Por las cercanías de Sigüenza (I)

siguenza_castilloLos viajeros -aunque se considere un tópico- salen de Guadalajara, ni muy pronto ni muy tarde, con dirección a Sigüenza. En Jadraque tienen la costumbre de parar en el bar Justi, donde dan buena cuenta de unas piezas de bacalao rebozado que están para chuparse los dedos. No en vano el Justi tiene bien merecida fama en lo que al bacalao se refiere, aunque tampoco hay que olvidar sus torreznos, que no tienen desperdicio y sí buen sabor.

Luego, la carretera gira a la derecha y salen a Mandayona. Un poco más adelante está Aragosa, encajonada por el río y los cortados rocosos. Parece ser que antaño tuvo un castillete que, más que de defensa, serviría como torre de señales. El pueblo tiene una sola calle alargada como una culebra. A media ladera se encuentra la iglesia; una iglesita románica, rodeada por barbacana. Hace muchos años era un pueblo pequeño, con pocos habitantes, silencioso. Ahora se oye algún que otro programa de televisión o la radio a todo meter, puesto que con el solecillo de la mañana algunas vecinas han abierto ventanas y balcones. En Aragosa llama la atención que en casi todas las casas haya una antena parabólica, en lugar que haber colocado una sola colectiva; ello le da cierto aire de pueblo musulmán.

Los viajeros hablan de la Edad Media en la zona, de aquellos lugares llamados Mendione, Sintilia, Faragosa, y sin apenas darse cuenta están en la ciudad mitrada que aparece en todo su esplendor. Sigüenza es una verdadera joya que, por desgracia, se está dejando perder paulatinamente, pues son cada vez más los solares que se van creando en las Travesañas y algunas construcciones no alcanzan el grado de belleza y adaptación al medio urbano que deberían.

En Sigüenza hay muchos bares por habitante, quizá sea la población de Guadalajara que más tenga… lo curioso es que todos sacan para vivir, especialmente los domingos y festivos, puesto que es la ciudad más visitada de Castilla-La Mancha, después, claro está, de Toledo. Los viajeros callejean sin prisa, toman una cerveza fresquita y siguen camino, puesto que quieren acercarse una vez más a Palazuelos, ese pueblo hoy venido a menos que recuerda a la murada Ávila.

La carretera de Soria tiene alguna que otra curva que contribuye a que los conductores no se duerman. Dejan a la izquierda el lugar que ocupó la torre de Séñigo -san Íñigo-, esa torre que uno de los viajeros llegó a ver enhiesta, firme y sólida, hasta que el paso del tiempo y las inclemencias climáticas y antrópicas se encargaron de dar con ella en tierra. Uno de los viajeros recuerda el escudo mendocino que había empotrado sobre la portada. Hoy, el lugar, es ameno y agradable, -vicioso como se decía en el medievo- con algunos árboles que dan buena sombra y refrescan el ambiente.

Siguiendo el camino llegan al restaurante La Cabaña, donde los reservan mesa para eso de las tres, puesto que los domingos y fiestas de guardar se pone de bote en bote y hay que esperar n se sabe para poder pasar al comedor, si es que se puede pasar. La verdad es que los viajeros no suelen hacer esto casi nunca, puesto que no saben si van a volver por el mismo camino, o van a terminar, como casi siempre pasa, en las chimbambas.

Palazuelos queda cerca. Los viajeros llegan hasta la antigua puerta acodada para mejor defensa de la población, que da a la plaza, donde dejan su coche y poder callejear a sus anchas, porque lo que quieren es ver el pueblo con todo detenimiento.

palazuelos0060La plaza es amplia y hay bastantes coches aparcados en ella, junto a la picota que hemos llegado a ver tirada por el suelo y que hoy, afortunadamente, está restaurada y debidamente montada para regocijo de todos los que saben apreciar el valor histórico de estas sencillas construcciones, que antaño sirvieron para exponer a los reos a la vergüenza pública.

El viajero de mayor edad, un servidor de ustedes, recuerda las calles antaño embarradas y las casas con sus fachadas repletas de dibujos protectores -apotropaicos-: estrellas de varias puntas dentro de círculos, especie de gotas de agua… que se solían dibujar y después pintar con colores atrayentes para ahuyentar a los malos espíritus y defender la casa de rayos, fuegos y hundimientos. También servían para proteger a quienes en ellas vivían.

Los viajeros preguntan por don Anselmo del Olmo, dueño de la colección que constituye los fondos del Museo del Herraje. Allí pueden verse todo tipo de herramientas; por cierto que este mismo don Anselmo fue uno de los encargados de la recuperación de una fiesta tradicional llamada “La quema del boto”, que tiene lugar el día 15 de agosto y que surgió en la antigüedad, dicen, para luchar contra la peste. Uno de los viajeros cree que una cosa es un voto que hace el pueblo para librarse un mal y otra, muy distinta, un boto, que como otras corambres y cueros inservibles se quemaban para común regocijo.

En Palazuelos hay varias fuentes que manan un agua cristalina y fresca que invita a beber. Hasta hace poco, las mujeres iban a ellas a llenar sus cántaros. La iglesia, como casi siempre, está cerrada. Uno de los viajeros ya la ha visto por dentro en numerosas ocasiones y recuerda sus retablos, interesantísimos, de buena factura y los artesonados que la cubren, aunque también vio alguna que otra gotera que imagina subsanada. En esta iglesia de conserva una reliquia, encastada en una sencilla cruz de madera, de la verdadera cruz donde crucificaron a Cristo.

El castillo está, como todos los castillos, en la parte alta del pueblo, y está habitado en su parte superior.

carabias0007Los viajeros regresan a la plaza y salen con dirección al cercano Carabias, donde les pera uno de los ejemplares de la arquitectura románica rural de Guadalajara. Está en la plaza, una plaza no muy grande algo inclinada hacia la iglesia por lo que hace años tenía mucha humedad que fue corregida con unas obras. La iglesia es de reducidas dimensiones, como casi todas las de este tipo y parece cobijarse de los fríos invernales con un pórtico en dos alas que protege también del sol los días de calor sofocante. La portada es muy sencilla y apenas está decorada, mientras que las columnas que soportan el pórtico son estilizadas y terminan en capiteles con decoración vegetal. Los viajeros toman algunas fotografías del edificio, de sus detalles, de los capiteles…

A los pies del templo, junto al ábside hay una torre que le da mucha gracia al conjunto arquitectónico y, cruzando el camino, una fuente rematada con un frontón triangular, con un pilón donde, hasta hace poco tiempo, había unos peces anaranjados y brillantes. Más arriba hay, todavía, un gran árbol que da sombra a las casas que hay a su lado.

carabias0015Atravesando la plaza y siguiendo la calle principal, que posiblemente fuese la empleada como paso principal, puede disfrutarse de una arquitectura tradicional mejor que peor conservada. El viajero puede acercarse a cualquiera de los dos restaurantes que allí se encuentran: Cardamomo y Ciro y Lola, una verdadera sorpresa y un verdadero lujo, ciertamente aislado. Allí, en un patio interior, un vergel, puede pasarse la tarde de tertulia con los amigos al amor de una buena taza de café o de una copa de licor.

Los viajeros vuelven a la plaza y regresan a La Cabaña donde dan buena cuenta de una buena ración de cabrito asado a su amor, con ensalada de lechuga, tomate, cebolla, aceitunas y bonito en escabeche, pan y un vino de pasto sencillo pero agradable al paladar.

Por José Ramón López de los Mozos

(Continuará)