México: a dos meses y medio del terremoto

Iglesia de la localidad de Atlixco
Iglesia de la localidad de Atlixco

 

El tiempo pasa rápido. Sin embargo, las secuelas permanecen. No se olvidan. Se observan diariamente. Ésta parece una afirmación categórica, pero es real. Sobre todo cuando ocurre un acontecimiento grave, que marca a la sociedad. Y para muestra, un botón. Sólo hay que recorrer México. Han pasado dos meses y medio desde que temblase la tierra en el país. Y todavía  se observan las huellas de los seísmos del 7 y el 19 de septiembre.

El primer movimiento tuvo como epicentro en el Golfo de Tehuantepec, a 137 kilómetros al suroeste de Pijijiapan (Chiapas) y alcanzó una magnitud de 8,2. Fue el terremoto más fuerte vivido en el país desde 1932. Se han registrado centenares de réplicas y se vieron afectadas miles de viviendas y de complejos educativos.

Poco después hubo una segunda sacudida. Fue el 19 de septiembre y alcanzó los 7,1 puntos en la escala Richter. Este temblor –que coincidió en día y mes con el acaecido en 1985– localizó su epicentro entre los estados de Puebla y Morelos, afectando a diferentes territorios cercanos. Entre ellos, Ciudad de México (CDMX), uno de los lugares más habitados del mundo.

Lo peor –sin duda– las cifras de víctimas mortales derivadas de los temblores. La mayor parte de ellas, en la capital federal. Allí se produjo una de las imágenes más trágicas. Se trató del colapso del colegio Enrique Rébsamen –ubicado al sur de la ciudad– y en el que fallecieron 21 menores y cuatro adultos.

Imágenes como ésta se constituyeron como las más crudas de la catástrofe. Pero no fueron las únicas. También se generaron cuantiosas afecciones materiales. Sólo hay que andar por las calles afectadas para comprobarlo. En algunas colonias –como se denominan a los barrios en México– se suceden los edificios acordonados o colapsados.

Iglesia de la localidad de Atlixco
Iglesia de la localidad de Atlixco

Durante el seísmo
Pero, ¿cómo se vivió el temblor? Las experiencias son diversas. Pero todas convergen en determinadas sensaciones. Entre ellas, la incertidumbre y el susto. Un ejemplo es Mirian Amaro, vecina del Distrito Federal. Cuando pudo salir de su oficina, no tomó el transporte. Las calles estaban atestadas de vehículos. “Decidí caminar hacia mi departamento. El ambiente en la ciudad era muy inusual. Había una calma y un silencio extraño entre las personas. Pero, al mismo tiempo, las calles se encontraban colapsadas de coches”, explica.

Karla Ureña es profesora del Colegio Williams –ubicado al sur de CDMX– y también sufrió el desastre durante su horario laboral. Apenas dos horas antes del seísmo, habían realizado el simulacro de recuerdo del terremoto de 1985. Sin embargo, la tierra volvió a zarandearse. “Estábamos en una reunión y comenzó a moverse todo el edificio. No escuchamos la alarma sísmica”, explica.

De hecho, este mecanismo de aviso, que suele saltar unos segundos antes de las sacudidas –permitiendo, así, la evacuación de los edificios–, no sonó en casi ningún lugar. El epicentro estaba muy cerca y no se activó a tiempo. “Los alumnos se espantaron. No habíamos vivido un terremoto de esta magnitud desde hacía 32 años”, explica.

Puebla
Puebla

La editora Teresa Espinasa se encontraba –al igual que Mirian y Karla– al sur de CDMX. Más concretamente, en la Ciudad Universitaria de la UNAM. En esta zona, por el tipo de suelo –de origen volcánico–, los terremotos se sienten menos. A pesar de ello, la sacudida del 19 de septiembre se vivió muy fuerte. “Salimos del edificio donde estábamos y vimos cómo se desprendía la mampostería”, rememora. “Estábamos muy nerviosos. Intenté contactar con mi familia, que vivía en La Condesa. No pude. Entré en Twitter y lo único que me arrojó esta red social fue una foto de obreros sobre una grúa, acompañados por un  mensaje que decía:

«La ayuda va en camino. Se derrumba edificio en [avenida] Ámsterdam»

Justo la calle donde se encontraba la vivienda familiar de Teresa. Su madre se hallaba en el interior. Ante esta situación, decidió dirigirse hacia su casa. Pero las calles eran un caos. “Salí de Ciudad Universitaria caminando, traté de tomar un taxi, de pedir un Uber, Cabify…, pero ninguno funcionaba”, describe. Al final, optó por el metro. “Iba muy lento”, indica. Cuando estaba llegando a la estación más cercana a su hogar, Espinasa recibió un mensaje de un amigo periodista –Federico Campbell Peña– que decía, literalmente:

«El derrumbe es esquina con [calle] Laredo»

Su progenitora estaba a salvo. “Cuando llegué a la puerta de mi casa, conseguí ver a mi madre y a las vecinas”, relata. Previamente, había logrado contactar a su padre y a sus dos hermanos –Juan y Andrés–. Se encontraban en perfecto estado. “Poco a poco toda la familia se fue reuniendo en la puerta de nuestro edificio”, recuerda. Sin embargo, su piso, aunque se mantenía en pie, se encontraba dañado.

– ¿Qué significó para ti y para los tuyos no poder acceder a vuestra vivienda? – le pregunta el periodista a Teresa.

– Es perder tu patrimonio. Toda una vida de trabajo –responde la afectada–. Cambian todas tus dinámicas. Se pierden espacios donde has crecido, en los que has vivido. Para mí, mi casa era muy importante.

Puebla
Puebla

Ahora, Teresa –junto a su familia– reside provisionalmente en la vivienda de uno de sus hermanos. “Nosotros, legalmente, no tenemos apoyos a los que poder acceder. Para pedir los fondos de emergencia has de estar calificado como «pobreza extrema», que se calcula con índices bajísimos”, denuncia. No están incluidos dentro de esos ratios. Tienen que afrontar todos los gastos de reconstrucción sin ayuda pública.

Pero si en CDMX la situación estuvo intensa, en Puebla también se vivió muy fuerte. Tamara Blanca Castillo lo sufrió en su trabajo, en una preparatoria [instituto de bachillerato] de la Universidad Iberoamericana. “Nos sentimos como en una batalla”, describe. “Muchos alumnos entraron en caos. También hubo profesores que experimentaron pánico”, agrega. Se tuvo que evacuar a más de 500 alumnos por una misma ruta. Fue una misión difícil, pero que salió bien. Salvo algún que otro contusionado, no se sufrieron males mayores. Sin embargo, esta realidad les invitó a reflexionar. “No tenemos cultura de prevención”, asegura Castillo.

Y si a Tamara Blanca Castillo el terremoto le agarró en la oficina, a Ignacio Hernández le tocó en el centro histórico de Puebla, en una cafetería. Empezó a temblar la tierra e Ignacio salió a la calle. En ese momento, se dio cuenta de la envergadura del movimiento telúrico. Todo se zarandeaba. Era impresionante. Muchos se asustaron. “Empezó a pasar gente corriendo, en pánico. Todos deseaban saber si sus seres queridos se encontraban bien”, relata.  “Se cayeron las redes de teléfono. Se generó una gran confusión”, narra.

– Entonces, ante esta situación, ¿qué hiciste? – le pregunta el reportero.

– Comencé a caminar. Sabía que las calles iban a estar congestionadas. Y por eso decidí andar –rememora–. Según me fui dirigiendo hacia el oriente de la ciudad, me tocó ver diferentes edificios dañados, escombros… Y, sobre todo, mucha gente asustada.

La importancia de la solidaridad
La importancia de la solidaridad

La importancia de la solidaridad
Por tanto,  las experiencias durante el terremoto fueron muy intensas. La preocupación estaba a flor de piel. El desasosiego y la inquietud eran las protagonistas. Todo el mundo quería saber cómo se encontraban sus familiares y amigos. La incertidumbre fluía. Sin embargo, también hubo espacio para la esperanza. El pueblo tomó la iniciativa y surgieron múltiples actos de solidaridad. “Durante las primeras horas no existió autoridad. Ahí fue cuando la gente ayudó en lo que pudo con lo que tenía a mano”, explica Teresa Espinasa. “Los ciudadanos actuaron más rápidamente que el gobierno”, confirma Karla Ureña.

“Al día siguiente al temblor, a pesar de la cancelación de las clases, alumnos y ex alumnos se organizaron en el exterior de la universidad para ayudar. Lo hicieron por iniciativa propia, sin que nosotros hubiéramos dicho nada. Fue muy bonito”, explica Tamara Blanca Castillo. “Las brigadas surgieron de la idea de ser solidarios. Había muchas necesidades”, complementa Nayeli Ávila, vecina de CDMX.

La importancia de la solidaridad
La importancia de la solidaridad

Ante esta situación, Nayeli y un grupo de amigos –junto a personas pertenecientes a diferentes organizaciones civiles– se pusieron de acuerdo y se lanzaron a asistir a los damnificados. Ávila se centró en la implementación de iniciativas de contención emocional orientadas a niños afectados por el temblor. “Los más pequeños estaban un poco invisibilizados, por lo que desarrollamos actividades que les pudieran ayudar”, concreta.

Un compromiso que también demostró Mirian Amaro, al acoger en su casa a una pedagoga especializada en emergencias. “Pensé que lo que se necesitaba era –además de gente con ganas de colaborar– personas que supieran hacerlo, con conocimientos técnicos”, indica. “Por ello, me puse en contacto con la mencionada experta, vino a CDMX y recorrimos las zonas más afectadas para echar una mano a los afectados”, narra.

Asimismo, el historiador poblano Esteban Vigil también quiso involucrase en el movimiento de solidaridad. A él le pilló el temblor en la vivienda familiar:

– Se sintió bien cabrón. Yo pensaba: «esta pinche casa se va a caer» –responde cuando se le pregunta por sus sensaciones durante el seísmo.

Al final, se pudo poner a salvo. Y quiso implicarse en las brigadas. “De repente, un amigo me escribió un mensaje, avisándome que se había caído una preparatoria en el centro de Puebla, y que necesitaban ayuda”, describe. Se dirigió a este lugar. Al día siguiente se integró en el grupo de voluntarios emplazados en el Zócalo poblano que apoyaban los damnificados.

Un lugar por el que también pasó Ignacio Hernández. Lo hizo 24 horas después del terremoto. Sin embargo, al estar cubiertos todos los efectivos necesarios, decidió reorientar sus esfuerzos, echando una mano en las cercanías de Atlixco, una de las zonas más dañadas por la sacudida.

“Fue difícil ver cómo había quedado el lugar”, menciona.

Críticas a la gestión posterior del terremoto


Pero si el compromiso ciudadano tras el seísmo fue muy relevante, la actuación de algunos gobiernos e instituciones ha sido muy cuestionada. Se les ha acusado de falta de previsión y escasa competencia para enfrentar la catástrofe, así como de un mal manejo de las ayudas a los damnificados. “Se sabe que en algunas comunidades [pequeñas localidades] los presidentes municipales [alcaldes] llegaron a acaparar víveres”, denuncia Esteban Vigil. Una situación que describe en primera persona la profesora Tamara Blanca Castillo. Asegura que cuando llevaban acopio a diferentes pueblos, la gente les decía:

«¡Por Favor! No dejen la ayuda ni al gobierno ni al presidente municipal, porque se la están quedando. ¡No nos están entregando nada!»

También se ha puesto el foco en el diseño de algunos edificios durante los últimos años. Hipotéticamente, se habría relajado el cumplimiento de las normas de edificación aprobadas tras el terremoto de 1985. Una actitud que estaría relacionada con la reducción de costes. “El no tener casa no es culpa del terremoto. Esta situación surge a raíz de una gran corrupción que permite que se construya con materiales de baja calidad”, asegura Teresa Espinasa.

Una circunstancia que se vio acompañada por la especulación. “A los tres días del temblor, a mi me comenzaron a llamar para ofrecerme créditos. También se comunicaron conmigo constructoras que deseaban los terrenos de la vivienda. No quieren un edificio reparable. Ambicionan una parcela barata, construir y ganar millones de pesos”, critica la editora.

En este sentido, se debe recordar que la vivienda de la familia de Teresa Espinasa se ubica en La Condesa, una de las colonias de CDMX que más se han revalorizado. “Se trata de un barrio muy bien situado, con parques, escuelas y servicios”, explica. “La zona se va a recuperar. Pero ahora tienen el pretexto para echar a los vecinos que la hemos habitado durante los últimos 20 ó 30 años”, denuncia. Y, de esta forma, aprovechar para levantar nuevos edificios, más caros.

La respuesta ciudadana
Y este malestar social, ¿se puede reflejar en los comicios presidenciales de 2018? “Me gustaría que se mantuviera, pero muchas veces no existe la memoria a largo plazo”, explica Esteban Vigil. No obstante, este joven historiador reconoce que, de prolongarse el desafecto, es más fácil que se concretice electoralmente en las zonas urbanas. Fuera de ellas, la maquinaria de los partidos tradicionales sigue siendo muy importante.”Hay grandes ciudades, como CDMX o Puebla, donde sí se puede condensar este descontento”, agrega.

En cualquier caso, el tiempo va pasando y algunas secuelas permanecen. Es cierto que el trabajo es lento y que se ha avanzado en la reconstrucción, pero todavía queda mucho por hacer. Sólo han transcurrido dos meses y medio de los terremotos. Unos temblores que han tenido muchas afecciones personales, patrimoniales y económicas. Pero la esperanza no se ha  perdido. Y la valentía, tampoco. Sobre todo, tras la respuesta de la sociedad civil que, aunque ha comenzado a desinflarse en las últimas semanas, ha marcado un hito. Se ha producido un cambio de mentalidad. Porque, como dice el poeta inglés Alfred Tennyson:

«Nunca será tarde para buscar un mundo mejor y más nuevo, si en el empeño ponemos coraje y esperanza»

Puebla
Puebla

¿Qué pasa con los edificios históricos?

Las viviendas particulares, los edificios de oficinas y los complejos públicos no han sido los únicos dañados en los seísmos de septiembre. También está afectado el patrimonio histórico. Un ejemplo lo encontramos en el Estado de Puebla, donde se vieron afectados 250 monumentos. Muchos de ellos, emplazados en la capital, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1987. Sin embargo, tras los movimientos telúricos se ha visto muy dañada.

De hecho, en varios de los soportales del Zócalo han aparecido grietas de gran calibre y se han tenido que apuntalar. Diferentes iglesias y palacios de la época colonial también han sufrido daños de relevancia. Las cúpulas del templo de San Francisco –de estilo barroco– han colapsado, mientras que el santuario que circunda a la Capilla del Rosario –construida en el siglo XVII– ha tenido que ser acordonado. “El centro está bastante afectado”, corrobora Ignacio Hernández.

Una situación que se reprodujo en otras localidades, como Atlixco, cuyo casco histórico se encuentra en una situación muy precaria tras el terremoto. Dicha circunstancia se comprueba en el mismo Zócalo, donde se emplaza la parroquia de Santa María de la Natividad. Tras el seísmo se han dibujado unas hendiduras muy visibles en su fachada. Daños que se extienden al edifico del al lado –el Ayuntamiento–, del que se ha desprendido su blasón principal.

En CDMX también se dieron afecciones sobre el patrimonio, aunque menores. Entre los edificios perjudicados se encuentran la catedral metropolitana, la iglesia de Nuestra Señora de Loreto, las parroquias de Coyoacán y de Nuestra Señora de los Ángeles, o el colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, entre otros ejemplos.

En el caso del movimiento del 7 de septiembre, los daños más relevantes se localizaron en el sur de la República. Entre las localidades más aquejadas por la catástrofe está San Cristóbal de las Casas, en Chiapas. Se trata de un municipio con un impresionante centro colonial, en el que se vieron afectados –entre otros edificios– la parroquia de Santa Lucía o la catedral.

¿Cómo se vivió desde el exterior?

Los terremotos del 7 y del 19 de septiembre se sufrieron con temor e incertidumbre en el interior de México. Pero, ¿cómo se vivieron en el extranjero? Desde agosto de 2017, Fernando González Jon habita en Vitoria, donde realiza un intercambio universitario. Pero el grueso de su familia vive en Tuxtla Gutiérrez. Además, Fernando estudia la licenciatura de historia en Puebla. Chiapas y la capital poblana, dos de los lugares más afectados.

– ¿Cómo afrontaste ambos temblores desde España?

– Los viví con impotencia –contesta–. Me sentí impotente porque no pude ayudar directamente ni en un terremoto ni en el otro.

Sin embargo, Fernando echó una mano en todo lo que pudo. Realizó donativos, compartió información… La noticia positiva es que la casa de su familia en Chiapas no sufrió grandes afecciones. “Se cayó parte del resello de la pared, pero poco más”, explica. En cambio, su vivienda de Puebla tiene daños en paredes y techos, “pero no afectaron a la estructura”.