Perdido en la Sierra de Ayllón

Pseudónimo: Maatkare

Autora: Patricia R. G.

La familia de Martín fue a visitar la Sierra de Ayllón, querían hacer una ruta y enseñar a los niños la naturaleza que existe más allá de la ciudad en la que viven, rodeados de altos edificios, coches, autobuses, metros, gente por doquier….

Querían que respiraran aire puro, que corrieran libremente, que dieran volteretas sobre la húmeda hierba, tal vez ver algún animal como la lagartija roquera o con mucha suerte el desmán ibérico que está en peligro de extinción, o un águila perdicera.

Llegaron a la Sierra sobre las diez de la mañana, hacía frío, pero los niños enseguida entraron en calor ya que se echaron a correr en cuanto llegaron al parque natural y vieron que estaban solos allí. Los padres querían hacer una ruta por el Hayedo de Tejera Negra.

En cuanto se vio rodeado de hayas, Martín empezó a correr por todos lados, escondiéndose tras los árboles, para dar sustos a sus hermanos, cada vez se alejaba más de sus padres, pero él estaba en su mundo de fantasía, se sentía tan feliz de estar en medio de la naturaleza que no se podía contener y quedarse quieto, por más que sus padres le dijeran que no se apartara de ellos. El hermano pequeño quería seguir sus pasos, pero su padre no cogió en brazos para no perderlo de vista y el mayor atendía a las explicaciones de su madre sobre la flora y la fauna que se podían encontrar por allí. Martín escuchó de refilón que había águilas, murciélagos y lobos y cuando se giró para preguntarle a su madre si de verdad habría lobos por allí, no la encontró, ni a ella ni a papá, se quedó callado, pero ya no los escuchaba, empezó a ponerse nervioso y a deshacer el camino que creía haber recorrido, pero era imposible saber por donde había ido, todo le parecía igual, el miedo comenzó a invadirlo así que empezó a llamar ¡mamá! ¡papá! Pero nadie contestaba. Se acordó entonces que sus padres siempre le decían que si se perdía se quedara quieto donde fuera, que ellos lo encontrarían, así que con lágrimas en los ojos se sentó en un tronco caído y esperó.

El tiempo pasaba lento, se le hacía eterno y allí quieto le empezaba a entrar el frío mientras de vez en cuando gritaba llamando a sus padres.

La verdad que las horas estaban pasando y sus padres que definitivamente sabían que Martín se había perdido, llamaron a la policía para que mandara algún equipo de rescate, el niño estaba sólo, sin cazadora y en un lugar desconocido para él.

El equipo de rescate tardó menos de una hora en llegar y después de hablar con los padres se distribuyeron por el parque para ir en busca de Martín, gritando su nombre y guardando silencio para ver si obtenían respuesta. Pero nada, solo silencio.

Martín viendo que oscurecía y que cada vez hacía más frío buscó donde resguardarse, encontró una pequeña cuevita entre unos matorrales y allí se metió en posición fetal sin parar de llorar y gimotear llamando a sus padres. Estaba casi dormido cuando sintió que le tocaban la espalda y le arañaban, se volteó pensando que por fin eran papá y mamá, pero eran unas garduñas intentando entrar en su guarida, Martín viéndolas entrar se acurrucó todo lo que pudo para apartarse de ellas con intención de escapar, pero las garduñas lo rodearon pegándose a él tranquilamente hasta que empezó a sentir el calorcito que le daban y comenzó a relajarse.

Un lobo ibérico había seguido a alguna de las garduñas hasta su escondrijo y empezó a olfatear el agujero, algún olor extraño debió notar que se alejó rápidamente. El lobo corrió veloz, tal vez a avisar a otros lobos de que había encontrado una gran presa.

De pronto el lobo se detuvo, ante él estaban varios de los rescatadores que buscaban a Martín, se quedaron parados al verlo, no sabían si iba a atacar, pero el lobo los miraba directamente a los ojos, apacible, hacía gestos que indicaban que quería que lo siguieran y uno de los rescatadores echó a andar tras él, cada vez que el rescatador se paraba, el lobo también lo hacía y lo incitaba a continuar siguiéndole. A unos cuatrocientos metros el lobo se detuvo entre unos arbustos, aulló un par de veces aterrorizando a Martín y luego el lobo se apartó. Cuando el rescatador tuvo el camino libre miró entre los arbustos y encontró la guarida de las garduñas con Martín allí escondido, otro rescatador llegó y no pudo evitar sacar fotos de la escena que veía, hasta consiguió una fotografía del lobo, que allí parado observaba como los rescatadores devolvían el niño a sus padres.