Visitar La Cabrera, posiblemente, el pueblo más hermoso de Guadalajara

Vista general de La Cabrera, en el cañón del Parque Natural del Río Dulce.
Vista general de La Cabrera, en el cañón del Parque Natural del Río Dulce.

Comprender que buena parte de la belleza de la provincia de Guadalajara descansa en los pequeños pueblos y en los caminos apartados es una de las primeras tareas de las que debe tomar conciencia cualquiera que aspire a descubrir esta tierra. La Cabrera, una de las 28 pedanías de Sigüenza, es un paradigma de esta realidad: uno de los pueblos más pequeños y, a la vez, más hermosos de Guadalajara. Un derroche de luminosidad enclavado en el Barranco de la Hoz del Dulce, la garganta que encandiló a Félix Rodríguez de la Fuente.

A La Cabrera se llega, desde Madrid y Guadalajara capital, por la autovía A-2 y, posteriormente, la carretera autonómica que conduce a Sigüenza. Tiene un acceso fácil y relativamente rápido desde la ciudad. Y, en cambio, cuando el visitante alcanza este enclave experimenta la inexplicable y embriagadora sensación de saltar el tiempo y el espacio. La Cabrera es un enclave precioso en el que nada parece salirse del tiesto. La arquitectura serrana, el entorno, la disposición encajonada de su caserío. Todo aparece ensamblado con una armonía calmosa y palpitante.

Dentro del casco de La Cabrera sobresale su iglesia parroquial, de estilo románico, y el molino donde se fabricaba el papel para los billetes en época de Alfonso XIII, ubicado en el paraje de Los Heros, a orillas del río Dulce. Se trata de un antiguo molino papelero donde se producía papel moneda a principios del siglo XX. En realidad, fue la primera fábrica en su género en España. Situada entre los pueblos de La Cabrera y Aragosa, constituía un reducto de la arqueología industrial que cobijaba el cañón del río Dulce.

Precisamente, fue en 1868 cuando el Banco de España encargó en este recinto la fabricación del papel de los billetes de 100 escudos. Además, entre los edificios de la fábrica se mantiene una pequeña ermita bajo la advocación de San Rafael, patrón de los papeleros. La fábrica de Los Heros, actualmente abandonada, estuvo funcionando hasta la década de 1960.
La visita a La Cabrera permite también acceder a las hoces del río Dulce, declarado Parque Natural. Los itinerarios en este espacio protegido, que cuenta con más de 8.000 hectáreas, son múltiples, como el GR-10 Senderos de la Miel y el GR-160 Camino del Cid. Pero todos toman como epicentro la estructura del cañón labrado por el Dulce en calizas mesozoicas. Una sucesión de farallones rocosos, salpicados por una vegetación a base de quejigos, encinas, enebros y sabinas, según dé a umbría o a solana. La fauna también es espectacular, surcada por buitres leonados, vencejos, gorriones o chovas piquirrojas.

La privilegiada ubicación de La Cabrera permite tomar este punto como partida o final de algunas de las rutas por el Dulce. Cada vez son más los visitantes atraídos por el espectáculo visual que destila un parque –afortunadamente– aún sin explotar. Pero, más allá de las cárcavas circundantes, merece la pena recorrer las calles y los rincones de un pueblo de perfil singular. Aquí no hay castillos ni templos de trazo grandilocuente. Lo que hay es un lugar acorde con su entorno, y eso ya es un lujo en un país con demasiados ejemplos de lo contrario. “La timidez es una condición ajena al corazón, una categoría, una dimensión que desemboca en la soledad”, pergeñó Pablo Neruda. Justo ahí es donde reside la graciosa belleza de La Cabrera.