El Teatro Zorrilla, una década de cultura en el confín de la provincia

Guadaescena, elegía el pasado 30 de septiembre el Teatro Zorrilla de Milmarcos para acoger la primera actuación de la Red Cultural de Guadalajara. Y no solo “para apoyar tras la pandemia al sector de la cultura, el espectáculo y las artes escénicas de la provincia (…). El ocio de calidad es también es un servicio importante que debe prestarse a los habitantes de nuestras zonas rurales”, en palabras del presidente de la Diputación Provincial, José Luis Vega, sino también para dar visibilidad a una joya cultural desconocida: el único teatro del s.XIX con que cuenta Guadalajara. En unos meses se cumplirán diez años de la rehabilitación integral de un recinto en cuyas paredes está escrito un siglo de historia de un pueblo y su comarca.

En 2014 reabría sus puertas el Teatro Zorrilla, un espacio centenario que llevaba décadas languideciendo en estado de total abandono, testigo mudo de tiempos mejores, cuando Milmarcos, el último pueblo al noreste de la provincia, colindante con la comunidad de Aragón, era un pujante centro comercial con importantes ferias agrícolas y ganaderas.

El recinto fue durante décadas un lugar mítico grabado en la memoria de los cordacheros -como se denominan a sí mismos los originales de Milmarcos en su peculiar jerga gremial, la migaña-, pese a que solo existía en su recuerdo; un edificio ruinoso situado en una de las principales plazas del pueblo y cuyos propietarios hacía mucho habían abandonado la localidad.

En Milmarcos (77 hab.) la lejanía a Guadalajara -142 km- y su ubicación, en el extremo noreste de la provincia se considera una mera circunstancia geográfica; una anécdota que no tiene mayor importancia y en la que no merece la pena detenerse pese a su relación directa con el paulativo proceso de despoblación que ha vivido la comarca en el último medio siglo. Y sin embargo, en esa localización a medio camino entre Molina de Aragón y Calatayud está el origen de la extraordinaria prosperidad de que gozó la hasta la segunda mitad del s.XX. En el comercio hicieron su fortuna las familias que levantaron los numerosos palacios y edificios señoriales que jalonan las calles de la villa, entre los que destaca por su singularidad el Teatro Zorrilla.

El recinto no aparece aún en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar de Pascual Madoz, algo así como la Wikipedia del s.XIX donde se registraban pormenorizadamente todas las poblaciones, sus monumentos y su actividad social y económica. Se estima que el teatro levantó el telón a finales del s.XIX como proyecto personal de su propietario, Santiago Muela, un próspero comerciante local con inquietudes artísticas.

Hasta la Guerra Civil, este recoleto recinto con su correspondiente platea, gallinero, un escenario más que generoso acogía a las compañías ambulantes de teatro y de circo, a titiriteros y saltimbanquis que durante los días de feria entretenían a los cientos de visitantes que se congregaban en la villa.

Dos veces al año, por San Martín, a principios de noviembre, y en mayo, Milmarcos se convertía en el centro comercial de una comarca que se extendía entre Castilla y Aragón. En 1922 en la Feria de la Cruz del mes de mayo, se estima que el pueblo acogió 65 mil cabezas de ganado, según el cronista José María Miguel Hernández, autor de Milmarcos. Crónica de una villa. Tal era la afluencia de paisanos entre tratantes, comerciantes, ganaderos y compradores, que las múltiples posadas de la localidad no eran suficientes y los visitantes tenían que ser acogidos en casas particulares.

Como curiosidad local, los esquiladores transhumantes y los músicos de esa época son el origen de la migaña, una jerga compartida pero excluyente por definición, de orígenes más aragoneses que castellanos a decir de los expertos. Este acerbo cultural propio, presente también localidades como Fuentelsaz y Maranchón, se estudia hoy en congresos de la Lengua.

En esos días, en el Teatro Zorrilla se presentaban espectáculos de toda condición, además de ser escenario de las actuaciones de la Banda de Música de Milmarcos, cuya actividad se puede rastrear en los periódicos de la época y registros oficiales y que hoy sigue en activo.

En el Boletín Oficial de la Provincia de noviembre de 1887, el alcalde de Milmarcos convocaba la Feria de San Martín para los días 12, 13 y 14, que se anunciaba como “abundante en toda clase de ganadería, granos y comercio… en la misma hay varios establecimientos de comestibles y toda clase de licores, cerería y tiendas de ropa con excelentes posadas y Casino, donde pueden distraerse anunciándose en el mismo una velada y funciones de Teatro por una Compañía de la Sociedad en la que tomará parte la Orquesta de aficionados de esta villa”.

El actual edil del municipio, Fernando Marchán, pertenece a la quinta generación de músicos de esa banda centenaria a la que su familia ha estado ligada desde sus inicios, cuando sus actuaciones eran reclamadas por toda la provincia. Los recuerdos familiares se entrelazan en su memoria con los de la formación musical y aquel teatro perdido que bajo su mandato se pudo recuperar hace ahora diez años.

Marchán, que lleva en la alcaldía desde 2007, afirma que el principal objetivo de su primera legislatura fue la recuperación del recinto, aunque las primeras gestiones fueron anteriores. En 1983 el ayuntamiento presentó a la Diputación una petición de ayuda para su adquisición y poco después, ya en 1984, el periódico Flores y Abejas daba cuenta del acuerdo de compra por 750 mil pesetas. Unos meses después, en La prensa alcarreña aparecía la consignación de un presupuesto de 6 millones de pesetas para su rehabilitación. Sin embargo, el proyecto acabó frustrándose

En Milmarcos se dice que hay cuatro barrios, que son los que parten en forma radial desde la Plaza Mayor. Así, para llegar al Teatro Zorrilla hay que ascender por el de Las Piñuelas o de San Antonio hacia la Plaza de la Muela, el punto más alto de la localidad y en torno al cual se cree que nació el pueblo primigenio. En sus aledaños de trazado medieval hay casonas con noble fachada de sillares de piedra arenisca típica de la comarca molinesa que presentan arcadas semicirculares, entradas con amplios patios interiores y rejería de elaborada factura, como el casón de los López Celada y Badiola o la celebrada Casa de la Inquisición e incluso una torre, la del reloj.

Los negocios que dieron lugar a tan ricas construcciones hace tiempo que desaparecieron, al igual que los olmos centenarios de la Plaza Mayor. Después de años de desidia, a principios de los años 80 la techumbre del Teatro Zorrilla se había derrumbado y poco quedaba ya de su esplendor pasado. En 2010, ante el riesgo de que se perdiera definitivamente, el ayuntamiento negoció con la nieta y el bisnieto de Santiago Muela, la cesión del inmueble al pueblo.

Fernando Marchán solicitó entonces la ayuda de los servicios técnicos de la Diputación Provincial de Guadalajara, que fotografiaron exhaustivamente el edificio y buscaron en sus archivos el proyecto original. “Con ellos se elaboró un plan de recuperación y rehabilitación conforme a las características originales –explica el edil-. La rehabilitación se hizo a imagen y semejanza de lo que fue pero adaptado a la nueva normativa. De hecho, en apariencia está exactamente igual, con la misma escalera de subida al anfiteatro solo que más ancha, el mismo gallinero, los baños…”.

Marchán cuenta alguna peculiaridad, como que las puertas de emergencia ya existían en el edificio decimonónico original. Y también que los arquitectos consiguieron respetar y recrear en 2014 los espacios tal y como estaban en su día, de modo que la experiencia de los espectadores hoy es similar a la de sus abuelos a principios de siglo.

Tras su reapertura, el Teatro Zorrilla volvió a ser el epicentro de la vida cultural de Milmarcos y de los pueblos del Señorío. Sus 150 butacas acogen durante todo el año actos culturales y representaciones con motivo de fechas señaladas, así como eventos institucionales y sociales a petición de entidades locales y vecinas. Durante los meses estivales, “Los veranos del Zorrilla” ponen en cartel conciertos, recitales, cine y magia. Su escenario está abierto al enorme talento musical que el pueblo ha exportado de forma histórica. El alcalde cita como hijos del pueblo a artistas, músicos y poetas de la escena nacional de reconocido prestigio, algunos afincados en la vecina Aragón; desde integrantes de la compañía La Garnacha, galardonados con un premio Max, a guitarristas, grupos de versiones y la afamada cantante local Nelly Anglada.

Se trata de un espacio cultural a disposición del entorno que demás es la sede la Banda de Milmarcos”, afirma el alcalde. La antigua formación musical tiene su actuación anual en verano, cuando interpreta las antiguas piezas que se tocaban en el pueblo. La Banda grabó un disco con motivo de su centenario y el próximo puente de la Inmaculada se emitirá en el Teatro Zorrilla un video y se celebrará una charla sobre su trayectoria desde 1905.

Sin embargo, el tamaño de Milmarcos, que a finales del s.XIX llegó a rozar los mil habitantes pero que según el último censo publicado hoy apenas llega a ochenta, determina el uso que ha tenido en estos últimos años el recinto. La suya fue “una rehabilitación sentimental, afectiva”, en palabras de Fernando Marchán, quien también reconoce que “recuperar el teatro ha sido un subidón para el pueblo“.

Milmarcos mantuvo su pujante actividad comercial hasta mediados del pasado siglo y hoy la situación económica y demográfica es muy distinta, con la comarca prácticamente despoblada. “No deja de ser una circunstancia geográfica que seamos el último pueblo de la provincia –puntualiza el edil-. No nos gusta el término España vaciada, más bien despoblada. Lo de vaciada tiene connotaciones que no compartimos. Las circunstancias históricas y económicas han sido así, las familias han salido adelante y han progresado gracias a que se marcharon. Ahora se trata de mantener lo que se tiene”.

La red de carreteras, mejorada en los últimos años por la Diputación Provincial, así como el acuerdo sanitario con Aragón, han insuflado nueva vida a Milmarcos. Lo cierto es que el pueblo registra una renovada actividad comercial al hilo de nuevas empresas registradas en la localidad, como la conocida marca de cervezas La Balluca, de producción artesanal, una agencia de publicidad, una agencia inmobiliaria y un negocio relacionado con el sector cinegético, entre otras.

Arriba, en lo alto, en la plaza de La Muela, una placa recuerda que hace más de cien años un comerciante local compró a sus dos socios la alhóndiga donde almacenaban el trigo para convertirla en un espacio dedicado a la cultura. Durante décadas contribuyó así a poner un poco de alegría en la vida de sus vecinos. Después, las vicisitudes de la posguerra hicieron que la familia de Santiago Muela partiera a la cercana valencia a empezar de nuevo, rompiendo lazos con su pueblo de origen.

Ese mismo camino es el que emprendieron muchos otros vecinos en los años venideros. En 2014 su nieta y su bisnieto descubrieron en su teatro ya renovado la placa en su honor, recibiendo así el reconocimiento del pueblo y cerrando viejas heridas. Las luces de candilejas del Teatro Zorrilla se volvieron a encender ese día, alumbrado un futuro esperanzador para Milmarcos y su comarca.