encuentra construido a base de mampostería”, confirman desde el Ayuntamiento.

El origen de la localidad se enraíza hace más de ocho siglos, como aldea de repoblación. Se situó junto a alguna alcazaba o torreón, quizás diseñado por los árabes. “Hoy no quedan restos de dicha fortaleza”, aseguran los historiadores. “El nombre del pueblo parece provenir de la existencia –en el momento de su fundación– de este pequeño castillo o torre que estaba caída o «mocha» cuando llegaron los cristianos”, explican desde el Ayuntamiento. “La localidad siempre tuvo la consideración de realengo, y como tal perteneció desde sus orígenes al Común de Tierra de Molina, participando sus representantes en las Juntas Generales, donde ocupaban el sexto asiento de la Sexma del Sabinar, en la cual se encuentra integrado todavía hoy”.

Además, el «Diccionario geográfico estadístico histórico de España y sus posesiones de Ultramar», de Pascual Madoz, indicaba que el pueblo contaba con 50 casas a mediados del siglo XIX, que daban cabida a 150 vecinos. Entre estos inmuebles destacaban el complejo consistorial; la escuela de instrucción primaria, frecuentada por 14 alumnos; además de la parroquia. “El terreno de este municipio es de buena calidad”, explicaba Madoz. El mismo “comprendía buenos trozos de monte poblados de encina, roble, sabina, enebro y otros arbustos”. La producción principal se centraba en trigo, cebada, centeno, avena, legumbres, leñas de combustible y “buenos pastos”, con los que se mantenía el ganado lanar y vacuno.

Por tanto, el caminante, si se acerca hasta Torremocha, no sólo tendrá la oportunidad de conocer la Microrreserva de los «prados húmedos», un espacio protegido en el que se albergan especies únicas en España, como helecho el «Ophioglossum». El viajero también podrá disfrutar de la tranquilidad de este municipio, que ofrece una luenga historia. En consecuencia, estamos ante la unión de naturaleza y patrimonio, una combinación perfecta para desconectar del estrés diario. ¡No te lo pierdas!

Bibliografía
MADOZ, Pascual. Diccionario geográfico–estadístico–histórico de España y sus posesiones de Ultramar, Madrid: 1845–1850.