La autovía: ¿buena o mala para Molina?

Trazado de la futura A-25 entre Alcolea del Pinar y Monreal del Campo por Molina de Aragón. // Foto: Heraldo.

Preguntado sobre la utilidad del modelo autonómico para un territorio como Castilla y León, Miguel Delibes respondió en una entrevista en el efímero periódico Liberación en octubre de 1984: “No, no acabo de verlo, no llego ni siquiera a imaginarlo. Hay que tener en cuenta que somos una región pasiva. Yo no sé si es ya una región fatigada por tantos siglos de historia o qué es lo que nos pasa. Hubo un tiempo en que Castilla era activa, muy activa, pero hoy la encuentro pasiva o peor aún, resignada”.

He recordado estas palabras, que recogió el recientemente malogrado Andrés Sorel en Castilla como agonía. Castilla como esperanza (Ámbito Ediciones. Valladolid, 1985), después de leer las decenas de comentarios que suscitó la inyección que recibirá la futura autovía entre Alcolea y Monreal en un foro público de la comarca de Molina de Aragón en Facebook. Este digital reveló la intención del Gobierno, si es que es capaz de sacar adelante los Presupuestos, de contemplar una partida de 180.000 euros para “estudios informativos” de la futura A-25. Es una cantidad exigua, pero su inclusión acredita que el proyecto sigue con vida en los despachos de Fomento.

¿Por qué un segundo estudio informativo cuando ya se hizo uno con anterioridad? Porque así lo exige el real decreto de 1994 que regula el Reglamento General de Carreteras. Un estudio informativo define líneas generales de la nueva carretera”: la “concepción global” de su trazado; la definición de las líneas generales, “tanto geográficas como funcionales”, de todas las opciones estudiadas; el impacto ambiental; el análisis del impacto en el transporte y la ordenación del territorio, teniendo en cuenta los costes del terreno; y, finalmente, la selección de la alternativa “más recomendable”. Puede gustar más o menos este trámite. Pero, en una democracia, la burocracia ayuda a erradicar la arbitrariedad.

Como es lógico, la noticia ha sido recibida con una mezcla de burla y escepticismo. La conversión de la N-211 en una autovía es una vieja promesa que no ha respetado ninguno de los dos grandes partidos. Ni el que mostró voluntad política para impulsarla, que fue el Gobierno de Zapatero; ni el que la heredó, que fue el Gobierno de Rajoy. Los recortes hicieron trizas un proyecto movido por la necesidad de potenciar este territorio, no por la circulación que registra esta vía. La intensidad media diaria (IMD) de vehículos de la N-211 apenas es de 1.743, de los que sólo dos vehículos son extranjeros y 20 pesados, según Fomento. El dato contrasta con la IMD de más de 5.000 vehículos de la N-320 a su paso por la provincia de Guadalajara.

El caso es que ha pasado más de una década desde que la idea echó a andar –tres años después del incendio mortal del Ducado- y no se atisba un verdadero interés de la Administración por acometer una vía que, en principio, sería clave para el desarrollo de la Tierra molinesa. Y digo en principio porque, a la vista de los comentarios en las redes sociales, el asunto presenta aristas. He leído incluso algún mensaje tronchante que alega un eventual aislamiento de los pueblos por los que transcurre la Nacional en caso de hacer la autovía. Que les pregunten a los vecinos de Teruel si aislaría o no… En fin.

La decrepitud de la España vaciada es tan honda que ha llegado un punto en el que ni siquiera las obras públicas garantizan el porvenir. Ya no sabemos si arreglar las carreteras sirve para facilitar el tránsito de personas y empresas de la ciudad al campo o al revés. Y el proceso de vaciamiento en las mesetas y Aragón –cuya conexión, por cierto, es la verdadera razón de ser de la A-25- es tan profundo que resulta ya muy complicado operar medidas de calado.

Por tanto, en un contexto de pérdida de población, de falta de servicios y de ninguneo sistemático en el reparto de las inversiones, no resulta extraño que se alcen voces recelosas, críticas, acaso desengañadas, cuando el Gobierno desempolva un proyecto tantas veces postergado. No es rara la desconfianza hacia la planificación de nuestras instituciones. Lo que es raro, y además erróneo, es cuestionar la idoneidad de una obra de la envergadura de una autovía.

La Otra Guadalajara, dentro del plan que ha presentado para frenar la escalofriante sangría demográfica en la Comarca de Molina, hace muy bien en poner el foco sobre este punto. Las infraestructuras, mejor dicho, la carencia de las mismas, están en el germen de la agresiva, brutal e indiscriminada política que acarreó el devoro del medio rural. Según la plataforma molinesa, el 100% de los pueblos por los que transita la N-211 han perdido población durante los últimos años. No sabemos exactamente qué traerá la A-25. Lo que sí sabemos es que la N-211 ya ha dado todo lo que podía dar de sí. Y lo que tenemos es un territorio exangüe, desangrado por la despoblación y sin el capital humano suficiente para gritar tan alto como lo están haciendo otros rincones también machacados por la doble coerción centralista y periférica del Estado, desde el Maestrazgo hasta las Hurdes.

Ignoramos si la autovía de Molina contribuiría a atraer empresas a la capital del Señorío. Sí serviría, al menos, para reducir el tiempo de desplazamiento al hospital de Guadalajara, para mejorar la movilidad de todos los servicios públicos y para que los turistas de Madrid lleguen en hora y media, y no en dos horas, a dejarse los cuartos al futuro Parador y al resto de establecimientos y comercios. Negar esta evidencia es ponerse una venda en los ojos o tratar de permear una especie de esencialismo del terruño que solo conduciría a una dinámica autodestructiva. No se trata de convertir la Guadalajara rural solo en un decorado para turistas, sino de exigir igualdad de oportunidades. Eso sí, preservando el ecosistema y no con la birria presupuestaria que hasta ahora se han gastado los sucesivos gobiernos del bipartidismo.

A cuenta de la vergüenza del tren en Extremadura, un reputado economista de la grey liberal sostuvo que la pobreza de sus habitantes no se arregla ni con un mejor tren ni con una autopista. “Irán más deprisa, sí, pero serán igual de productivos”, agregó. No es cierto. El desarrollo económico orbita alrededor de la inversión en capital físico, humano y tecnológico. El primero depende de las infraestructuras, imprescindibles para generar actividad e incentivar la creación de puestos de trabajo. Por eso es absurdo, y corrosivo, y estéril, rechazar la construcción de una autovía en la comarca de Molina. Lo que habría que hacer es reclamarla todos los días.