Una ruta por la memoria en el cementerio

Durante décadas, las familias no tuvieron acceso al patio del cementerio civil, cuya puerta permanecía cerrada 364 dias al año. Foto: Nacho Izquierdo
Durante décadas, las familias no tuvieron acceso al patio del cementerio civil, cuya puerta permanecía cerrada 364 dias al año. Foto: Nacho Izquierdo

Con motivo de la festividad de Todos los Santos, la visita nocturna de fantasmas y leyendas al cementerio de Guadalajara es una ruta que tiene una gran acogida. Fuera de estas fechas, el cementerio no suele formar parte de la oferta turística de la ciudad aunque su recorrido se puede solicitar a demanda a los guías locales. Sin embargo, y aunque no cuente entre los programas turísticos o históricos, los episodios de la Guerra Civil y la posguerra en Guadalajara se pueden conocer también a través de las lápidas, monumentos funerarios y fosas comunes.

La historia reciente de España está escrita entre los muros de cementerios como el de Guadalajara. Fechas, sucesos, episodios atroces, indiscutibles e incontestables están no solo en los libros y en los archivos sino también grabados en las lápidas, sepultados bajo tierra, muchas veces en un intento por ocultarlos y sustraerlos a la memoria.
A través de los ojos expertos del documentalista Xulio García Bilbao es posible atravesar la profusión de tumbas y pasillos que aparecen una vez traspasada la puerta principal del cementerio de Guadalajara y descubrir esos testigos mudos de nuestro pasado más inmediato.

Tras el primer patio, el más noble, García Bilbao dirige la atención el monumento de la Hermandad de los Caídos (por Dios y por España) erigido en 1941, nada más acabar la Guerra Civil, con la colaboración económica del Ayuntamiento y la Diputación de Guadalajara. García Bilbao, responsable del Foro por la Memoria de Guadalajara, explica que el amplio memoria en mármol contiene los cuerpos de fusilados por tribunales republicanos, soldados caídos en el frente y también de los 302 asesinados en la cárcel de Guadalajara tras el bombardeo de la ciudad por tropas franquistas el 6 de diciembre de 1936. Sus familias, indica éste experto, en muchos casos se beneficiaron posteriormente de las prebendas que el régimen repartía entre los herederos de sus adeptos fallecidos en la contienda.

Los restos depositados bajo el mármol ocupan un lugar preferente en el camposanto de Guadalajara desde hace más de ochenta años, bien visibles y cerca de otros fallecidos ilustres, como los militares de la antigua Academia Militar, los recintos de las monjas de distintas órdenes religiosas y los panteones de familias de renombre que componen una ruta distinguida en el pasillo principal del cementerio, con el encanto decimonónico de las tumbas arañadas por el paso del tiempo. Sin embargo, hay una ruta alternativa que cuenta una historia distinta y menos visible; una historia de sufrimiento y represión que está ahí pero que resulta más difícil de visualizar.

A escasos metros del memorial de la Hermandad, en una sepultura de la época, señorial pero sin nombre, se encuentra Antonio Cañadas, fusilado en julio de 1939. Su delito, ser alcalde de Guadalajara democráticamente elegido, de Izquierda Republicana, y también gobernador civil de la provincia. Su historia es a día de hoy tan anónima como su tumba.

Tras su condena y fusilamiento, la familia de Antonio Cañadas fue multada y desposeída de sus pertenencias. Aun así, pudieron hacerse cargo del cuerpo y pagar una sepultura individual y digna de Categoría 1, algo fuera del alcance de las familias de otras víctimas en su misma situación. Su hija, Emilia Cañadas Dombriz (95 años) es aún hoy, en 2023, ante la ley la hija de un criminal pues la condena a muerte de quien fuera alcalde en dos ocasiones durante la Segunda República no ha sido revocada.

22 cuerpos de la fosa no reclamados fueron visibilizados en 2021 por el ayuntamiento socialista. Foto: Gloria Magro
22 cuerpos de la fosa no reclamados fueron visibilizados en 2021 por el ayuntamiento socialista. Foto: Gloria Magro

Avanzando por el cementerio de Guadalajara, el responsable del Foro señala donde hay más represaliados del régimen franquista en los primeros meses tras la Guerra Civil, cuyos cuerpos pudieron ser rescatados por sus familias previo pago para después ser modestamente enterrados. Esas tumbas, diseminada, son aún testigo de aquellos años de fusilamientos indiscriminados, aunque para la memoria colectiva estén perdidas pese a que en ningún caso sean enterramientos anónimos.

Los registros del cementerio, los extractos del Tribunal Especial de Ejecuciones, los libros municipales de la época, los de las instituciones que ejecutaron el expolio derivado de la Ley de Responsabilidades Políticas y los procesos de Incautación de Bienes dan nombres y apellidos bajo una única acusación: la adhesión o auxilio a la rebelión, o en otras palabras, la fidelidad al régimen legal imperante, la República española. En esas tumbas hay maestros, guardias civiles, militares, concejales, alcaldes de pueblo y sobre todo, campesinos caídos por la España salida de las urnas en marzo de 1936.

Siguiendo esta particular ruta histórica, los espacios cobran un significado distinto, siempre que se sepa dónde buscar. Hoy resulta difícil identificar la parte civil del cementerio de Guadalajara, apenas diferenciada del resto del recinto a un costado del Patio 4 aunque no siempre fuera así. Uno de los derechos que durante décadas les fue negado a muchas familias fue el de honrar a sus muertos. Bajo la dictadura este espacio permaneció oculto a la vista, cerrado a cal y canto tras un muro interior y al que solo se podía acceder un día al año: el primero de noviembre, Día de Todos los Santos. Era entonces cuando se abría la puerta y se permitía entrar a los familiares. Quienes acudían entonces se arriesgaban a ser vilipendiados, señalados con el dedo como familiares de republicanos represaliados, así que muchas familias optaban por tirar las flores a través de la tapia.

Hasta los años 1970 no se derribó ese muro interior, a instancias de Francisco Borobia, concejal del último ayuntamiento franquista, y los partidos y sindicatos de izquierda empezaron a reivindicar la visibilidad del recinto y de aquellos enterramientos. Un monumento recuerda desde 1979 a las víctimas que yacen en esas fosas comunes. A su alrededor, lápidas colocadas por las familias en estos últimos años y también recientes de quienes reivindican así su compromiso con ese espacio histórico.

A pesar de la Ley de Memoria Democrática, sin entidades privadas quienes hacen las excavaciones. Foto: Nacho Izquierdo
A pesar de la Ley de Memoria Democrática, sin entidades privadas quienes hacen las excavaciones. Foto: Nacho Izquierdo

El recinto civil cobró relevancia internacional en 2016, cuando los periódicos de todo el mundo se hicieron eco del caso de Ascensión Mendieta, la hija de Timoteo Medieta, un sindicalista represaliado en 1939 y que se vio obligada a recurrir al amparo de la justicia argentina para recuperar los restos de su padre, enterrado en una de las fosas. Las imágenes de aquella octogenaria imbuida de dignidad observando día tras día los trabajos de exhumación pasaron a formar parte del proceso de recuperación de la memoria colectiva que ha vivido España estos últimos años. Y también Guadalajara.

El entonces ayuntamiento popular de Guadalajara pidió a la familia Mendieta la tasa municipal de exhumación, dos mil euros, en un último intento por entorpecer su derecho a recuperar los restos.

En varias de las fosas del recinto civil la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha llevado a cabo en los últimos años trabajos de exhumación. Los últimos esta pasada primavera, cuando se localizaron los restos de Domingo Écija Buendía, un jornalero de Sacedón afiliado a UGT y fusilado hace 83 años tras el final de la guerra.

A pesar de la Ley de Memoria Democrática son entidades privadas las que sacan los restos, se hacen cargo de ellos y llevan a cabo las exhumaciones. Los que se han extraído hasta ahora han sido devueltos a los suyos una vez identificados, a excepción de 22 cuerpos cuyas familias no fueron localizadas o que directamente no quisieron hacerse cargo. Su sepultura, en octubre de 2021, corrió a cargo del Ayuntamiento de Guadalajara en una ceremonia solemne en presencia del entonces alcalde, el socialista Alberto Rojo.

Sus nombres se pueden leer desde entonces en un panteón ubicado en ese recinto.
Bastante más abajo, al final del Patio 4 y sobre la fosa común del cementerio, se erige desde 2021 un memorial en mármol con los nombres de las 977 personas cuyos restos ya no pueden ser recuperados. Tras años de desidia y olvido institucional consciente, la fosa se había convertido en un vertedero donde iban a parar los deshechos de las sepulturas pese a que se conocía la existencia de cientos de cuerpos bajo aquel espacio alargado que separa dos de los patios. El ayuntamiento del Partido Popular, en la alcaldía durante tres legislaturas seguidas, llegó a plantear la desaparición de la fosa y su saneamiento para acabar con aquel basurero, algo que no llegó a suceder.

Una vez la zona fue finalmente adecentada y ajardinada, las familias de los represaliados depositaban flores y placas, en muchos casos después de que las pesquisas de la asociación Foro por la Memoria les hubieran conducido hasta allí en la larga búsqueda de sus familiares desaparecidos.

El ayuntamiento popular llegó a plantear la desaparición de la fosa común donde permanecían los restos de 977 personas identificadas en los registros. Foto: Gloria Magro
El ayuntamiento popular llegó a plantear la desaparición de la fosa común donde permanecían los restos de 977 personas identificadas en los registros. Foto: Gloria Magro

Acabada esa etapa municipal, en noviembre de 2021, el nuevo ejecutivo del partido socialista levantó un memorial de más de cuarenta metros de largo en mármol con los nombres en relieve de los casi mil sepultados de cuyos nombres se tiene constancia, 822 de los cuales fueron asesinadas allí mismo, según Xulio García Bilbao.

Con este acto de reparación “saldamos una deuda histórica, y no lo hacemos desde el rencor, sino desde el respeto a quienes fueron asesinados durante la dictadura franquista”, decía entonces en palabras del entonces alcalde de Guadalajara, el socialista Alberto Rojo al inaugurar el memorial sobre la fosa común: “Hoy es un día para el recuerdo; un día para acabar con una deuda histórica con las víctimas de la dictadura franquista en nuestra ciudad, en el conjunto de la provincia, y como este gesto es universal, en el conjunto del país”.

Bajo ese mármol también hay cuerpos irrecuperables procedentes del Hospital Militar, como en el de Emeterio Sanzo Urbón. Este soldado guipuzcoano hizo el número 977 de los localizados, el último en ser incluido en el listado. La suya es una historia que se repite por toda España, la de una familia que después de más de ochenta años pudo por fin cerrar un capítulo que permanecía inconcluso desde la Guerra Civil.

La memoria de la guerra en mi familia, es una historia que se cuenta en silencio, el silencio de no poder hablar, el silencio guardado debido al miedo y la represión impuesta y padecida”, explica Gotzon Sanzo, su sobrino. Tres de los hermanos de su padre se alistaron en distintos batallones y sindicatos vascos al inicio de la contienda, pero sólo uno volvió después de la guerra, muy enfermo tras caer prisionero y ser obligado a realizar trabajos forzados. De los otros dos se perdió el rastro en la guerra. Tras la muerte del padre y el descubrimiento de sus memorias, donde expresaba el pesar familiar por la ausencia de sus hermanos y el desconocimiento de su paradero, la familia comenzó la búsqueda. Con ayuda de Xulio y Pedro García Bilbao, Sanzo consiguió localizar a su tío Emeterio en la fosa común de Guadalajara.

La causa de la muerte escrita por sus captores fue “endocarditis y [h]emiplejía” (sic), uno de tantos eufemismos usados por los franquistas para camuflar las terribles condiciones a que eran sometidos estos presos, llevados hasta el agotamiento. Emeterio tenía 26 años”, se puede leer en la web del Foro por la Memoria. La suya no fue una muerte anónima, estaba perfectamente registrada y sin embargo, nadie se ocupó de hacerlo llegar formalmente a la familia.

El régimen franquista condenaba así doblemente a sus opositores: primero con la muerte y después con la desazón del desconocimiento. Mientras en la posguerra se abrieron las fosas y cunetas en busca de los caídos de un bando, al resto se le condenó al olvido. Cementerios como el de Guadalajara son testigos fidedignos de aquello.

En mayo de 2021 y en presencia de su sobrino y de un txistulari, a Emeterio Sanzo Urbón se le hizo un homenaje póstumo a pie de fosa “por su entrega y su lucha por la libertad y la democracia”. La familia colocó entonces una placa individual y tiempo después, una vez erigido el memorial, solicitaron al ayuntamiento de Guadalajara su inscripción en el monumento. Los Sanzo siguen buscando a su hermano, aún desparecido.

Como cada primero de noviembre, muchas familias se acercarán al cementerio a honrar a los suyos y en el recinto del cementerio civil y ante el memorial sobre la fosa común los partidos y sindicatos de izquierdas organizarán el tradicional homenaje a los caídos por la República y en la represión tras la Guerra Civil.

El acto debería de ser institucional, al igual que lo es en el resto de Europa donde todos los gobiernos sin importar su signo político conmemoran cada año la victoria contra el fascismo. En España, sin embargo, parece que ese homenaje solo cae de una parte de la historia. No obstante, la verdad y la memoria permanecen vivas en el cementerio de Guadalajara, solo hay que saber leerlas.