Atienza reivindica su castillo (y su pasado)

Se trata de una de las villas españolas con más historia a sus espaldas. Estuvo situada –durante siglos– en territorio fronterizo. No muy lejos de sus calles se estableció el limes entre castellanos y árabes. Incluso, durante la Edad Media pasó por allí el mítico Cid Campeador, quien dijo –sobre esta localidad– «assiniestro dexan Atineza, vna penna muy fuert». Por tanto, el devenir de este enclave es muy luengo. Una circunstancia que se ha reflejado en su patrimonio, del que destaca –entre otros monumentos– su castillo roquero.

El origen de la fortaleza se pierde en la noche de los tiempos. Debido a su inigualable situación –se emplaza en la cima de un promontorio que domina una extensa planicie– ha servido como un lugar propicio para la protección ante los enemigos. De hecho, hay quienes aseguran que en el cerro del castillo existió un castro celtíbero. Posteriormente, “una vez que la cercana ciudad de Numancia fue sometida al poder de Roma, los primeros atencinos –de quienes ya hablaban los escritores y cronistas de la Antigüedad– hubieron de rendirse ante las columnas guerreras de Escipión”, relata José Serrano Belinchón.

Así fueron pasando las centurias. Cayeron imperios, reinos y señores de la más diversa estofa. Sin embargo, el asentamiento analizado continuó en pie. El lugar siguió siendo el centro de diferentes escaramuzas.

En cualquier caso, la alcazaba actual es de raíz medieval. A su interior sólo se puede acceder por una única entrada. Una vez dentro, se observa “una explanada longuiforme en la que, en otro tiempo, debió estar la plaza de armas y demás dependencias”. Entre ellas, los fosos, los aljibes o diversos murallones. La torre del homenaje –ubicada en uno de los extremos de la loma– es lo que queda en mejor estado. Fue restaurada hace unos años. Desde su parte de arriba, se pueden otear todas las explanadas circundantes. Desde la misma se divisa gran parte de la Serranía. Gracias a ello, Atienza es la atalaya de la comarca… ¡No te lo pierdas!

Sin embargo, no fue hasta 1.085 cuando el rey Alfonso VI incorporó el lugar al reino castellano. Más tarde, Alfonso I de Aragón convirtió la alcazaba árabe en una fortaleza, inició las obras de la muralla de la villa y mandó construir la primera iglesia atencina –Santa María del Rey–, que todavía hoy se conserva en pie. Progresivamente, la localidad fue entrando en su edad de oro. Alfonso VII le concedió el fuero que le permitió constituir su extenso Común de Villa y Tierra. “Aquellas centurias fueron las de máximo esplendor de Atienza, que le permitieron –además– disfrutar de largos periodos de paz y de bienestar bajo la mano amiga de los sucesivos monarcas”, indica Serrano Belinchón.

Entre ellos, Alfonso VIII, quien propició “el mayor impulso urbanístico y social a la villa”. Así, se formaron nuevos barrios en la periferia y el municipio llegó a contar con 12 iglesias, de las que nueve servirían de parroquias. La población del municipio se contaba por miles. Pero son muchos los tesoros que el viajero puede encontrar aquí, más allá de los templos. También destacan diversos palacios, como la «Casa del Cordón», un complejo civil gótico que hoy funge como el Centro de Interpretación de la Cultura Tradicional de la Provincia de Guadalajara. En el mismo se reúnen más de 600 piezas de gran valor etnográfico. De igual forma, destacan espacios públicos singulares, como la plaza del Trigo, que “se constituye como uno de los cosos más originales y bellos de Castilla”. Tampoco se pueden olvidar las murallas, de las que quedan restos de dos cinturones, en los que se incardinan los arcos de Arrebatacapas y de San Juan.

Una tradición con solera
Gran parte de dicha eclosión se debió –como se indicaba– al rey Alfonso VIII, quien quiso agradecer a los vecinos por salvarle de las tropas leonesas. Desde entonces, y como conmemoración a dicha proeza, se celebra «La Caballada», una fiesta declarada de Interés Turístico Nacional. Esta festividad hunde sus raíces en la Edad Media, cuando el mencionado monarca se convirtió en el heredero al trono castellano con apenas tres años.

Algo que le ocurrió tras la muerte prematura de sus padres. En ese momento, el futuro dignatario quedó bajo la tutela de don Gutierre Fernández de Castro, quien –con el fin de soslayar conflictos con Manrique de Lara, su rival–, cedió la custodia al alférez mayor del reino, García Garcés de Haro.

Sin embargo, don García acabó siendo favorable a los intereses de los Lara. Una situación que provocó que esta familia reclamara los derechos sobre el sucesor. Sobre todo, tras el fallecimiento de Gutierre Fernández de Castro, su primer responsable legal. Para ello, solicitaron el apoyo del rey leonés. Este dignatario –Fernando II– se aprovechó de la situación, al creer que podría condensar en su persona las Coronas de Castilla y de León. Razón por la cual quiso la captura de su sobrino, don Alfonso.

Empero, los nuevos responsables del heredero –los infantes de Lara– se dieron cuenta de las aviesas intenciones del soberano leonés, por lo que intentaron ocultar al niño. Y lo hicieron primero en Soria ciudad, luego en San Esteban de Gormaz y, finalmente, en Atienza. Las huestes de León sitiaron esta la última villa. “Pero la astucia de los arrieros atencinos puso a funcionar toda la agudeza de su ingenio y, bien de madrugada, el día de Pentecostés de 1162, salieron con sus recuas por el camino de la ermita de la Estrella, llevándose consigo al niño disfrazado de arriero”, explica el investigador José Serrano Belinchón. “Danzaron delante de la virgen y huyeron –después– a todo correr, poniendo –así– en libertad al infante”.

De esta manera, en su caminar, llegaron primero a tierras segovianas para –seguidamente– alcanzar Ávila, donde el futuro mandatario quedaría a salvo de manera definitiva. “La efeméride se comenzó a celebrar con gran júbilo por parte de los arrieros de Atienza a partir del año siguiente”. Fue el inicio de «La Caballada», una cita con casi un milenio de historia. De hecho, se ha dejado de realizar en muy pocas ocasiones a lo largo de los últimos 10 siglos.

Escenario cinematográfico
Unas potencialidades patrimoniales, históricas y etnográficas que han convertido a Atienza en escenario de cine. De hecho, esta localidad ha acogido diversos rodajes. Uno de los más conocidos tuvo lugar en 2001. Fue el de la película «Lázaro de Tormes», dirigida por Fernando Fernán Gómez y José Luis García Sánchez. Entre el elenco destacó Paco Rabal, además de Rafael Álvarez, Karra Elejalde, Beatriz Rico, Manuel Alexandre, Álvaro de Luna, Agustín González, José Lifante, Francisco Algora, Juan Luis Galiardo, Emilio Laguna, Manuel Lozano o Tina Sáinz.

Sin embargo, la potencia atencina del Séptimo Arte no finalizó aquí. Unos años antes, en 1986, se filmó «El Viaje a ninguna parte», de Fernando Fernán Gómez. En este trabajo intervinieron José Sacristán, Laura del Sol, Juan Diego, María Luisa Ponte, Gabino Diego o el propio director. Incluso, las calles de la villa han acogido producciones internacionales, como «Las Troyanas», de Michael Cacoyannis, en la que –en 1971– intervinieron Katharine Hepburn o Vanessa Redgrave, nombres muy afamados a nivel internacional. ¡Impresionante!

La selección de Atienza para realizar diversos rodajes no fue –en ningún caso– aleatorio. Este municipio se seleccionó debido a sus potencialidades históricas, geográficas y monumentales. De hecho, “la realidad histórica y artística del lugar se debe en buena parte a la situación estratégica de su enclave, como paso obligado entre ambas mesetas y como lugar de contacto entre los reinos de Castilla y Aragón”, explica José Serrano Belinchón. En consecuencia, el escenario atencino no tiene parangón.

Por tanto, esta villa tiene mucho que ofrecer, desde una amplia historia, a un patrimonio sin igual, pasando por tradiciones ancestrales y una oferta cultural digna de mención.

Incluso, la estampa que ofrece al visitante es impresionante. El casco urbano se encuentra encaramado –desde su creación, hace más de un milenio– a un promontorio ubicado en una amplia planicie. Algo que le permite a esta población poseer una prominencia de varios kilómetros. De hecho, esta hermosa estampa ha cautivado a propios y a extraños. También al Cid. ¿Te lo vas a perder?

Bibliografía
ANÓNIMO. Cantar del Mío Cid. Madrid: Real Academia de la Lengua Española.
SERRANO BELINCHÓN, José. Atienza: comarca montañosa y medieval. Guadalajara: AACHE, 1993.