El Cid estuvo por Guadalajara

La primera obra poética extensa de la literatura española apareció hacia el 1200. Es decir, en plena Edad Media. Hablamos del «Cantar de mio Cid», una composición de gesta en la que se relatan las aventuras y desventuras del caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar, «El Campeador». Se trata de unas hazañas relatadas con un heroísmo evidente, en las que se describen –supuestamente y de una forma libre– los últimos años de la vida del jinete. De hecho, esta obra relata las proezas del hidalgo burgalés durante su destierro, decretado por el rey castellano Alfonso VI tras la «Jura de santa Gadea». Según esta fuente documental, el noble transcurrió por zonas castellanas, aragonesas y levantinas a lo largo de su ostracismo.

A pesar de que no se pueden tomar al pie de la letra las afirmaciones de dicha composición, se constituye como una publicación de gran relevancia. Tanto desde el punto de vista literario –es el único cantar épico conservado casi al completo– como histórico. De hecho, ha permitido la aparición y perfeccionamiento de determinadas disciplinas académicas.

No hay que olvidar que la «filología moderna» se inicia en España a finales del siglo XIX, cuando Ramón Menéndez Pidal (1869–1968) estudia de este poema, en el que aplicó –por primera vez– el método histórico–crítico. En consecuencia, el «Cantar del mio Cid» cuenta con un impacto evidente en nuestro país, para entender tanto la literatura como el devenir histórico de España.

Además, son muchos los emplazamientos por los que –de forma supuesta– pasó Rodrigo Díaz de Vivar y que –aún hoy– son reconocibles. Algunos de ellos estarían emplazados en la provincia de Guadalajara. Una circunstancia que ha sido aprovechada por las instituciones alcarreñas, para estimular el turismo. “El «Camino del Cid» en la provincia traza un atractivo itinerario con un total de 312 kilómetros por carretera, que permite al viajero conocer enclaves llenos de historia y atravesar parajes naturales de enorme belleza, evocando la legendaria andadura del Cid Campeador por estas tierras arriacenses”, aseguran desde la Diputación arriacense.

El caballero burgalés accedió al espacio caracense por la Sierra de Pela. Su «entrada triunfal» debió ser por Miedes de Atienza, aunque su singladura continuó por Bañuelos, Romanillos de Atienza, Atienza –a la que calificó como «una peña muy fort»–, Robledo de Corpes –donde tuvo lugar la «afrenta de Corpes»–, Hiendelaencina, Congostrina, La Toba, Jadraque, Bujalaro, Matillas, Villaseca de Henares, Castejón de Henares, Mandayona, Sigüenza, Barbatona, Estriégana, Alcolea del Pinar, Aguilar de Anguita, Anguita y Maranchón.

El municipio maranchonero fue el último que visitó don Rodrigo, antes de adentrarse –de nuevo– en el ámbito soriano. “Desterrado por el rey Alfonso VI, el Cid abandonó Castilla y entró de noche, para no ser descubierto, en los territorios de la antigua taifa de Toledo”, explican desde el Consorcio del CID, una entidad pública sin ánimo de lucro que regula y promociona esta propuesta turística. “Este tramo comienza en Atienza, por entonces un puesto de avanzada, y prosigue hacia el Henares, donde la comandita de exiliados, necesitados de víveres, tomaron una población fortificada, identificada como Castejón de Henares, o tal vez Jadraque”.

Sin embargo, dicha entrada en Guadalajara no debió ser la única exploración que debió hacer el jinete –y sus seguidores– en la provincia. Más tarde, conoció el Señorío de Molina, llegando a pasar por diversos enclaves, como El Pedregal, El Pobo de Dueñas, Castellar de la Muela, Molina, Corduente, el Barranco de la Hoz –emplazado en el término de ventosa–, Fuembellida, Terzaga, Pinilla de Molina, Megina, Chequilla, Checa y Orea. En esta nueva visita, procedía de Teruel. “La ciudad molinesa presidía un señorío gobernado por Avengalbón, un musulmán aliado del Cid”, indican desde el «Consorcio del Camino del Cid».
Por tanto, el caminante puede conocer –actualmente– dichos recorridos, durante los que tendrá la oportunidad de disfrutar de un inmenso patrimonio civil, militar y religioso. Ahí están, por ejemplo, los casos de Atienza, Sigüenza y Molina de Aragón, con sus templos, castillos y palacios de siglos de historia. Pero también parajes naturales incomparables. No en vano se atraviesan tres parques naturales, el de la Serranía de Guadalajara, el del Río Dulce y el del Alto Tajo. ¡Un lujo!

Alvar Fáñez también tuvo importancia
Pero si el caminante se queda con ganas de más, el «Cantar de mio Cid» también permite conocer la «Algarada de Alvar Fáñez de Minaya», un caballero que recorrió otra parte de la provincia, junto a 200 acólitos. “Este pasaje narra cómo el primo de don Rodrigo, siguiendo órdenes de su familiar, descendió por el valle del Henares, con el fin de conquistar para Castilla las localidades de Hita y de Guadalajara”, explican desde la Diputación arriacense.

Siguiendo este relato, se ha diseñado un ramal del Camino cidiano que recorre diversas localidades de la campiña caracense. Esta propuesta sale de Castejón de Henares y continúa por Argecilla, Ledanca, Utande, Muduex, Hita, Torre del Burgo y Tórtola de Henares, para finalizar en la capital provincial. Esta última ciudad, y según cuenta la leyenda, fue tomada por los castellanos en la noche de San Juan de 1085, cuando Alvar Fáñez entró en la población por la puerta de la muralla que lleva su nombre.

Se trata de una historia que ha quedado reflejada en el escudo nobiliario arriacense, aunque –en realidad– la urbe pasó a manos cristianas tras los acuerdos alcanzados entre Alfonso VI y Al-Cádir, señor de Toledo, para que toda la taifa cambiara de gobernantes. De todos modos, si la utilización de ciertos mitos desemboca en un incremento turístico de la provincia y un primer acercamiento a la historia por parte de la ciudadanía, bienvenidos sean. Al fin y al cabo, la tradición oral y las leyendas son fundamentales para estimular la comunicación entre las personas. ¡No te pierdas el Camino del Cid en Guadalajara