Durón, la Alcarria hecha historia

Guadalajara es una provincia en la que se combinan magistralmente historia, patrimonio y naturaleza. Sólo hay que recorrer algunas de sus localidades para comprobarlo. Sigüenza, Molina de Aragón, Brihuega o Pastrana son un claro ejemplo de ello. En cada una de estas poblaciones se suceden una multiplicidad de elementos que las convierten –por sí solas– en reclamos turísticos de primer orden. ¡Todo un lujo! Sin embargo, el caminante cuenta con la oportunidad de conocer otros puntos, que se constituyen como unas alternativas magníficas para disfrutar de varios días de asueto.

Durón se encuadra en esta categoría. Esta villa alcarreña se asienta a medio camino entre Cifuentes y Sacedón, a unos pocos kilómetros de la orilla de Entrepeñas. “El pueblo se sitúa en la falda de un pequeño cerro que los lugareños llaman de «Trascastillo», donde –según la tradición– hubo en tiempos una fortaleza y que, a su vez, protege al caserío de los fríos vientos del norte”, explica el periodista Ángel de Juan–García en su libro «Romerías por la Alcarria Alta».

A este entorno sinigual, se ha de unir la historia del municipio, su patrimonio y –por encima de todo– la bonhomía de sus vecinos. Unas circunstancias de las que se hizo eco el premio Nobel de literatura, Camilo José Cela, en «Viaje a la Alcarria». “Durón es un pueblo donde la gente es abierta y simpática, y trata bien al que va de camino”, expresaba el creador gallego.

Pero si la calidad humana de sus habitantes es digna de reseñar, el patrimonio histórico de esta villa alcarreña no es menos relevante. Entre sus monumentos, ocupa un lugar preeminente la iglesia parroquial de Santa María de la Cuesta. Se constituye como un edifico renacentista, comenzado en el siglo XVI, en el que destaca su torre de planta cuadrada, cuya finalización fue posterior a la del resto del templo. Se concluyó en 1693.
Pero los monumentos duroneros no finalizan aquí. El pueblo cuenta con varias casas solariegas, que demuestran que el lugar fue domicilio de una multiplicidad de familias nobles. “Son muchos y numerosos los escudos blasonados que se suceden por sus calles, lo que da idea del pasado áurico de la localidad”, enfatiza Ángel de Juan–García. Además, se ha de mencionar la fuente neoclásica –datada en 1793– y el antiguo molino que existió en el enclave.

Incluso, en los alrededores se distinguen varias ermitas, como las dedicadas a la Virgen de la Esperanza, patrona de la localidad; a la Soledad; a Santa Bárbara; y a San Roque. “En una de las entradas al pueblo destaca la picota, signo de villazgo y construida en el siglo XVI”, se relata en «Romerías por la Alcarria Alta».

Una luenga historia

Durón

Este legado monumental es fruto de un discurrir de siglos. Las primeras referencias que tenemos de la población se remontan a las guerras entre cristianos y musulmanes, momento en que toda la zona se hallaba en liza entre los dos bandos mencionados. El encargado de tomar la zona fue Alfonso VI, responsable de la conquista de Toledo en mayo de 1085, y quien provocó –en esa misma fecha– que la totalidad de la Alcarria quedase en manos castellanas.

Tras este cambio de gobernantes, Durón se encuadró –casi automáticamente– en el Común de Villa y Tierra de Atienza. Durante la etapa de dominio atencino, la localidad alcarreña fue cabeza de la Sexma del Tajo, a la que también pertenecían Budia, El Olivar, Valdelagua, Picazo y Gualda. Sin embargo, no hay dominio que mil años dure, por lo que en el siglo XIV pasó a integrarse en el Común de Jadraque, recién fundado.

Casi un centenar de años después –en 1459–, el enclave llegó a manos de los Mendoza, cedido por Alfonso Carrillo de Acuña. La permuta consistió en la entrega del territorio jadraqueño –con todos sus municipios– a cambio de Maqueda y de la alcaldía mayor de Toledo. Durante esta época, el espacio duronero alcanzó uno de sus momentos de mayor esplendor, acogiendo a más de una quincena de casas de familias hidalgas.

Pero los cambios no quedaron aquí. Poco después, los marqueses de Cenete –bajo la figura de Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza– se hicieron con la propiedad del territorio jadraqueño. Y, por tanto, también de Durón. Una dignidad que mantuvieron hasta la Carta Magna de Cádiz de 1812, donde se suprimieron los señoríos. Desde entonces, el municipio se constituyó como Ayuntamiento constitucional, consideración que ha mantenido vigente hasta la actualidad.

En el siglo XIX Pascual Madoz escribió «Diccionario Geográfico Estadístico e Histórico de España y sus posesiones de Ultramar». En este compendio se mencionaba a la villa duronera, que pertenecía al Partido Judicial de Cifuentes y al Obispado de Sigüenza. Además, contaba con 132 casas, divididas en dos barrios, separados por “un arroyuelo de curso perenne”. Incluso, había una cárcel, una escuela de instrucción primaria –concurrida por 30 alumnos– y un hospital en el que “se recogían a los pobres transeúntes”.

Asimismo, Pascual Madoz indicaba que en las inmediaciones de una de las ermitas de la villa existía una casa de campo, denominada «La Nava». “Esta magnífica posesión se hizo a expensas de Pedro Inocencio Bejarano, prelado seguntino, el cual se retiraba a ella durante las temporadas del estío”. Además, la localidad contaba con un cierto dinamismo artesanal, comercial y agrícola, que le llevó a tener –a mediados del siglo XIX– 149 vecinos y 479 almas. El presupuesto municipal de 7.600 reales.

Por tanto, en este municipio alcarreño se entrelazan –a la perfección– la historia, el patrimonio monumental, la naturaleza y la amabilidad de sus gentes. No es extraño, en consecuencia, que personalidades de primer nivel se hallan quedado prendadas de la localidad. Entre ellas, Camilo José Cela, premio Nobel de literatura en 1989, quien dejó plasmadas sus experiencias duroneras en una de sus principales obras. ¡No te puedes quedar sin conocer esta localidad!

Bibliografía.
DE JUAN–GARCÍA AGUADO, Ángel. «Romerías por la Alcarria Alta». Guadalajara: Editores del Henares, 2007.